Clarín

Crimen del ingeniero en Pilar: declaró la viuda y complicó a la empleada doméstica

- Natalia Iocco niocco@clarin.com

Sobre la muerte de Roberto Wolfenson (71), primero, dos médicos dijeron que había sido producto de un infarto, pero la autopsia determinó que al ingeniero electrónic­o lo asfixiaron hasta matarlo. Un mes sin móvil, sospechoso­s ni una hipótesis certera del crimen terminó con cruces entre Graciela Orlandi (70), la pareja de Wolfenson desde hacía 18 años, y los hijos de él, producto de una relación anterior.

El sábado allanaron la casa de Rosalía Soledad Paniagua (34), quien trabajó en el lote 397 de La Delfina desde el 2 de febrero. La mujer había sido recomendad­a por un portero del barrio y tenía que cumplir tareas hasta el 29 de febrero. Fue la última que vio con vida a Wolfenson y terminó detenida por el crimen, luego de que encontrara­n en su casa algunos objetos robados.

Esteban y Laura Wolfenson, que delegaron su representa­ción en el abogado Tomás Farini Duggan, apuntaron contra el móvil económico y pidieron informació­n bancaria y sobre alguna posible herencia de su padre. Pidieron movimiento­s bancarios, cuentas en el exterior y se llevaron documentac­ión de la casa que compartían Orlandi y Wolfenson. Pero la causa terminó encaminada en otra dirección. Nada hacía sospechar de la empleada, sobre todo después de que la autopsia determinar­a que murió el 23 de febrero. Paniagua dejó La Delfina el día anterior.

Pero una serie de indicios terminaron por derivar en su detención y en la conclusión de que Wolfenson fue asesinado el jueves 22 de febrero entre las 10 y las 13.

Graciela Orlandi se presentó a declarar en la Fiscalía de Germán Camafreita con su abogado, Alejandro Broitman. “Habíamos tenido situacione­s de disgusto cuando lo quisieron asaltar. Él venía con dinero, nos apuntaron dos muchachos y él se defendió bien, tenía mucha fuerza, no se achicaba con nada”, contó la viuda. Fue poco antes de que se mudaran a Brasil y antes de vivir en La Delfina.

La mujer reconoció que tenían discrepanc­ias en relación a la vida en el country. Decidieron mudarse durante la pandemia, en busca de más espacio verde y “una casa con pileta”. Pero nunca se adaptó. “Estoy deprimida, estaba deprimida en el lugar, perdí mucho el contacto con mi familia, el lugar es tranquilo pero muy silencioso. Es extraño no ver a niños jugar”, contó y relató las últimas horas antes del crimen. Detalló que vio a su pareja por última vez el 17 de febrero, antes de viajar a Villa Gesell con su hija y su nieto. Roberto la llevó hasta el departamen­to de Devoto y la iría a buscar el 23 de febrero después de su clase de piano, a las 16.

“El jueves me avisó que los pintores habían limpiado el techo del garaje de la casa y me dice ‘pensaba que les trajeras unos alfajores porque lo hicieron de buenos. Entonces el jueves salimos con mi hija a comprarlos. Le mando la foto de los alfajores el jueves 22 y me contesta con un corazón. Eran las 10.46”. Sería el último mensaje que recibiría de su pareja.

“Después le mando una foto de un jardinero muy bueno, prolijo, que estaban recomendan­do en el barrio, pero ya no responde. Eso fue el viernes 23”, aclaró.

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