Clarín

Entre las letras y la pintura

Alicia Dujovne Ortiz expone en la Galería Argentina en París. Diálogo a fondo.

- PARIS. CORRESPONS­AL María Laura Avignolo

Alos 85 años, la escritora Alicia Dujovne Ortiz redescubri­ó los pinceles y las vacas. Esos seres tristes, que lloran sus terneros cuando los separan y fueron su gran e inesperada compañía cuando vivió en Cher, en la Francia profunda durante 11 años primero y en plena epidemia, tras su regreso de la Argentina.

Las vacas, sus ojos abatidos, y sus pestañas, sus pechos surrealist­as, sus padres comunistas clandestin­os y luego disidentes anti Stalin, y las imágenes de su inmersión en el Berry francés, en una casita del siglo XIX. Sola, sin amigos cercanos y en un ambiente rural, donde los agricultor­es la considerab­an una excéntrica, las esposas de ellos la llevaban a hacer las compras porque la autora no sabe manejar y los notables la invitaban por ser “la escritora”. En esa atmósfera renació su amor juvenil por la pintura. Su obra se expondrá desde hoy en la Galería Argentina de París.

Vivaz, energética como si tuviera 30, divertida hasta llegar a ser desopilant­e, Dujovne Ortiz relata como escribe y escribe como cuenta. Aunque exhiba un tono diferente según si emplea el español o el francés.

Su hija y sus nietas la forzaron a regresar a París cuando llegaba a los 80 y dejar esa vida solitaria, en contacto con la naturaleza y extremadam­ente productiva. Este es su relato del campo, la pintura, las vacas y sus padres, a quienes reivindica en cada paso, en una larga charla en su pequeño departamen­to de la capital francesa. El mismo edificio donde una razzia en plena ocupación arrasó y empujo a 150 franceses a una muerte segura en Auschwitz.

-Novelista, periodista y crítica literaria, ahora pintora. ¿Cómo surgió esta idea de pintar vacas?

-Surgió cuando yo tenía 14 años. Como dibujaba bien, mi papá me puso un profesor. Después estuve en el taller de Butler y pinté hasta los 23 años. Al mismo tiempo, escribía. Desde los 14 años, pintaba y escribía, y entonces me decidí por la escritura. Así fue como publiqué 30 libros.

-¿Y el regreso a los pinceles?

-Durante la pandemia, estaba sola en el campo, un lugar muy aislado en Berry, rodeada de vacas. Eso explica la cantidad de vacas que hay en estos cuadros. Me volvieron unas ganas infernales de pintar. Además, me había enferpor mado y realmente sentí que estaba a punto de morir. Pero no pasó y volví al campo. Eduardo Carballido, el curador, eligió para la exposición en la Galeria Argentina y en contra de mí visión, la primera vaquita que pinté al volver de la muerte. Era un autorretra­to vaca: yo vaca. Además, hay una serie de autorretra­tos animales. La exposición se llama Animautopo­rtrait, o sea, autorretra­tos animales. Siento que recuperé el ardor que tenía a los 15 o a los 18 años. Pero además, no dejé de escribir. Estando en el campo durante esos años, publiqué cinco libros.

-Una súper producción.

-La verdad es que no puedo parar. Pero me puse a pintar y este es el trabajo de tres años. Cada cuadro tiene su propia ley, son reflexione­s. En eso sucede lo mismo que con el texto. Si el texto sabe lo que un escritor no sabe y hay que escucharlo; de la misma manera hay que oír, o ver el cuadro. El cuadro me lo dice.

-¿Por qué te decidiste irte al campo, en la Francia profunda?

-Toda mi vida soñé con la naturaleza. Ideal, soñada, la verdadera no, la que conocí en vacaciones. Por mi mamá, soy de familia de estanciero­s entrerrian­os, los Ortiz de Paraná. Pero habían perdido todo contacto. De manera que yo sueño con la naturaleza desde siempre. Pero esta vez quise hacerlo. A los 72 años, podía vender lo único que tenía en el mundo, que era mi departamen­tito de Buenos Aires. Y a eso se sumó otro motivo: nació mi primer bisnieto. Entonces yo me dije: “¿Qué estoy haciendo en Buenos Aires?”. Fue así que me compré una casita de cuentos de hadas, del siglo XVIII, al lado de un bosque. El sueño de la piba.

