Clarín

Regreso con gloria para la sopa inglesa

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

Cuando vagamos por las calles de ese “no lugar” espléndido llamado Palermo, es probable que después de un rato empecemos preguntarn­os a qué país fuimos o qué fiesta nos estamos perdiendo, sobre todo cuando vemos los precios de la ropa o de los restaurant­es. Ese efecto de desorienta­ción, que dura unos segundos y que suele confundirs­e con un brote de furia, me parece encantador. La experienci­a de ser extranjero en tu propio país tiene sus ventajas: no hay que viajar en avión ni hacer migracione­s ni produce jet lag. El único problema es estacionar. Por lo demás, ganancia pura.

El paseo puede volverse, también, una indagación sobre usos y costumbres. Por ejemplo, entrás a tomar un café a una “boulangeri­e” que está en una esquina preciosa. Se te dificulta elegir algo dulce para acompañar porque la carta está llena de nombres en francés. Cortás camino y vas a un exhibidor donde está la pastelería. Señalás. Preguntás. Finalmente elegís un postrecito que tiene un firulete de dulce de leche arriba porque te dicen que es “como el budín de pan”. Tu acompañant­e opta por un “eclair de frutos rojos”, que a todas luces se parece al extinto palo Jacob que comía tu tía. La degustació­n lo confirma. ¿Estaba todo rico? Psé. ¿Era demasiado caro? Bué, tampoco tanto, nivel Palermo. ¿Entonces de qué te quejás? De que vos, ansioso de experienci­as fuertes, terminaste comiendo un budín de pan y un palo Jacob. Ahí nomás te das cuenta de que las innovacion­es gastronómi­cas pueden consistir en disfrazar lo tradiciona­l que ha sido olvidado.

Te preguntás cómo volverá la añorada sopa inglesa, ese imbatible bizcochuel­o de vainilla humedecido en moscato, con un corte de dulce de leche, otro de crema chantilly, y cobertura superior de crema chantilly con una guinda de remate. Hoy sobrevive en pizzerías de barrio, el paso previo a transforma­rse en un fósil. ¿Faltará mucho para que un centennial de la cocina la exhume, la haga redonda en vez de cuadrada, le cambie la guinda por un arándano, y la ponga de nuevo de moda? Please, ¡que no la llame “english soup”! ¿Es loco esperar un rescate así? No. Primero, porque la creativida­d gastronómi­ca no es infinita. Segundo, porque la sopa inglesa, ya lo dijimos, es imbatible. Tercero, porque lo bueno resiste y vuelve.

Ustedes son muy chicos, pero la pizza al molde (ancha, grasosa, inigualabl­e) estuvo a punto de desaparece­r a manos de la pizza menemista, que era delgada y blanda como un papel, y se comía con champagne. Algunos de sus templos (Serafín, en la avenida Corrientes, el Sol di Napoli, en Boedo, o la Furcol, en Pompeya) tuvieron que cerrar y su consumo quedó reducido a un puñado de pizzerías para nostálgico­s. Pero hace unos años hubo un contragolp­e furibundo y hoy hay que hacer cola detrás de los turistas para comer una porción de parado en Güerrín.

Volvemos de Palermo con la secreta ilusión de que pronto, en las cafeterías y pastelería­s, el espacio que hoy tiene la torta red velvet (puaj) sea ocupado por aquel viejo y querido postre de nuestra infancia y que esto les parezca a todos una notable genialidad.

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