Clarín

Magalí Etchebarne habla del libro con el que ganó el Premio Ribera del Duero

“Una vida por delante”, el volumen de cuentos reconocido, saldrá en seis países en simultáneo editado por Páginas de Espuma. Claves de los relatos.

- Débora Campos decampos@clarin.com

Está feliz. Lo dice, pero además se le nota. La argentina Magalí Etchebarne ganó el VIII Premio Ribera del Duero de Narrativa Breve con su libro La madre, el trabajo, la muerte, el amor, cuatro cuentos largos que se publicarán a inicios de mayo por el sello Páginas de Espuma y en simultáneo en seis países con el título Una vida por delante. “Me genera mucho entusiasmo”, dice a Clarín la reciente ganadora.

“Estoy feliz de darle este premio a Magalí porque realmente es una escritora que admiro mucho. Creo que en este momento no hay una voz como la de ella, es diferente, fresca, pero muy cuidada y literaria”, consideró la escritora Mariana Enriquez, presidenta del jurado, que además integraron la extraordin­aria narradora mexicana Brenda Navarro y el autor y crítico literario español Carlos Castán.

El trío evaluó los cinco libros finalistas, escritos por mujeres de la misma generación, nacidas entre 1976 y 1985. Junto con Etchebarne, fueron finalistas Katya Adaui (Perú), Dahlia De La Cerda (México), Nuria Labari (España) y Fernanda Trías (Uruguay).

“Hebe Uhart decía -continuó Enriquez- que los escritores argentinos no escuchan y solo se miran el ombligo, pero Magalí escucha, escucha perfectame­nte. Van a disfrutar mucho de su libro y de conocerla porque es brillante”.

La ceremonia tuvo lugar ayer en el Círculo de Bellas Artes de Madrid y fue transmitid­a por streaming.

Una vida por delante presenta “la resistenci­a de un grupo de mujeres a la enfermedad y a la huida de sus maridos; dos amigas unidas por la creación que planifican sus vacaciones junto a suicidas; dos hermanas que retrasan desprender­se de las cenizas de su madre en el mar; una pareja que vive instalada en el conflicto permanente”, según anticipa la editorial.

La flamante ganadora del Premio Ribera del Duero dialogó con Clarín sobre estas cuatro historias que le valieron el reconocimi­ento y, además, un premio de 25 mil euros.

-¿Cómo imaginás que repercute un premio como este en una carrera literaria?

-En particular este premio lo que tiene de bueno, por la editorial espectacul­ar que está detrás -que es Páginas de Espuma-, es que se publica en todos los países de habla hispana. Entonces, saber que el libro va a llegar no solo a la Argentina y a España sino a varios lugares de Latinoamér­ica ya significa algo completame­nte diferente de lo que me pasó hasta ahora. Yo publiqué dos libros muy chiquitos. Los mejores días tuvo bastante repercusió­n acá y luego se publicó en España con la editorial Las afueras. Después de eso, publiqué un libro de poemas. Pero esto es de otro alcance. Para alguien que escribe, es espectacul­ar pensar que te van a leer en otros lugares, que te vas a vincular con lectores nuevos. Además, la realidad es que yo soy completame­nte desconocid­a para España y por eso también me pregunto cómo se va a leer este libro. Eso me genera curiosidad y entusiasmo.

Cuando estaba en la lista de finalistas, la obra tenía otro título. Etchebarne explica por qué pasó de La madre, el trabajo, la muerte, el amor a Una vida por delante. “Yo imaginé cuatro relatos en los que los personajes viajaran a lugares y que en esos destinos les pasan cosas. Si bien cada cuento se ocupa de uno de esos cuatro temas de mi título, todos están de modo subterráne­o en todos los cuentos: la muerte, el amor, el trabajo y la madre, como una figura a veces concreta y a veces espectral. A mí me encantaba ese título, aunque cada vez que lo compartía con amigos, casi nadie me acompañaba con la idea. Ahora, cuando me dijeron que el título va a cambiar con la publicació­n, tomamos el de uno de los cuentos. De hecho, en el inicio yo misma evalué la posibilida­d de que el libro se llamara así: una vida por delante, me gustaba esa expresión porque condensa el sentido esquivo de esas frases que no dicen nada, son como promesas un poco flácidas. ¿Qué quiere decir ‘tener la vida por delante’? Lo que tenés, en realidad, es el pasado y el presente agarrado. Pero el futuro es un punto de incertidum­bre”.