En esa casa, se quedaría 11 años, cuenta. Debajo de un sauce, que supo recuperar porque lo había encontrado golpeado por un rayo, pasaba horas, “tomando mate, escribiend­o”.

-¿Qué descubrist­e de las vacas en el campo francés?

-Descubrí que efectivame­nte podían tener un gesto agresivo. Y descubrí otra cosa, que se me metió en el corazón: cada tanto, no se podía dormir por el llanto de las vacas. Un campesino me explicó: “Lloran porque son madres. Porque les sacamos el ternero y las ponemos en el galpón. Las encerramos”. Y eso me rompió el corazón. Así que tengo uno de estos cuadros, que se llama Réquiem por un ternero.

-Cuando estabas en el campo, ¿pudiste volver a tu historia, a la de tu papá, Carlos, el camarada, que fue espía soviético, a las colonias de Entre Ríos?

-A eso vuelvo todo el tiempo, y lo escribí en Aguardient­e. Porque cuento en mi viaje a Ucrania, al pueblito al lado de Mohyliv-Podolski y al pueblito de Kurilovich, donde el director del Museo del Holocausto me mostró todas las tumbas que pudo. Después me fui a Moscú, a investigar en los archivos del Comintern, del Internacio­nal Comunista. Esto fue en 2005. Yo no me he podido desprender nunca de la historia familiar, materna y paterna, porque el destino quiso que naciera en una familia muy rara, muy mezclada, con gente que no tenía nada que ver entre ellos. Mis padres se conocieron en el Partido Comunista. Si no, no se hubieran conocido nunca, porque no tenían nada que ver.

-En Berry, ¿pudiste de alguna manera reencontra­rte con la Argentina que abandonast­e?

-Eso ya me sucedió en 1978 cuando me vine a Francia. Me vine por la dictadura militar. Esa distancia ya no es nueva en mí. Esta vez era un poco más tajante porque era en el campo. Siempre soñé con volver, volví dos o tres veces y no se dio. La primera vez me fui exiliada por la dictadura y la segunda, económica el corralito. Pero siento que nunca me fui de la Argentina. En mi cabeza sigo allá y, cuando me doy cuenta, a los 85 años, pienso que mis verdaderos amigos son todos argentinos.

-Maradona, Evita, ¿todas tus grandes obras nacieron ahí en la soledad del campo?

-No. Además, yo viví en París desde el 78, con idas y vueltas, hasta el 2011. En 2011 me instalé el campo. Es decir que lo del campo es un periodo de 2011 a 2021. Evita la escribí gracias a Héctor Bianciotti, que fue mi hada madrina en París porque fue quien me la pidió. Maradona también la escribí en París.

-¿Y en el campo?

-En el campo fue otra cosa. Pensé que me habían quedado cosas en el tintero con Evita. Pensé que yo no había entrado en su cabeza. Me senté a escribir en un mes. Eso fue La procesión va por dentro, que es Evita en la cama, muriéndose, donde bate todo. Habla en una lengua que a mí me había quedado fresca en el oído, que es la lengua femenina popular de los años 50. Era la de las mamás de mis compañerit­as del colegio en el barrio de Flores. Yo sé que Evita hablaba así en la intimidad. Porque en sus discursos, pobre, no tenía más remedio que imitar la retórica de los folletines nacionalis­tas radiales.

-¿Qué hace la hija de un comunista, estalinist­a?

-Exestalini­sta. Él nunca fue estali

nista y te explico por qué: él nació en las colonias de Entre Ríos y a los 14 años ya estaba en Buenos Aires. Formó parte del grupo fundador del Partido Comunista Argentino, en 1918. Y cuando cumplió 20 años, se fue a Moscú.

-¿Cómo fue ese viaje a Rusia?

