Afirman que tratar de parecer más joven después de los 50 no trae los beneficios esperados
Una investigación muestra que buscar borrar los signos del paso del tiempo para evitar ser discriminado no impide ser o sentirse igualmente excluido.
Las motivaciones que llevan a las personas a realizarse diversos tipos de intervenciones con el fin de borrar o moderar los signos de envejecimiento son variadas. Parecer más jóvenes, sentirse más atractivas, que los demás las perciban así, o yendo de lleno al plano de la subjetividad, simplemente, “sentirse mejor consigo mismas”.
Ahora bien, esta “necesidad” no surge de la nada. Está emplazada en un contexto: la incomodidad con las señales físicas del paso del tiempo lejos está de ser un hecho subjetivo, sino que pareciera más bien surgir como respuesta al omnipresente paradigma de la juventud eterna, que deriva en una discriminación socialmente extendida y muchas veces naturalizada, que tiene como blanco a las personas mayores y que se denomina viejismo o edadismo.
A la hora de analizar cómo se relaciona una cosa con la otra, es decir, la discriminación y la necesidad de parecer más joven, los resultados de un estudio publicado recientemente ponen en duda que “una cosa implique la otra”. Intentar parecer más joven no se condice necesariamente con estar exento de ser o sentirse discriminado.
La investigación, basada en una encuesta nacional sobre envejecimiento saludable realizada por la Universidad de Michigan y publicada en la revista Psychology and
Aging, indaga sobre la compleja relación que existe entre la apariencia y la experiencia de envejecer en adultos de entre 50 y 80 años.
Casi el 60% de las personas relevadas en el estudio -hecho por un grupo de investigadores de la Universidad de Oklahoma- indicó que se ve más joven que otras personas de su edad. El 35% dijo que se ve parecida a otras personas de su edad, y solo el 6% dijo que parece mayor.
Respecto a los esfuerzos por verse más jóvenes, un 35% reconoció invertir tiempo o dinero en tal tarea. Si bien tanto quienes se ven más jóvenes como quienes invirtieron recursos para parecerlo tenían más chances de tener mayores experiencias positivas ligadas a la edad (como sentir un fuerte sentido de propósito o ser asociados a mayor sabiduría y por ende ser fuentes de consejos), no pasaba lo mismo en ambos grupos respecto a las experiencias negativas.
Mientras que quienes se sentían más jóvenes que el resto tenían menores posibilidades de sufrir experiencias negativas (tales como ser asociados a dificultades para ver, escuchar, recordar o utilizar la tecnología), no se observa una relación lineal para quienes invierten recursos en lograrlo.
De hecho, dice el estudio, aquellos que habían invertido en estrategias para ser más jóvenes tenían más probabilidades de obtener una puntuación más alta en la escala de experiencias negativas relacionadas al envejecimiento.
El estudio también analizó la relación entre la experiencia de estos grupos en torno al envejecimiento, con su estado de salud (física y mental) autoinformada.
La conclusión fue que quienes tenían mayores niveles de experiencias positivas en torno a esta etapa de la vida, y menores niveles de experiencias negativas, tenían más probabilidades de decir que gozaban de “buena” o “muy buena” salud tanto física como mental.
Ahora bien, también podría esgrimirse que quienes invierten en verse más jóvenes, no lo hacen por los demás, sino por ellos mismos: no para que los demás los vean “mejor” sino para sentirse mejor.
Ricardo Iacub, doctor en Psicología y titular de la cátedra Psicología de la Tercera Edad de la Facultad de Psicología de la UBA, se ocupa constantemente de estos temas.
En referencia a la temática abordada por el estudio, y analizando las posibles causas por las cuales una persona mayor puede llegar a realizarse intervenciones, el profesional diferencia tres escenarios.
“Solemos ver esto en personas que ‘se hacen algún retoque’, que califican como intervenciones livianas en las cuales, obviamente, incide la cercanía a ciertas representaciones de la vejez que generan un incordio, una sensación de malestar consigo mismas”, dice.
Por otro lado, analiza que existe una suerte de “naturalización” de estas prácticas a nivel sociocultural, a tal punto de que llegan a ser solicitadas incluso por personas muy jóvenes. “Hoy tenemos que pensar que la cirugía se ha vuelto algo cotidiano, como ocurre con el ácido hialurónico, que se está viendo en gente de veintipico, lo cual es realmente impactante”, analiza.
“Hay una relación de continuo con la cirugía, como un modo de sentirse mejor. Muchas de estas personas lo logran y sienten que les hizo bien, aunque también hay otros que aparecen en una situación cuasi adictiva en relación a los cambios corporales y están planeando permanentemente algún tipo de operación o intervención.”
Fernando Felice es médico esteticista y cirujano plástico y reconstructivo. Según su perspectiva, a grandes rasgos, este grupo puede dividirse en dos: quienes siempre se preocuparon desde el maquillaje, el ejercicio, la alimentación, por su imagen -y ahora echan mano de estas prácticas-, y quienes en cambio lo hacen porque se sienten simbólicamente excluidos de determinados ámbitos.
Asegura que es deber de los profesionales indagar en las motivaciones para poder brindar la mejor respuesta. “Si el profesional de la salud simplemente se dedica a facturar, como hacen muchos, y no escucha qué es lo que se le está pidiendo, el paciente va a sentir que perdió el tiempo, dinero y que no logró el cambio que estaba buscando. Todos los cambios para mí parten desde adentro y eso es lo que uno tiene que entender cuando habla con un paciente”.
Iacub concibe las cirugías como una de las tantas formas que adquiere el disciplinamiento de los cuerpos, como lo que ocurre con el culto al gimnasio. “La sociedad actual nos lleva a pensar que la juventud aparece como un cuerpo más controlado, y la vejez como un cuerpo más descontrolado, sobre el cual las personas tienen que aplicar disciplinas de control, para poder modelarlo”, analiza. Esto sucede, según su perspectiva, a medida que muchas personas se acercan a la mediana edad. En la vejez, en cambio, hay más aceptación.
“Entre los cuarenta y pico y los 60 encontramos el punto máximo de esta demanda de transformación y cuidado frente a cambios corporales que en alguna medida hacen que la persona sienta que ese cuerpo se volvió ajeno”, pondera en base a las investigaciones que realizan en el doctorado.
El 60% de los mayores se ve más joven que otros de su edad.