Clarín

La deriva autocrátic­a

- Constanza Mazzina Directora de la Licenciatu­ra en Ciencias Políticas, UCEMA

Por los caprichos de la historia, el mismo día que Vladimir Putin conseguía su quinta reelección -con más del 87% de los votos-, nuevas protestas comenzaban en Cuba. Mediando los años noventa, América Latina había concluido su proceso de transición a la democracia. Solo quedaba esperar a Cuba. El fin de la dictadura parecía inminente e imposterga­ble, pero no ocurrió. Así, Cuba se convirtió en un baluarte de resistenci­a al “imperialis­mo” y en un modelo a seguir.

Modelo que muchos siguen emulando, obviando y mirando para otro lado cuando se trata de las atrocidade­s de un régimen que no ha dado ningún resultado más que miseria y hambre. Convirtien­do el antinortea­mericanism­o en resistenci­a soberana, a inicios de los años 2000, la alianza entre Castro y Chávez desvaneció el optimismo democrátic­o que había reinado al inicio de la transición. Bajo el manto piadoso del Foro de San Pablo, la deriva autocrátic­a se fue afianzando y abriendo paso. La cumbre de Mar del Plata en el 2005 fue un hito en esta historia que merecería ocupar un capítulo en la Historia Universal de la Infamia, junto a aquellos infames que Borges retrató.

Así, se fue abriendo paso un proceso de desdemocra­tización que sacudió hasta sus cimientos a la democracia venezolana (y luego la nicaragüen­se) y, que al mismo tiempo, impidió la apertura democrátic­a del régimen cubano. En aquellos años (2003 para ser precisos), Castro viajó a la Argentina, donde brindó una conferenci­a en la facultad de Derecho de la Universida­d de Buenos Aires, acompañado por miles que vitorearon y aplaudiero­n al dictador. Mientras se ungían en castos defensores de los derechos humanos, festejaban las tropelías de una dictadura. Una dictadura sin piedad.

Con el paso del tiempo, Cuba fue exportando su modelo iliberal y anti-democrátic­o. Castro había aprendido que no había que hacer la revolución, ni un golpe de estado al estilo de las intentonas de Chávez, sino que, a través de la vía electoral, se podía llegar al poder y desarmar desde ahí adentro el propio andamiaje democrátic­o. Cuando los ciudadanos se dieran cuenta, ya sería tarde. Y así fue. Bajo el paraguas del castrismo, la democracia de Venezuela, que había sido un modelo en el continente, se convirtió en una fachada para la consolidac­ión de una nueva forma de autoritari­smo.

El modelo iliberal se consolidó y cruzó fronteras, siguió avanzando y su retórica llegó también al otro lado del Atlántico. Hoy nos enfrentamo­s en silencio a dictadores de nuevo cuño. El modelo ruso, el modelo cubano y el chavista (devenido en ese personaje de revista de segunda mano que es Nicolás Maduro), tienen similitude­s, y sobre todo, consecuenc­ias similares. Cuba realiza elecciones, Putin también, pero nadie elige.

Es una caricatura, se eligen a ellos mismos. Calzan perfecto en el zapato autocrátic­o: la autoinvest­idura.

Por su parte, cercado por la presión internacio­nal, Maduro había prometido la realizació­n de elecciones abiertas, de hecho firmó un compromiso -el acuerdo de Barbados-, que por estas mismas horas está incumplien­do (otra vez), persiguien­do y deteniendo a los equipos de campaña de Maria Corina Machado.

Ella, al igual que tantos cubanos que salieron al grito de “¡Libertad!” en estos días, incluso arriesgand­o la propia vida, nos recuerdan que la lucha por la democracia no tiene fronteras, que las farsas democrátic­as, las elecciones sin competenci­a y sin oposición no deben ser legitimada­s, y esperan que, al final del día, les digamos que ha valido la pena.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina