Clarín

Gimnasios en primavera y verano

- Marcial Gala Escritor

Se va el verano, pero en diciembre Mar del Plata, Mar de Ajó, Miramar, Claromecó son lugares apetecible­s donde bermudas, mallas y bikinis se ponen de moda; gaseosas, cervezas, alfajores y asados dejan de ser objetos de deseo y al argentino le da por muscular y bajar la panza. Entonces los gimnasios se repletan y por un tiempo parece que los argentos descienden de aquellos espartanos que se pasaban la vida sacando pectorales y dorsales y perdiendo la grasa sobrante. Si eres habitual, o sea de esos que entrenan todos los días, llegas en verano a tu gimnasio y está tan repleto que parece que filman un video clip: hombres y mujeres de cualquiera edad, algunos tan jóvenes que parecen fuera de lugar, otros casi ancianos y mucha gente de mediana edad, pero todos tenemos algo en común: luchamos por los aparatos de gimnasia con pasión digna de mejor causa. Press de banca, dorsalera, barras y pesas son un objetivo sumamente codiciado que todos ansían, y si son las máquinas caminadora­s, acceder a una de ellas se vuelve un anhelado premio, casi un ganarse la lotería. Suena la música chillona cotidiana en los gimnasios, ese mundo de futuros sordos, y en la atmósfera cálida a pesar del aire acondicion­ado o de los ventilador­es, según sea el caso, pulula la fauna gimnasiera que se compone de: musculitos que llegan por lo general en bici o en moto, van a los aparatos y ponen tantas pesas en las barras que descargarl­as ya es un ejercicio en sí, esos suelen ser habitués y cuando acaban de muscular dedican un tiempecito a mirarse embelesado­s en los espejos y hacerse selfies donde se les ve abultados y venosos. Están también los primerizos, esos ya han estado en el gimnasio pero como van de manera tan espaciada es como si llegaran siempre por primera vez, se les reconoce por la mirada tímida como pidiendo perdón y claro, están los que evaden la cuota del gimnasio casi hasta última hora, seres de gestos huidizos, casi magos que concurren todos los días sigilosos y esquivos. Y por supuesto están las y los influencer­s, esos suelen tener entrenador personal y saben que los demás los reconocemo­s de la tele o las redes pero fingen que somos invisibles, no nos ven, se concentran en las órdenes de sus entrenador­es y levantan las pesas con maestría de artistas de circo, y luego se hacen selfies con esplendida­s sonrisas o tiran besos a la cámara. Cuando llega uno de esos influencer­s la atmósfera del gimnasio cambia, se hace más densa. Y si coinciden un influencer y un musculito es todo un espectácul­o porque compiten, el musculito esmerándos­e en los ejercicios y el influencer en su indiferenc­ia. En fin, pasa el verano y el gimnasio vuelve a vaciarse y hasta la música cambia, se vuelve melancólic­a y tanguera y los aparatos están vacíos, esperando por los habitúes que los agarran con maestría cercana a la dulzura. Yo prefiero el gym en invierno.

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