Clarín

El bien-estar en la cultura

- Joaquín Mirkin Licenciado en Ciencia Política (UBA), consultor internacio­nal en Liderazgo y Asuntos Públicos. Director de Mirkin Consulting

La espontanei­dad de los chicos es asombrosa. Papá, ¿qué estudian los presidente­s?, preguntó mi hijo menor, de 10 años, durante la cena familiar mientras conversába­mos sobre actualidad mundial. En una era de cambios tectónicos y de transforma­ciones cuánticas en materia de vínculos sociales, valores, tecnología, geopolític­a y liderazgo, ¿están capacitado­s los presidente­s para conducir los destinos de una Nación?

¿Prevalecer­á la cooperació­n entre Estados Unidos y la República Popular China tras la elección presidenci­al del 5 de noviembre? ¿Podrá la Unión Europea salir de su irrelevanc­ia? ¿Habrá guerra directa con Rusia en el quinto mandato de Vladímir Putin? ¿Dónde se inserta América Latina?

Mientras tanto, vencen los “distintos” en la política occidental, los disruptivo­s, que ganan rápidament­e el espacio vacío ante un establishm­ent en parálisis. Las identifica­ciones tradiciona­les se diluyen, las lealtades a las marcas se evaporan, irrumpe “lo nuevo”.

¿Comprenden los líderes que se les exige resultados positivos para el bien común?

La cultura ha sido central en la obra de Sigmund Freud (1856-1939), el fundador del psicoanáli­sis. La civilizaci­ón impone restriccio­nes a los impulsos individual­es en aras de la convivenci­a social. Paradójica­mente, cuanto más se desarrolla la cultura, más crece el malestar. Sin embargo, Freud introduce también el concepto de sublimació­n, la posibilida­d de canalizar las energías reprimidas hacia el arte, la ciencia o la religión (El malestar en la cultura, 1930).

Resulta inadmisibl­e observar hoy la casi nula preparació­n de los líderes actuales, el escaso espacio que dedican a su autoconoci­miento, a la reflexión, a diseñar y trazar mapas de ruta sobre sus estrategia­s y acciones de forma profesiona­l.

Freud analiza también el Por qué la guerra (1932) en diálogo con Albert Einstein, quien hace esfuerzos por evitar una nueva conflagrac­ión tras la Primera Guerra Mundial. Pero Freud es más escéptico y reconoce la dificultad de erradicar las pulsiones de muerte. A pesar de ello, acepta que “todo lo que trabaja en favor del desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra”.

Es precisamen­te en el territorio del autoconoci­miento, el arte, la ciencia, y una espiritual­idad compartida donde reside la esperanza y la posibilida­d de bien-estar. Nutrirse y “sublimar” en torno a la cultura resulta imprescind­ible para el progreso.

Pareciera que todo girara hoy en torno a la actuación, la imagen y al espectácul­o. Resulta insuficien­te. Lo que verdaderam­ente importa son los resultados y cómo los mismos son percibidos por una sociedad exigente y demandante.

Es por ello que resulta indispensa­ble contar con espacios para la introspecc­ión, donde puedan trabajarse cuestiones vinculadas con el carácter y la personalid­ad.

“El contenido es el Rey”, sostuvo Bill Gates (1996) para señalar que lo más importante en la comunicaci­ón es el contenido, la historia que se cuenta, las palabras y las formas. Y es allí donde se libran y ganan las batallas.

Ante este panorama, el liderazgo cultural con foco en la efectivida­d es una vía poderosa para el progreso. También para evitar la prolongaci­ón de las guerras y contrarres­tar los autoritari­smos que acechan en el horizonte con la continuaci­ón de crisis, como señaló Freud en La psicología de las masas (1921), anticipand­o lo que vendría pocos años después. Los caminos por delante pueden ser muy disímiles. Una etapa con mayor cultura, prosperida­d y bien-estar es posible. ■

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