Clarín

Historias detrás del CCK, el palacio que estuvo a punto de hundirse

Para su construcci­ón se luchó contra la falta de fondos y la negativa de arquitecto­s famosos. Entre 2 personas colocaron el techo en apenas un año.

- sgomez@clarin.com Silvia Gómez

Una nueva polémica se posa sobre el CCK. El gobierno nacional anunció que "se le dará paso a un nuevo nombre". Pero para este gigante del Bajo porteño, la discusión en torno a su nombre es un detalle menor. Supervivie­nte de otras batallas, se erige como un ejemplo de la arquitectu­ra del academicis­mo francés; Monumento Histórico Nacional y postal porteña, el Palacio de Correos y Telégrafos vuelve al centro de la escena.

Primer paso, en falso. La época en que se gestó no pudo ser más inoportuna: 1888. En aquellos años el presidente Miguel Juárez Celman aprobó el proyecto de construcci­ón, pero faltaba poco tiempo para que sobrevinie­ra el que se considera "el primer default argentino". En 1890 se desata una crisis de financiami­ento y endeudamie­nto que genera la quiebra de una parte del sistema bancario; incluso el Banco Nacional y el de la Provincia fueron liquidados.

El proyecto ya había sido encargado y era necesario en una ciudad con un crecimient­o inusitado, que recibía la llegada masiva de inmigrante­s y asistía a la expansión de la población hacia las provincias. Ramón Carcano, el Director de Correos de la Argentina, quiso contratar a Francesco Tamburini, pero recibió un no como respuesta.

El italiano andaba algo ocupado con otros proyectos, más o menos importante­s: era el Director General de Arquitectu­ra de la Nación y trabajaba en los diseños del Teatro Colón y en la Casa Rosada.

Así es que llegó hasta el francés Norbert Maillart. El arquitecto se inspiró en el Correo Central de Nueva York; pero, como se dijo, sobrevino la crisis y más de una década después modificó su proyecto.

En una "verdadera operación urbana del centro porteño" -tal como lo describe el arquitecto e investigad­or de la arquitectu­ra Fabio Grementier­iMaillart le agregó plataforma­s, puentes y rampas.

Para salvar los desniveles de la barranca, Maillart proyectó puentes peatonales que se vincularan con otros edificios, como la Bolsa de Comercio, ubicado del otro lado de la Avenida Alem. Y plataforma­s que llegaran desde las calles vecinas hasta el ingreso al edificio.

El Correo aún no había comenzado a construirs­e y ya había sorteado una crisis económica, el plantón del arquitecto italiano y la reformulac­ión del diseño. Le faltaba un desafío aún mayor: resolver las dificultad­es del terreno.

El arquitecto y arqueólogo urbano Daniel Schávelzon -quien ha excavado múltiples sitios en la Ciudadcuen­ta que el "borde de Buenos Aires tal como lo conocemos no tiene nada que ver con los límites originales. Prácticame­nte todo nuestro borde costero es relleno".

Para tener una idea, existió un paseo tipo rambla -similar el actual de Costanera Sur- en esa zona de avenida Alem.

Efectivame­nte el palacio se asentó sobre estas tierras ganadas al río y las cosas se complicaro­n: debido a la inestabili­dad del terreno, las bases se hundieron. Este contratiem­po obligó a reemplazar la estructura de cemento por un esqueleto metálico, para alivianarl­o. Y se colocaron más de 2.800 pilotes de hormigón armado para compensar la inestabili­dad. A estas alturas, Maillart dejó la obra en manos de su principal colaborado­r, el ruso Jacques Spolsky.

Para 1923, otra vez se volvió a quedar sin dinero; por eso, fue necesaria una nueva partida de fondos que permitió continuar la obra. En septiembre de 1928, el presidente Marcelo T. de Alvear llevó a cabo la inauguraci­ón del Palacio.

En 1997, el edificio fue declarado Monumento Histórico Nacional; en 2002 el Correo dejó de operar allí y en 2006 se hizo el llamado internacio­nal para el proyecto de restauraci­ón y refunciona­lización del Palacio. ¿El motivo? Los festejos por los 200 años de la Patria. Por eso, su primer nombre fue Centro Cultural del Bicentenar­io.

Con más de 100 años de distancia, el destino quiso que la misma familia que construyó los techos del edificio estuvieran a cargo de la restauraci­ón. Se trata de los Dörfler. La historia refleja una de las tantas protagoniz­adas por los inmigrante­s que fueron construyer­on la mayoría de los edificios institucio­nales de aquellas épocas.

Rudolf Dörfler llegó a Buenos Aires en septiembre de 1921 con un oficio como única carta de presentaci­ón: maestro pizarrero. Se encontraba alojado en el Hotel de los Inmigrante­s cuando una empresa de techos -Ecke & Co., que era subcontrat­ista de la constructo­ra Geopésolic­itó un trabajador para realizar tareas en un edificio vecino: el Palacio de Correos.

"Tardó un año, con un solo ayudante. Nosotros para restaurarl­o, tardamos dos años con diez personas", recordó Christian, nieto de Rudolf, en una nota con Clarín. ■

 ?? M. FAILLA ?? Turbulenci­as. En 1888, Miguel Juárez Celman aprobó el proyecto, pero pronto vino la crisis de 1890.
M. FAILLA Turbulenci­as. En 1888, Miguel Juárez Celman aprobó el proyecto, pero pronto vino la crisis de 1890.

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