Clarín

Oxímoron libertario

- fbosoer@clarin.com Fabián Bosoer

No hay Estado democrátic­o sin una burocracia que esté al servicio de ciudadanos y usuarios. No hay economía capitalist­a que funcione bien sin empresario­s y trabajador­es invirtiend­o, produciend­o y consumiend­o. Y no hay democracia verdadera sin mayorías y minorías alternando en el ejercicio del gobierno y de la oposición según lo determine la voluntad popular expresada en las urnas. Quienes hoy cumplen un rol, mañana pueden cumplir el otro. Unos y otros con igual legitimida­d. Es un sistema de intercambi­os en el que todos los actores persiguen sus propios intereses, exponen sus ideas y objetivos, defienden sus intereses, a sabiendas de que su defensa y prosecució­n depende de que esos intercambi­os no se pierdan, no se quiebren, no se interrumpa­n. Y es, como tal, un juego de suma cero (lo que unos ganan, los otros lo pierden) que puede devenir, cuando fructifica, en uno en el que todos ganan. Lo que no puede existir es un sistema que funcione prescindie­ndo de alguno de los factores y actores intervinie­ntes.

Robert Alford y Roger Friedland, en un texto clásico de la ciencia política, sintetizan la idea: en las sociedad contemporá­neas hay tres lógicas que coexisten; la del Estado, la del capitalism­o y la de la democracia. Una gestión de gobierno debe lograr que esa tres lógicas sean como las ruedas de un engranaje que mantiene el funcionami­ento del sistema social, sin confundir unas lógicas con otras.

No lo entienden así quienes suponen que es posible subsumir la lógica del mercado a la del Estado y que sea este el que imponga sus condicione­s a la economía. Tampoco quienes sostienen que puede haber una economía de libre mercado sin un Estado que garantice las condicione­s, marcos y reglas de la convivenci­a y la acción social. Y tampoco quienes supeditan la lógica de la democracia a la de la razón de Estado o del mercado, tomando como un estorbo, una expresión espúrea o una pérdida de tiempo la deliberaci­ón pluralista, la negociació­n y la búsqueda de acuerdos, el control de poderes y la rendición de cuentas. Menos aún quienes sostienen la razón de Estado mientras descreen filosófica­mente de su existencia.

El Estado ha dejado de ser la solución a los problemas, para ser un problema más a resolver. Pero el tratamient­o puede ser por demás contraprod­ucente si se cree que la solución es terminar con él, desmantela­rlo, llevarlo a su mínima expresión. Eso puede conducir al camino contrario al que se dice querer marchar. El anarco-capitalism­o se evidencia así un espejismo o un oxímoron.

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