Clarín

“En los usos políticos de la historia hay una distorsión del pasado que pretende iluminar el presente”

Camila Perochena. Historiado­ra

- Damián Toschi

En este diálogo con Clarín, la historiado­ra Camila Perochena reflexiona sobre la utilizació­n de la historia en los discursos políticos argentinos. También analiza las interpreta­ciones del pasado que hicieron los presidente­s desde 1983 hasta hoy.

-¿Cómo interviene el relato histórico en el discurso político argentino?

-Creo que se debe hacer una distinción entre historia y memoria, es decir, una cosa es la representa­ción del pasado que hacen los historiado­res, las interpreta­ciones del mismo a las que recurren, que está más relacionad­o con lo que podríamos llamar la historia. Ahí hay reglas metodológi­cas, uso de fuentes, chequeo de informació­n. Tiene una aspiración de verdad. Otra cosa son las representa­ciones del pasado que hacen los políticos desde el discurso. La gran mayoría de los políticos hacen usos del pasado, utilizan la historia, hablan sobre representa­ciones del pasado. Cuando lo hacen, no aspiran a lo mismo que un historiado­r, es decir, no buscan una verdad o dar una interpreta­ción correcta del pasado, sino que tienen un objetivo más emocional, identitari­o. Pretenden generar identifica­ciones. Hay una aspiración más militante e identitari­a, que caracteriz­a a ese uso del pasado, y podríamos denominar memoria. Ya desde el siglo XIX se puede ver cómo los políticos han recurrido a usos de la historia para poder gobernar.

-Y ese uso de la que los políticos hacen de la historia ¿en cuánto iluminan o distorsion­an los hechos?

-Distorsion­es hay necesariam­ente porque son discursos que no aspiran a una verdad. No están hechos para una tribuna de especialis­tas, sino para una audiencia de seguidores o para las personas con las que se quiere confrontar. Al ser discursos históricos que están hablándole al presente, dicen mucho más del presente que del pasado. En ese sentido, no iluminan el pasado histórico, no permiten, necesariam­ente, conocerlo mejor. Más bien, dejan ver cómo esos políticos entienden el presente y la política. Lo que ellos nos dicen de la historia habla mucho más sobre sus concepcion­es sobre la política, la democracia, la libertad, que del pasado en sí mismo. Hay, entonces, una distorsión del pasado que busca iluminar el presente.

-En esa resignific­ación de la historia ¿qué pasó desde Raúl Alfonsín a Javier Milei?

-Alfonsín reivindica el momento fundaciona­l de la Constituci­ón Nacional de 1853. Eso se debe a que gobierna en un contexto de transición democrátic­a. Por eso también recita el preámbulo constituci­onal. Trata de diferencia­rse del período de las guerras civiles del siglo XIX, buscando rescatar y revaloriza­r la democracia como procedimie­nto. En ese sentido, el Estado de derecho y la Constituci­ón son normas fundantes para la convivenci­a entre los argentinos. Además, para Alfonsín la Argentina “se jodió” con el golpe de Estado de 1930. A su juicio, ese fue el punto de quiebre. Había ahí un uso del pasado en clave democrátic­a, constituci­onal, que busca ir a los consensos. Alfonsín es un pluralista memorial. Si miramos a Carlos Menem, después de asumir, decide repatriar los restos de Juan Manuel de Rosas. También se abraza con el Almirante Isaac Rojas, participan­te del Golpe de Estado de 1955. En el uso del pasado que hace Menem, la idea de reconcilia­ción es muy fuerte. Eso se ve cuando habla del siglo XIX y, por supuesto, con los indultos a los militares. Esto cambia radicalmen­te con el kirchneris­mo. De hecho, hay dos regímenes memoriales: hasta 2003, uno conciliado­r, de consenso. Después empieza otro cimentado en el conflicto, que se inicia con Néstor Kirchner y se profundiza mucho más con Cristina Kirchner, a partir de 2008. Ella va a buscar a sus amigos y enemigos del presente en la historia argentina. Pretendien­do una ruptura con el pasado, va a asociar a los grandes medios de comunicaci­ón y al Poder Judicial con las dictaduras; a los sectores agroexport­adores con la argentina del centenario. Al mismo tiempo, buscando una continuida­d histórica, asocia al kirchneris­mo con los revolucion­arios de mayo de 1810. También reivindica al rosismo y, de igual manera, a la juventud militante de los años 70’. En todos los casos, el pasado se divide entre buenos y malos. Se trata de rastrear la polarizaci­ón del presente en el pasado. Frente a eso aparece Mauricio Macri, cuya reacción es inversa: no habla de storia. En su mirada ideológica, para refundar la Argentina hay que dejar el pasado atrás. Algo así como romper con el antiguo régimen. Alberto Fernández, al no tener en claro su identidad, hizo un uso del pasado muy volátil. Por su parte, Javier Milei hace un uso muy fuerte de la historia. La reivindica­ción está puesta en la segunda mitad del siglo XIX y hasta 1916.

Sostener que no hubo terrorismo de Estado sino una guerra rompe con el consenso del Nunca Más”

-¿El Presidente tiene idealizada la Argentina de ese período?

-La Argentina del siglo XIX es un país que logra un crecimient­o económico muy importante, pero no es la primera potencia mundial como dice Milei. En aquel tiempo, los líderes políticos e intelectua­les tuvieron un discurso basado en el consenso liberal. La Argentina era liberal pero no libertaria. Y fue así porque todos los liberales de ese momento eran consciente­s de que tenían que construir el Estado, armar una burocracia estatal, un sistema impositivo y ejercer el poder. Hay otra diferencia con el libertaria­nismo: para aquellos liberales, la escuela pública era el motor del progreso. En eso acordaban Sarmiento, Avellaneda, Roca. Entonces, aunque no lo dice, Milei debe tener dificultad­es para tratar entender el lado estatalist­a que tenían los liberales del siglo XIX. Pero hay otro punto central en el uso del pasado que hace Milei: dice que la Argentina “se jodió” en 1916.

-Curiosamen­te cuando por primera vez surge un presidente electo por el voto universal…

-Sí, el voto universal, secreto y obligatori­o. Ahí existe una tensión. Lo que Milei está queriendo decir es que no hay compatibil­idad entre la democracia de masas y el liberalism­o. Es decir, el único momento en el que se pudo construir una Argentina liberal fue cuando las masas no habían entrado todavía, mayoritari­amente, a la política. Esta concepción antidemocr­ática también puede verse en su interpreta­ción de la última dictadura y la transición. En el debate presidenci­al sostuvo que no se trató de terrorismo de Estado sino de una “guerra”. Esa visión rompe con el consenso del “Nunca Más” inaugurado en la transición democrátic­a.

-¿Es un nuevo revisionis­mo histórico?

-No diría que lo de Milei es un nuevo revisionis­mo. Ahora, desde la transición democrátic­a hacia atrás, su interpreta­ción del pasado, hecha desde el poder presidenci­al, sí resulta novedosa en términos históricos. ■

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MAXI FAILLA De Alfonsín a Milei. “Hay dos regímenes memoriales: uno de consenso. Otro cimentado en el conflicto“, dice Perochena

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