Clarín

El golpe humillante de un jugador imprevisto y sin límites

Putin involucró a Ucrania en el atentado del ISIS-K para escapar del baldón de un ataque que no supo prever, pero sobre el que EE.UU. le había alertado.

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com

El atentado terrorista en la sala de conciertos en los suburbios moscovitas de Krasnogors­k, ha sido un golpe humillante para la narrativa de eficiencia y omnipotenc­ia de Rusia, y del propio Vladimir Putin que sostiene la noción de que nada debe ocurrir dentro de un país donde su régimen controla hasta el movimiento de las hojas de los árboles.

Apenas horas después de que la Federación anunció que se encontraba en “estado de guerra” en el conflicto de agresión que mantiene contra Ucrania, una escala presuntame­nte superior de vigilancia y alerta a interna, un grupo comando pequeño de extranjero­s se infiltró con comodidad en el país y generó uno de los peores ataques terrorista­s en Rusia en décadas.

El golpe fue superior en sus consecuenc­ia incluso al memorable del Teatro Dubrovka en Moscú en 2002 que dejó 109 muertos, menos que ahora. Pero además aquellas víctimas lo fueron a manos del operativo de rescate que filtró un gas venenoso en el edificio. Lo mismo que ocurrió en la escuela de Beslan, en 2004, con 334 muertos también bajo el fuego de las milicias rusas que se lanzaron impunement­e sobre la instalació­n sin cuidados por los inocentes. Esta vez, en cambio, fue todo sorpresa e iniciativa de los asesinos.

Aun más humillante es el episodio porque el “enemigo norteameri­cano” había advertido al Kremlin tan temprano como los primeros días de marzo, que había actividad terrorista creciente en Rusia.

Washington identificó la amenaza como provenient­e del ISIS-K de Afganistán, un sucesor o sosias de la anterior banda criminal ultraislám­ica que operó en Siria e Irak y fue desactivad­a en gran medida por la acción militar de Rusia. Putin desdeñó con desprecio el aviso estadounid­ense que deja en un lugar de ineficacia atronadora a los servicios de inteligenc­ia de su país.

No debe sorprender que Putin ahora fuerce los datos para culpar a Ucrania de este sangriento episodio, aun pese a que la banda terrorista difundió dos comunicado­s en Telegram adjudicánd­ose el hecho y brindando detalles.

El zar ruso actúa de este modo apuntando a Kiev para intentar mantener vivo el relato de la fortaleza rusa sorprendid­a en un festival de rock antes de que sea muy evidente la noción de las fallas del sistema. También, para convertir el horror por el episodio en una causa nacional que fortalezca el espíritu de la guerra que se ha sostenido en caracteriz­ar a Ucrania como la sede un diabólico nido nazi.

Toda la situación recuerda el inicio de la guerra hace dos años que fue lanzada con la seguridad de una operación de apenas días por unas Fuerzas Armadas descriptas por el líder del Kremlin como las más modernas del mundo. Pero en el terreno quedó claro que no había tal modernidad y que buena parte de las inversione­s destinadas a su mejoramien­to desapareci­eron en el pozo de la corrupción. Al mismo tiempo, los estrategas en el frente asombraban siguiendo los

No confundir, no es el anterior ISIS de Siria e Irak y posiblemen­te sea peor.

métodos vetustos de batalla de la Segunda Guerra Mundial.

La humillació­n de Rusia no es única. El ISIS-K ya había dado muestras de su audacia en Irán con el ataque del pasado 3 de enero en Kerman que causó 84 muertos. La operación ahí la realizaron terrorista­s con explosivos que superaron sin ser notados las barreras de seguridad en un acto multitudin­ario en conmemorac­ión del asesinato del general Qasem Soleimani, un héroe nacional.

Ese también fue un episodio humillante para la potencia persa que apeló primero a culpar a Israel, como ahora Putin con Ucrania, pero el peso de la evidencia la obligó a callar. No habrá ese realismo en el liderazgo del Kremlin.

El ISIS-K es una organizaci­ón que ha venido creciendo en silencio extendiénd­ose en Afganistán desde el regreso al poder de la dictadura Talibán, tras la salida tumultuosa de EE.UU. de ese país.

Estos terrorista­s causan frecuentes atentados contra el extravagan­te régimen afgano, pero su enemigo principal sigue siendo la teocracia de Teherán. A diferencia del grupo que lo precedió, aunque compartan el mismo universo de antagonist­as, es difícil determinar sus patrocinad­ores lo que lo hace más peligroso e imprevisib­le.

En los papeles son furibundam­ente sunnitas, la rama mayoritari­a del Islam y desprecian al shiismo dominante en la potencia persa. Su relato, que el anterior ISIS lo sostenía en su derecho a formar un Califato independie­nte con partes de Siria e Irak bajo su bota, es la reconstruc­ción de la provincia milenaria del Khorasan, de ahí la K distintiva en sus iniciales.

Ese espacio abarcaba la actual provincia del mismo nombre en Irán, y territorio­s en Uzbekistan (Samarcanda entre ellos), otros extensos en Tayikistán y todo el oeste afgano. Una fantasía en este presente que combina segurament­e con otras ambiciones más terrenales.

El auge del anterior ISIS se extendió por apenas unos años. Su capítulo más potente surgió en la guerra civil de Siria en 2011 durante la llamada Primavera Árabe. Fue un ariete de las fortunas árabes con el doble propósito de debilitar a Irán, que era su blanco excluyente, y combatir cualquier posibilida­d de que se extienda hacia esas fronteras la novedosa demanda de democracia que había estallado desde diciembre de 2010 en Túnez.

El éxito de aquella organizaci­ón, que lideraba Abu Bakr al Baghdadi el Samarrai, un clérigo amante del fútbol, conocido por esa pasión como Maradona en sus épocas de prisionero en la cárcel norteameri­cana iraquí de Camp Bucca, se evidenció en su poderío económico, el control de más de 7 millones de personas y un eficiente uso de la comunicaci­ón en las redes.

Sus golpes motivaron atentados de lobos solitarios en Occidente que se asumían como parte de la banda terrorista y atacaban blancos civiles, como en París con la masacre de Charlie Hebdo, del Bataclan o Niza, entre 2015 y 2016 fechas en las que se multiplica­ron atentados de supuestos combatient­es ultraislám­icos en otras ciudades de Europa, EE.UU. o Australia.

El peligro en este presente es que el efecto imitación renazca reflejado en aquel espejo deforme. Esta organizaci­ón ha dado ya muestras de capacidad para atacar fuera de su territorio en una estrategia nítida para ganar prestigio a costas aun de aquellos que se muestran como intocables. No confundir. No son el anterior ISIS y quizá sean aún peores.w

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Golpe brutal. El edificio con los daños del ataque, también se notan en los automóvile­s de los espectador­es que llegaron para el recital.AP

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