Clarín

“El mayor premio es vivir de lo que amo y, con 50, seguir haciéndolo”

En abril estrena en Calle Corrientes un espectácul­o de su creación: “Hernán Piquín, el último tango”. Radicado en España, dice que lo suyo es la resilienci­a y el trabajo.

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Para dos minutos que vamos a estar en esta vida, ser infeliz no tiene sentido”, promueve un renovado Hernán Piquín. Pero no son sólo dichos al pasar los que el virtuoso bailarín y coreógrafo, recién aterrizado en la Argentina pero instalado hace más de cinco años en España, desliza a cuenta de su regreso.

“A mí me maneja el corazón, no la mente. Cuando me siento bien en un lugar me arraigo, todo ok. Pero cuando dejo de estar contento me voy a buscar otro. Esta es mi casa en Granada (señala). Ahora vivo en la montaña”, comenta a Clarín entre sorbos de gaseosa light y un carrete de postales del celular dignas de enmarcar por su paisaje.

“Si bien allá estoy súper bien y por diez euros tenés pasaje de ida y vuelta a cualquier lugar de Europa, la tierra y la sangre siempre tira”, agrega.

De nuevo en las calles porteñas, el viajado artista no repara en el jet

lag cuando se trata de ensayos. “Llegué un lunes y el martes ya me vine al teatro”, reconoce la cabeza de un nuevo proyecto, de espíritu tanguero, que ya se deja espiar en la marquesina del teatro Apolo. Hernán

Piquín, el último tango, espectácul­o que ideó, dirige y protagoniz­a el bicampeón del Bailando por un

sueño, estrena el 4 de abril en Calle Corrientes, en el Teatro Apolo.

“El mayor premio es vivir de lo que amo y, con 50 años, seguir haciéndolo. Luché mucho por eso. Yo vivía en Villa de Mayo y a los 10 años me levantaba a las 5 de la mañana para ir al Teatro Colón. Cuando había paro, me tomaba cuatro colectivos. Pero no hablo de sacrificio, porque para mí no lo fue. Tampoco me gusta ostentar. Vos entrás a mi casa y tenés el living, una habitación con una cama de masajes, pero nunca vas a encontrar un premio”, advierte el coreógrafo de élite cuya recompensa se reduce a volver a pisar las tablas.

Esta vez, a dúo con Soledad Mangia, “una bailarina tremenda de Paraná”,

tres parejas que harán tango de salón (Analía Morales, Gabriel Ponce, Débora Agudo, Ale Adrián, Mora Sánchez y Nahuel Tortosa) y el cantante Luciano Soria, en un viaje que explora la complejida­d del amor al compás de 23 hitos tangueros. “Pasan cosas muy interesant­es para poder contar desde el baile. Es el último tango, pero espero que no sea el último”, dice.

-Nunca es “el último”...

-Espero que no. Y si lo es, segurament­e después haré algo de teatro no tan bailado, sino más de texto. Una obra que me propusiero­n hace años y también una participac­ión especial en un concierto de piano, que se llama Origen, de un artista español que van a traer en junio. Pero El último tango es todo mío. Es la historia de María de Buenos Aires y Eugenio. Una bailarina consagrada del tango y un bohemio, ex bailarín que vuelve al país. Lo escribí estos meses en España. Siempre que estás afuera, ves bailarines de tango en cualquier parte, hasta en el subte.

-Como dice uno de los clásicos que interpretá­s en escena, siempre se vuelve a Buenos Aires.

-Con ese abrimos. Y es así. Yo siempre lo sentí desde chico, cuando a los 16 viví en Londres y, a partir de ahí, siempre pensás en volver. Aunque estés afuera y estés bien, siempre sos extranjero y te tira. Si bien tengo pasaporte europeo y familia española, siempre que estoy fuera quiero volver a ver a mis amigos, familia, al asado y al mate.

-Uno de tus lemas teatrales es que el público que te va a ver se lleve algo más. ¿Qué crédito extra te llevas vos de este intercambi­o?

-A mí me encanta que se emocionen con lo que ven, es lo que busco yo cuando voy a un espectácul­o. Quizás no con el artista principal y sí con el último que está en la fila. También despertar las ganas de la gente joven. Eso me pasó cuando estuve en Showmatch. Hoy en día, todavía me dicen: “Yo empecé a bailar gracias a verte en la tele”.

De hecho, yo arranqué por un programa en ATC (Hoy TV Pública) que se llamaba: Noches de gala.

Y cuando les dije a mis viejos que quería bailar ballet clásico, desde los 4 años, me mandaron a natación, tenis, patín, gimnasia deportiva. Hasta al psicólogo me mandaron para ver por qué tenía esas ganas de bailar. Me acuerdo que fui tres miércoles y,al cuarto, el psicólogo los citó a ellos.

Flechado sin remedio, el tiempo le dio la razón y el don para ejercerlo sin techo ni fronteras. “A mis 9 años, el pediatra que me atendía era abonado del teatro Colón y un día me trajo las bases que llenamos con mi mamá. Éramos 2500 inscriptos y en el último de 7 exámenes, quedamos 17”.

Militante del detalle, prioriza los ensayos aún con los días contados en su Buenos Aires querido. “Yo soy así. Cuando estoy de vacaciones me encanta salir, caminar las ciudades de noche cuando están vacías porque soy muy noctámbulo. Pero cuando trabajo estoy muy concentrad­o. He bailado una gira con Julio Bocca con el dedo gordo del pie fracturado, con 40 de fiebre en doble función, porque es muy raro que la suspenda”, admite el abanderado voraz de la disciplina.

-¿Te permitís fallar o tampoco?

-Yo no puedo fallar, no me lo permito. Puedo ser mi peor enemigo. No me voy a subir al escenario si siento que no estoy apto. No me voy a poner una remera ajustada si sé que tengo un kilo de más. Intento quitármelo y lucho para po

nerme la remera. Me pongo metas y hasta que no lo logro, no paro.

Las deudas del Bailando

-¿Fuiste tan crítico con vos en tu rol como jurado debutante del “Bailando”? Daba la sensación de que no terminaste de acomodarte en ese juego mediático.

-Es que no pude ser lo que quería ser. Porque el programa necesita un jurado conflictiv­o, que pelee y yo no puedo. Me decían: “Necesitamo­s que seas más duro”. Y cuando me lo pedían, lo era, pero me sentía súper mal. De hecho, les dije: si no están contentos, doy un paso al costado. Pero el programa me dio mucho y estaba en deuda también ¿Tomar distancia de la televisión fue una desintoxic­ación para volver a las bases?

-Yo nunca dejé de bailar. Estaba en el programa, pero seguía haciendo gira. De hecho en este último Bailando me llamó Tinelli para que volviera a bailar, pero no pude.

-En 2010 tuviste un accidente automovilí­stico en el que volcaste y te deja casi sin poder volver a bailar. ¿Sos un resiliente de esta vida?

-Mirá, (Se corre la parte alta de la remera) tengo una placa de metal con ocho tornillos, se me fracturó la clavícula, la quinta vértebra cervical se me partió y estuve a tres milímetros de quedar cuadripléj­ico. No iba a poder bailar más me dijeron los médicos y tuve que dejar el ballet clásico.

Pero creo mucho en el destino y la energía que uno maneja. Que si nos suceden cosas es por algo. Las veces que me robaron me podían haber matado y no sucedió. Y sé que mi abuela siempre me cuida. Cuando me robaron y fueron 14 disparos y la bala entró al coche por la patente, pegó en un hierro y cayó.

-¿Coqué país te encontrast­e en esta vuelta?

-Lo que hay que darle es tiempo, porque en tres meses... Todos esmingo, tos años todos vimos que habían bolsos con dineros que aparecían y desaparecí­an, vimos cajas de seguridad con dólares que decían: “no sé de donde salieron”. Tratar de ordenar todo eso ahora, te la regalo. No quisiera estar en los pantalones del presidente ni de la gente de política.

-En algún momento lo quisiste, cuando te postulaste para concejal...

-Sí, pero lo mío era más cultural, proyectos de cultura. Y lo único que le pedía a Juan Martín Tito, que va a ser el próximo intendente de Pilar, es no tener un sueldo, para evitar que digan: “Este se va, es un ñoqui porque no está trabajando”. Lo hacía por la cultura.

-¿Qué lectura hacés de los recortes anunciados por el gobierno?

-Es muy jodido. Pero también la tenemos que vivir... Vivíamos una mentira. Hoy se están viendo cosas turbias, como que en algunas provincias no tengan dinero para darle agua a una población y sí para contratar a una artista y pagar 200, 300 mil dólares. Es fuerte. Sé que es una situación difícil, porque lo vivo con mi vieja que es jubilada, pero necesitamo­s abrir los ojos. Y si solucionar­lo es recortando, sí, es una macana. Recaerá en nosotros.

-¿Encontrast­e la tranquilid­ad que buscabas en España?

-Sí, es otra mentalidad. Desde que duermo con las ventanas abiertas de la casa a dejar el coche abierto porque vivo en un barrio cerrado. Es una casa en La Herradura, Granada, donde todo el año es verano.

Y recalca: “Un día aprieto para cerrar el portón del garaje, que tiene una puerta en conexión con toda la casa y cuando vuelvo lo veo abierto. Entré a los gritos y no había pasado nada. Yo hablo mucho con mi vieja, de 80 años, de llevármela a vivir a España, pero quiere quedarse acá, con sus plantas. Yo allá vivía con mi pareja, Agustín Barajas, con el que estuve 5 años, pero me separé en junio”.

-¿Otro reinicio en tu vida?

-Sí, hablamos y llegamos a un acuerdo. Entre la distancia, las carreras, la edad... Porque él tiene 35 y yo 50. Quizás yo soy más de tirarme al sofá a ver una peli y a los 35 tenés ganas de salir. Y su mamá, que tiene llaves, va a mi casa ahora que no estoy a regarme las plantas porque quedamos súper bien. Obviamente estar acompañado es más divertido, porque soy muy de compartir, del detalle y las tonterías... Pero no me gusta amargarme ni me enrosco. Soy más “sí o no”. Yo siempre busco ser feliz, esa es mi búsqueda.

Yo no puedo fallar: no me lo permito nunca. No voy a subir al escenario si siento que no estoy apto”.

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ARIEL GRINBERG Volver. Aunque vive en Granada, regresó para montar su propio espectácul­o de tango.
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ARIEL GRINBERG Porteñísim­o. “La tierra y la sangre siempre tiran”, dice.
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Días de gloria. Estrella del “Bailando”: ganó dos veces el certamen.

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