-Mi padre se va a Rusia para rehacer un viaje que le parecía equivocado. Se va a alojar en Moscú, en la casa de Ben Sion Dujovny, que era el presidente del Banco Central de Moscú, fusilado por Stalin en 1937. Cuando tiempo después yo misma fui a Rusia encontré los archivos de mi padre y los de Ben Sion. Supe que se reunía un grupo de disidentes que reían de Stalin. Era en 1923. Lenin se estaba muriendo y estaba redactando el testamento, que se ocultó, donde le decía a los comunistas: “Tengan cuidado con Stalin porque es autoritari­o y brutal. Elijan a Trotsky”. Mi padre conoció esa Rusia de los primeros tiempos. Y entró en el ala clandestin­a de la Internacio­nal Sindical Roja.

-¿Era espía?

-No era espía. Era de la Internacio­nal Sindical Roja. No es la KGB: es el Komintern, la Internacio­nal Sindical Roja. Eran agentes de agitación sindical. Y en 1928 lo mandan a Montevideo, al Bureau Sudamerica­no de la Internacio­nal Sindical Roja, a organizar las masas obreras de toda América de norte a sur. Eso duró unos años. Hizo unas pequeñas revolucion­es.Y Stalin rompió la Internacio­nal porque nunca le gustó. Entonces mi padre se va del ala clandestin­a. Dirige la editorial comunista Problemas, muy importante en la época y totalmente negada y ocultada por el partido. Es lo que cuento en el Camarada Carlos. Parte de mi vida está consagrada a sacarlos del olvido. Porque la injusticia sufrida fue excesiva y yo la viví de chica. En el 46 mi padre sale de la cárcel de Neuquén, donde estuvo porque lo mandó Perón. Él y mi madre se fueron del partido.

-¿Y qué hizo tu papá después?

-Se metió a trabajar en una fábrica de caramelos, Bonafide, porque de algo tenía que vivir. Nunca había trabajado. Había sido agente del partido. Y se empezó a morir, se dejó morir.

“Me divierte y me asusta”, dice sobre la idea de exponer en la Galería Argentina de París. “Es la primera vez que hago una exposición. Estoy muy nerviosa”, dice entre risas.

-¿Tenés terror a las criticas que hacés de todo lo demás?

-Claro. O que alguien venga a decirme: “Te podrías haber quedado con la escritura”. Alguien esa noche me lo va a decir.

-¿Te sentís judía?

-Me siento mestiza.

-¿Cómo llevás la religión?

-Me siento mestiza y la palabra me encanta porque la utilizó un joven crítico del diario progresist­a argentino Nueva Sion, que escribió toda una nota sobre mi mestizaje. Y, claro, ahí encontré la palabra. Es decir, que yo nunca resté, sino que sumé, soy judía y no judía. Porque mi madre no era cristiana, era comunista. Yo era hija de un judío y de una no. Después me di cuenta de que yo era las dos cosas. Y lo de firmar con dos apellidos viene porque mis padres me lo pidieron, yo jamás hubiera puesto ese Ortiz ahí, que no pega ni con cola.

-¿Y te sentís judía o no?

-El 7 de octubre se me para el mundo, se me para el tiempo. Todavía no salí del estado de sideración. Lo que pasa es que el estado de sideración ahora es total. Tiene que ver con todo lo que está pasando en el mundo. Como yo sé muy bien lo que fue Stalin, entiendo perfectame­nte que Putin sigue sus huellas y estoy profundame­nte inquieta y aterrada. En la Argentina todavía no se han dado cuenta completame­nte, porque tienen un problema ahí, presente, tan grave que no se han dado cuenta. Creo que la situación es muy inquietant­e. Siendo de naturaleza optimista, en este momento soy muy pesimista.

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La escritora que reside en París y vivió varios años en el campo retomó la pintura durante la época del Covid. Ahora, llegará su primera muestra.
FOTOS: NOEL SMART Una pasión que retomó con la pandemia. La escritora que reside en París y vivió varios años en el campo retomó la pintura durante la época del Covid. Ahora, llegará su primera muestra.

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