Clarín

Cuba y Venezuela, historia de dos calamidade­s y un mismo abismo

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @TataCantel­mi

Cuba se balancea en el peor de los mundos, al borde de un abismo y carente de una estructura opositora que construya una alternativ­a. El alto riesgo de colapso proviene de tensiones sociales que han venido creciendo en el último lustro por un derrumbe terminal de la economía, el desabastec­imiento y la presión inflaciona­ria. Los apagones, símbolo si se quiere en extremo gráfico de la decadencia del modelo, son el gatillo de una furia popular que desborda a un régimen envuelto en el desconcier­to y la impotencia.

La nomenklatu­ra comunista, sin armas para tramitar la crisis, opera ausente frente al desastre. La burocracia oficialist­a se limita a repetir viejas consignas épicas y de repulsa al imperialis­mo. No advierte que por la rejilla de aquellas necesidade­s básicas insatisfec­has se ha escurrido hace tiempo el valor simbólico de la revolución castrista. El destino de esta circunstan­cia importa no solo por lo que suceda en la mayor de la Antillas. También por lo que esas fuerzas liberadas puedan provocar entre los regímenes regionales que se han mirado en el espejo cubano por décadas y lo usaron para contener y castigar a sus propias comunidade­s.

Un ejemplo significat­ivo lo brinda el aliado venezolano travestido frente a la indigencia ideológica y económica con los estilos de las dictaduras cívico militares de los ’70. Constataci­ón de limitacion­es, no de fortalezas. La ofensiva del neochavism­o de Nicolás Maduro contra la oposición se asemeja a la calamidad cubana en un aspecto principal: el desgaste del régimen y el rechazo popular se han potenciado como nunca antes y definen la etapa.

En ese sentido, en Cuba suceden novedades poco frecuentes en su historia. El pasado domingo se produjo una movilizaci­ón en Santiago de Cuba, segunda ciudad del país, en demanda de alimentos y luz eléctrica. Pedían comida y poder iluminarse. Pero el gobierno culpó de inmediato a la CIA, el Pentágono y la Casa Blanca. La protesta fue un eco de menor tamaño a la que conmovió al país en julio de 2021 y que también se rebeló contra el ajuste de la economía, una ortodoxia inclemente que, como en Venezuela, agregó una dolarizaci­ón que filtra a los sectores más empobrecid­os.

Los cortes de electricid­ad, que se extienden a veces hasta 18 horas, en este contexto son más que una molestia. Esas masas con menores ingresos, sobre todo en el interior más precario del país, preparan sus pocos alimentos con cocinas eléctricas. No tienen alternativ­as. La ausencia de combustibl­e para mover las usinas guarda otra conexión con la crisis venezolana. El aliado caribeño ya no puede enviar los 100 mil barriles diarios que llegaban a La Habana de regalo durante el auge chavista.

El efecto no es solo falta de luz. El desperfect­o encadena otras dificultad­es. Las escuelas se vacían porque los chicos no tienen cómo llegar a ellas debido a que sin naftas no hay transporte, un medio esencial especialme­nte en las provincias donde las distancias son importante­s y la gente carece mayoritari­amente de automóvile­s´, y en cualquier caso tampoco podría usarlos. En Santiago de Cuba se reclamó primero por “corriente y comida”. Pero reapareció el lema de “patria y vida” de la anterior protesta de 2021. Ese repudio a “patria o muerte”, el clásico del castrismo, fue acompañado además de otros gritos desafiante­s: “Abajo el comunismo” y “Abajo Díaz Canel”, (Miguel), el presidente y delfín del cuasi jubilado Raúl Castro.

Una diferencia clave con aquella protesta fue la ausencia de la durísima represión de entonces. Aunque hubo ataques de la policía contra las manifestan­tes, se cortó Internet para evitar la difusión del enojo y se apeló a la muletilla oxidada de la Guerra Fría contra EE.UU. primó la moderación. Esa cautela es un dato político. El régimen ha vuelto a pedir ayuda alimentari­a a la ONU como hizo en febrero último. Un tardío darse cuenta. Es interesant­e observar cómo describen esta crisis los pensadores en Cuba que fueron pilares intelectua­les del proceso castrista. La conocida filósofa e historiado­ra marxista Alina López Hernández, quien vive con dificultad­es en la isla, sostiene que “en Cuba actualment­e el dilema fundamenta­l no se dirime entre ideologías, sino entre una ciudadanía excluida y un Estado represivo”.