-La frase también tiene un punto sarcástico.

-Sí porque, primero, es algo completame­nte incierto. Pero además hay algo que pasa con los personajes de los cuentos y es que, en cierta manera, están como estancados en algo muy doloroso y les resulta difícil moverse de esos lugares incómodos. La idea de la vida por delante es casi una exigencia a veces. Cuando estás mal, todo el mundo quiere que apuestes al cambio, que salgas de ahí. Es algo que pensé mucho mientras escribía. Pero hay también una forma de estar en esa incomodida­d, que es parte de la vida. A veces uno está condenado a ser quién es, como les pasa a estos personajes: son eso, no hay mucha escapatori­a, son eso que no eligieron, o que sí eligieron, o lo que pudieron hacer con lo que les pasó.

-¿Cómo desplegás ese humor tan sutil que recorre todas las historias?

-Me interesaba desdramati­zar. Yo sé que eran cuatro cuentos con centros calientes, muy dolorosos, pero todo el tiempo sentía esa voz de la escritura que me bajaba el volumen. A mí me resulta difícil pensar qué va a hacer reír a alguien. A mí, cuando me pasa, lo disfruto muchísimo: me encanta poder reírme y también me encanta poder llorar. Pero al escribir, es difícil saber si lo que a uno le parece que es gracioso realmente causa gracia. De hecho, cuando leía partes en situacione­s en las que me invitaban, siempre me sorprendía que la gente se riera en partes en las que a mí no me causaba ninguna gracia, mientras que otras -que me parecían graciosas- pasaban inadvertid­as. Con lo cual hay que asumir que uno no controla casi nada del texto.

-¿Es un momento muy femenino de la literatura o es solo una impresión?

-Fernanda Trías destacó justo en Clarín que hace pocos años, este plantel de cinco escritoras finalistas de distintos países de habla hispana, habría sido inimaginab­le. De hecho, me decía mi editor que otras veces han llegado cinco hombres o cuatro hombres y una mujer y nadie comentó nada. Sin embargo, estamos donde estamos y seguimos pensando estas cosas. A mí me gusta pensar que se están publicando más mujeres porque también se están animando más las mujeres a mandar cosas a las editoriale­s. Es cierto que el mercado se mueve detrás de lo que sucede, pero ya me da miedo de que esto deje de pasar. Lo que está bueno y nos gusta, sigue gustando.

-¿Ves algún tipo de afinidad generacion­al con esas otras escritoras?

A veces uno está condenado a ser quién es, como les pasa a estos personajes: son eso que no eligieron, o que sí eligieron, o lo que pudieron hacer con lo que les pasó”.

-A mí me gusta ver lo que se está escribiend­o y trato de prestar atención. Hace poco leí la novela de Camila Fabbri La reina del baile, que fue finalista del Premio Herralde y me encantó. Ella es una autora a la que ya había leído cuando publicó Los accidentes. Gabriela Cabezón Cámara, Samanta Schweblin... voy mirando lo que hacen las contemporá­neas y me interesa muchísimo.

-¿Y cómo dirías que es esa generación?

-No sé si hay algo que las distinga. Quizás hay algo en general ahora en la literatura -y esta es una idea torpe que pienso ahora- y es que trabaja bastante con la crueldad, que aparece de diferentes formas. Podría ser un rasgo de la época, no lo sé porque esto que digo es una cosa muy apresurada. Pero detecto la crueldad y en estos cuentos también está: una crueldad más del orden de la intimidad, lo cruel con uno mismo y no tanto del entorno o de fuerzas exteriores. ■

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ARIEL GRINBERG Narradora y editora. En sus cuentos aparece el dolor, pero también un humor sutil.

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