Clarín

Los mapas de la memoria

- Raquel Garzón rgarzon@clarin.com

La voz es grave, solemne. Tanto como para teñir la Glorieta de Bilbao y la primavera madrileña con acento del Caribe: “Fidel Castro, ¿dónde estarás?”, pregunta. “¿En el cielo? ¿En el purgatorio? ¿O en el infierno?”. Quizás porque a esta altura del siglo no sobran creencias de ultratumba o porque el gesto se asume como parte de la locura que imprimen las ciudades, nadie se altera. Nadie tuerce el paso ni responde. Si queda nostalgia de o enmienda a aquella revolución, aquí y ahora se reducen a esta postal: un afrocubano que habla a solas, perdido, a 10 metros de la boca del subte.

En “La vida fácil”, uno de los libros que recomienda este mes la biblioteca de mi barrio, la poeta italiana Alda Merini (1931-2009) retoma el tema de su propia enfermedad mental. “Un sagrado electrosho­ck me salvó de la gran ilusión y en ese momento comenzó mi aventura con Juana de Arco (…) El hecho es que sigo llevando mis botas de montar y declarando la guerra a todo el que se me pone enfrente”, afirma.

Merini se codeó con los arrabales y fue una escritora tan popular, que a su velorio asistieron incluso vagabundos. Pasolini ponderaba su intuición y Dario Fo llegó a proponerla para el Nobel. Precoz como poeta, también lo fue como paciente: la internaron en un psiquiátri­co de Milán, por primera vez, a los 34 años. Pero nunca transó con la idea de que la locura condujera a la poesía.

La suya es una literatura escrita en momentos de dolorosa lucidez. “Mi hermano ya no cree en mí”, cuenta, “sólo confía en los médicos: lo he perdido”.

Por azar, me llevo a casa el libro de Merini, el día que se difunden las imágenes del 69º cumpleaños de Bruce Willis, diagnostic­ado con demencia frontotemp­oral, otra misteriosa enfermedad neurológic­a, que despersona­liza en forma progresiva. Y no puedo evitar sentir congoja por ese hombretón, que le puso el cuerpo a películas que no olvidamos (“The Story of Us”) y que él, tal vez, ya no recuerde. En “Luz de luna”, la serie de misterio y romance que coprotagon­izó con Cybill Sheperd en los 80, cuando había que esperar una semana para ver el capítulo siguiente, Willis nos robó el corazón.

Fue hace un mar de vida y en esas fotos todavía sonríe como si no existiera el miedo. Ojalá sea cierta también para él aquella idea de “Sexto sentido”, otra peli suya: “A veces la gente piensa que pierde cosas, pero en realidad no las pierde. Sólo se mueven”. ■

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