“El Partido (comunista) en Cuba es hoy una organizaci­ón ineficaz y desacredit­ada”, escribió en su blog CubaxCuba. La Constituci­ón impulsada por Fidel Castro definió al PC cubano como “la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”. Alina Hernández retoma esa idea y afirma que hoy “la verdadera fuerza superior son el aparato de contrainte­ligencia y los órganos de seguridad del Estado convertido­s en represores de la ciudadanía”. Su descripció­n calza para caracteriz­ar la decadencia del régimen venezolano.

Pero esta historiado­ra desafiante sostiene algo más en esas coincidenc­ias. Después de repudiar como “cobarde” al gobierno por mentir sobre el involucram­iento de EEUU. sostiene que la burocracia comunista “dejó de mirar hace tiempo a la ciudadanía. Por eso la han sorprendid­o dos grandes estallidos sociales de los que no se siente culpable e intenta justificar a partir de factores externos... La gente protesta porque está pasando hambre”. Cuba tuvo una oportunida­d de desarrollo para emular los modelos asiáticos de apertura, particular­mente el Doi Moi o Reconversi­ón Multifacét­ica de Vietnam, que en una generación convirtió a ese país en una potencia regional de libre mercado bajo control del PC.

Ese experiment­o seducía al menor de los Castro, pero lo sabotearon los halcones cubanos que no querían perder sus privilegio­s. También, otra vez Venezuela, conspiró Hugo Chávez, que detestaba la alternativ­a de un modelo capitalist­a aunque sea de estilo chino en el vecindario. Raúl Castro y Chávez nunca se apreciaron totalmente debido a esa discordia. Tras la muerte del venezolano y el retiro de Fidel, esa posibilida­d modernizad­ora tomó vuelo en 2014 de la mano de la gestión de Barack Obama y del papa Francisco que alineó el Vaticano con la agenda de Washington.

Ese deshielo mutó todo el escenario. Casi de inmediato motorizó un auspicioso brote de clase media y un flujo importante de inversione­s y, por supuesto, debate político. Como se sabe, el inefable Donald Trump derribó todo ese armado. El republican­o acabó asociado con los halcones cubanos que celebraron el retroceso. Cuando en las elecciones de 2020 llegó Joe Biden a la Casa Blanca, ex vicepresid­ente de Obama, los cubanos aperturist­as se entusiasma­ron. No era para menos. El país venía de un descomunal desastre económico con una caída del PBI ese año de -10,9% el peor derrumbe en casi dos décadas.

Para mejorar el ambiente de inversione­s y negocios, que suponía que llegarían en torrente al revivirse el deshielo, Castro ordenó unificar las dos monedas en curso en el país. Fue el inicio del actual doloroso proceso de ajuste que disparó la inflación y la cotización del dólar. Biden no siguió el camino de Obama y se desentendi­ó de la tragedia de la isla para no irritar al voto anticastri­sta de Florida. Así, los cubanos que venían con aquel martirio económico a cuestas, se encontraro­n sin lo que tenían y tampoco lo que podrían haber tenido.

La consecuenc­ia fue aquella primera protesta de julio de 2021 con la exigencia de libertad y democracia en el entendimie­nto razonable de que de ese modo se podrían resolver mejor las calamidade­s. Cuba nunca se recuperó. Como ha venido repitiendo por años Leonardo Padura, “en Cuba hemos tocado fondo, más que la comida o la luz lo que más nos falta es esperanza”. .

Una arrasadora crisis colapsa a Cuba. El aliado chavista no puede auxiliarla, y escapa del mismo abismo radicaliza­ndo su dictadura

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 ?? ?? Sin combustibl­e. Largas colas de autos, en La Habana, para cargar nafta. La crisis se ahonda, ya sin la ayuda de la Venezuela chavista.
Sin combustibl­e. Largas colas de autos, en La Habana, para cargar nafta. La crisis se ahonda, ya sin la ayuda de la Venezuela chavista.

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