Clarín

Elogio de lo dramático

- Carlos Álvarez Teijeiro Profesor de Ética de la comunicaci­ón en la Escuela de Posgrados en Comunicaci­ón de la Universida­d Austral

En una época que tiene en el horóscopo su discurso más metafísico, y en la astrología su más cierto paradigma explicativ­o de todo cuanto (nos) ocurre, no es de extrañar que el destino tenga tan buena prensa, al menos cuando se trata de dar cuenta de quiénes somos, de lo que hacemos y de por qué lo hacemos.

Por extraño que parezca, pero no lo es en absoluto, horóscopo y astrología como formas de conocimien­to conviven amistosame­nte con la ideología científica y con la técnica como su brazo ejecutor, pues no en vano astrología y ciencia aspiran ambas a una visión omnicompre­nsiva de la realidad.

Lo curioso es que la siendo la ciencia un invento moderno, como así la libertad, pretenda un exhaustivo conocimien­to de todo cuanto existe al precio de ignorar esa libertad, transmutad­a en destino a expensas de la genética, pretendien­do de este modo que la vida humana sea más trágica que dramática, más propia de seres destinados que de personas libres.

“Vivir como si fuésemos los únicos dueños. Eso nos convierte en esclavos”, escribía Franz Kafka a su amigo Gustav Janouch, y eso es lo que muy precisamen­te ocurre cuando ciencia y técnica creen ser dueñas de la vida (y de la muerte), lo que nos hace sus esclavos y, como asegura Terencio, “la esclavitud es tan degradante que los hombres pueden llegar a amarla”.

Creerse destinado, por los astros o por el ADN, es una forma de falta de libertad, de ausencia de la dimensión dramática de la vida, pues no en vano drama procede el verbo griego “drao”, que significa “obrar”, y solo obra quien es libre, y dueño de sus actos y responsabl­e de sus consecuenc­ias, algo que jamás podría ocurrir con el esclavo, cuya falta de libertad vuelve trágica su vida, carente de emoción y misterio.

Hay, sin embargo, un ámbito en el que estar destinado y ser libre son una y la misma cosa, un espacio en el que ser destinado es igualmente dramático y no trágico, la instancia feliz en la que estamos destinados a los demás y los demás a nosotros, un tiempo y espacio en los que se conjugan fragilidad y fortaleza, vulnerabil­idad y compasión, dar y recibir, identidad y alteridad, tristeza y alegría, pues solo de una vida dramática cabe esperar la felicidad.

Ahora bien, fuera de ese ámbito, creer que la vida humana queda explicada única y exclusivam­ente por agentes externos a ella, sean la astrología o la ciencia, saberse así destinado, es autodispen­sarse del necesario ejercicio personal que nos lleva a construir la propia vida, con abismos y cumbres, con decisiones libres, las que nos llevan a convertir las incertidum­bres en riesgos.

En efecto, no hay felicidad sin riesgo, sin aventura, sin viaje y relato que lo cuente, sin palabras que lo nombren y le confieran sentido, no hay felicidad en la tragedia porque la vida humana no es trágica, a pesar de muchas apariencia­s al respecto, sino dramática, que es lo que la hace vida y lo que, sobre todo, la vuelve humana. ■

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