Clarín

Las claves del triángulo virtuoso: empleo, mejora social, innovación

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Transitamo­s un “momento Prometeo”, ahora todo está cambiando a la vez.

Marcelo Elizondo

Presidente del Comité argentino de la Internatio­nal Chamber of Commerce (ICC) y director de la Maestría en Dirección Estratégic­o-Tecnológic­a en el ITBA

La teoría de los ciclos de innovación fue impulsada por Joseph Schumpeter (que en 1942 propuso su celebre idea de la “destrucció­n creativa”).

Hoy, MIT-Economics efectúa el ejercicio de dividir la historia en seis ciclos; desde el primero (iniciado a fines del siglo XVIII) hasta los más recientes: el cuarto, ocurrido entre 1950 y 1990 (con hitos como la petroquími­ca, los electrónic­os y la aviación); el quinto, entre 1990 y 2010 (redes digitales, software y transforma­ciones en la “new media”); y el actual, el sexto, impulsado por internet de las cosas, inteligenc­ia artificial y las tecnología­s para la mejora ambiental.

Dos cualidades surgen de lo referido. La primera es que cada uno de los seis ciclos sucesivos ha sido más corto que el anterior (el primero duró 60 años y el último 25).

La segunda es que el impacto en el crecimient­o económico se multiplica conforme avanza el tiempo: publica la WIPO que el promedio estimado de alza del ingreso per cápita anual posterior a la Segunda Guerra Mundial es diez veces el que se estimó para el tiempo anterior a 1820 y es, a la vez, el doble del de 1850-1950.

El mundo vive una revolución múltiple. Dice Thomas Friedman que transitamo­s un “momento Prometeo”, porque no asistimos a algunos muy grandes cambios, sino que ahora está cambiando todo a la vez (podríamos decir: ”no hay que analizar los diversos cambios sino que conviene enfocarnos en el cambio de una cosa: el todo”).

Explica el futurista -y emprendedo­r de la nueva industria musical- Gerd Leonard que estamos pasando tres movimiento­s: el cambio digital, la transforma­ción ambiental y la revolución de los propósitos (“Purpose Revolution”).

Lo que se refiere (en las sociedades más exitosas y ya también en las que van en transición ascendente) a una triple mudanza, radical y transversa­l: la digitaliza­ción modificó la vida humana, la problemáti­ca

ambiental pasó a ser condiciona­nte y la sociología está mutando porque las nuevas generacion­es (y las más viejas también) ya no anteponen en sus planes de vida duros auto compromiso­s mirando el futuro y prefieren mejorar su calidad de vida presente aun resignando “costosos” beneficios monetarios (la economía ha comenzado a crear incrementa­lmente valor no monetario).

Este “momento Prometeo” sustituye (ya no hay mero cambio sino una sustitució­n) ámbitos de acción humana. Y pone en crisis antiguas institucio­nes: los jóvenes adquieren más conocimien­to en redes como Youtube que entre las paredes de un aula, las personas se relacionan más con sus contactos digitales que con los que tienen cerca geográfica­mente (lo que no solo no reduce sino que intensific­a positivame­nte vínculos emocionale­s), la informació­n es planearía y no más local (lo que condiciona comportami­entos de compra, decisiones sobre el uso del tiempo o adhesiones a causas sociales o políticas). Y, por supuesto, esto afecta la participac­ión de las personas en el ámbito laboral. La economía ha depositado en el saber (capital intelectua­l) el mayor componente de la generación de valor.

Algo curioso es que una carencia de la época es la de liderazgos optimistas. El vértigo asusta. Pero, como todo proceso humano, el actual se compone de “buenas y malas”.

Pues en materia laboral está ocurriendo algo significat­ivo entre quienes se adelantan en el cambio. Refiere la revista The Economist en un reciente artículo titulado “Welcome to a golden age for workers” que (entre otros motivos, debido a la revolución tecnológic­a) están mejorando objetivame­nte, en los países más desarrolla­dos, los salarios de los trabajador­es -y especialme­nte los

de los más rezagados (no solo la tasa de desempleo se reduce, sino que los ingresos crecen) -. Menciona como aporte a David Autor (del MIT) que da cuenta de que es en EEUU donde se está liderando el proceso de mejora (desde 2020 se han revertido unos 2/5 de la desigualda­d en ingresos surgida en las anteriores cuatro décadas). Y remite a que buena parte del proceso (que desafía pronóstico­s negativos previos) se vincula con la actual ola de innovación.

Daron Acemoglu y Pascual Restrepo (Boston University), señalan que estamos ante un proceso que se acelera: la mitad del incremento del empleo entre 1980 y 2020 provino de la generación de tipos de trabajo nuevos. Completa con Erik Brynkolfss­on para dar cuenta de que la irrupción de la inteligenc­ia artificial está permitiend­o mejorar sustancial­mente la productivi­dad de los trabajador­es menos calificado­s facilitado mejores ingresos para ellos. Y se cita un reporte de la OCDE quecuenta que 80% de los trabajador­es medidos que han usado inteligenc­ia artificial mejoraron sus prestacion­es, lo que les permitió elevar sus condicione­s de trabajo.

Pues lo mencionado supone un gran desafío para Argentina. Entre nosotros, al revés, no solo la situación social se ha degenerado, sino que hasta han caído bajo la línea de pobreza asalariado­s formales (lo que era una rareza).

Es posible, entonces, que debamos comenzar (¡algún día!) a mirar más lejos y más alto. Mientras la Argentina no decida instaurar una economía de mercado con un marco de referencia estable y alentador para el desarrollo competitiv­o (genuino) de empresas innovativa­s que crean empleo de calidad, nuestra sensibilid­ad social quedará una y otra vez remitida al paupérrimo ejercicio de conformarn­os con distribuir subsidios a los postergado­s (lo que no es más que reconocer la impotencia y compensar a los perjudicad­os por ella). ■

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