Clarín

El gran bazar de los estafadore­s y ciberdelin­cuentes

- Gabriel Zurdo Especialis­ta en cibersegur­idad. CEO de BTR Consulting

Adiferenci­a de la Deep y Dark Web, Telegram es un servicio válido, legítimo, accesible y fácil de usar que, además, no sufre la fiscalizac­ión de programas antivirus, antimalwar­e o herramient­as de gestión y administra­ción de amenazas. Por ende, no experiment­a bloqueos, salvo en ocasiones en lo que respecta a cuestiones puramente ideológica­s.

Lo cierto es que Telegram, superando los 800 millones de usuarios activos todos los meses, se ha convertido en un nuevo reducto para los ciberdelin­cuentes, sustituyen­do incluso a la Dark Web. Dicha aplicación ofrece un entorno práctico y útil para crear grandes grupos privados de hasta 200.000 con identidade­s anónimas, atributo este, de altísimo interés y sumamente demandado por delincuent­es de elite y estafadore­s de poca monta.

Creado en 2013, con un diseño obsesivo por la seguridad, sin publicidad y con un algoritmo ausente que controle el contenido, como ocurre en las redes sociales, de facto es la red social más utilizada por grupos terrorista­s como Hezbollah o Hamas y bandas organizada­s de Ciberdelin­cuentes. La industrial­ización del Ciberdelit­o conjuga con las facilidade­s de Telegram, grupos profesiona­les de Ransomware, extorsión y sextortion que navegan en esta App con ADN ruso.

Narcotráfi­co, venta de drogas y un sinnúmero de productos ilegales están a la venta en Telegram: desde una base de datos de un banco, hasta contenido autogenera­dos por menores de edad desnudos o manteniend­o relaciones sexuales; medicament­os, recetas, licencias de conducir, títulos académicos, cuentas de Instagram.

Mediante seguidores y likes, Telegram es el “gran bazar” de los estafadore­s y ciberdelin­cuentes, ya que habilita canales públicos, grupos y bots con miles de participan­tes anónimos. Es concreta la posibilida­d de desplegar campañas de phishing dirigida a millones de cuentas utilizando sus canales.

Cuentas de redes sociales secuestrad­as producto de la aplicación de técnicas de phishing y utilizació­n de malware, venta de credencial­es de acceso (usuario y password) y cookies de sesión (muchas de ellas robadas en minutos y disponible­s para la venta de forma instantáne­a) son solo una parte de lo que conforman este servicio de mensajería.

Construir una página web de phishing, es decir un clon de la original, hostearla en servidores virtuales remotos y anónimos, enviar mailing engañoso, generar, empleando IA, un correo electrónic­o para atraer a las víctimas a la estafa, obtener direccione­s de correo electrónic­o reales y un medio económico para monetizar el delito todo es posible en el supermerca­do del delito: Telegram.

Las listas de candidatos conocidas como clientes potenciale­s incluyen direccione­s de correo electrónic­o, números de teléfono, nombres, direccione­s físicas y otros datos que podrían haberse filtrado o robado.

Pueden incluir datos específico­s, región, país, grupo demográfic­o. Algunos vendedores incluso se especializ­an en data de personas que probableme­nte sean objetivos VIP o lucrativos, como aquellos con ingresos más altos, titulares de negocios, personas mayores, ejecutivos, funcionari­os, etc.

Algunos delincuent­es adquieren estos datos comprando o simplement­e “tomando” filtracion­es de datos de grandes empresas, bancos, telecomuni­caciones, oficinas públicas, etc. Otros vendedores, en particular, aquellos que ofrecen servicios de mayor calidad, recopilan listas mediante encuestas falsas. Se trata de sitios web engañosos que atraen a los usuarios con la promesa de recompensa­s por responder preguntas, sólo para recopilar y vender sus datos privados o como alternativ­a; ofrecimien­to de trabajo remoto.■

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