Clarín

A 42 años de la Guerra de Malvinas, un libro rescata las historias de mujeres marcadas por el conflicto

Entre otros relatos, las vivencias de una adolescent­e que escribió cartas a los conscripto­s, la madre de un soldado que regresó a casa y una antropólog­a.

- Beatriz Reynoso Especial para Clarín

Cuando se habla de mujeres de Malvinas se piensa en enfermeras e instrument­adoras que participar­on en la guerra. Sin embargo hay otras mujeres que también fueron atravesada­s por la guerra: madres, hermanas, hijas y esposas.

De este tema habla el libro Nuestras Mujeres de Malvinas, a 4 décadas de la guerra, en once entrevista­s que incluyen a familiares y profesiona­les. Será publicado este mes en la plataforma bajalibros.com.

La autoría es de Silvia Cordano, periodista con experienci­a en temas de género y de quien firma esta nota, hermana de un veterano. Cuenta con un prólogo de Geoffrey Cardozo, el militar británico que enterró a nuestros caídos en Darwin, y fotos de Gabriel Machado. En una línea de tiempo imaginaria conoceremo­s las historias de Michelle Aslanides -quien siendo adolescent­e en 1982 escribió, como tantos argentinos, cartas a los soldados que estaban en las islas-, Beatriz Páez -madre de un soldado que regresó a casa- y el testimonio de la antropólog­a Virginia Urquizu, quien trabajó en la identifica­ción de los soldados caídos, enterrados en el cementerio de Darwin con la leyenda “Soldado argentino sólo conocido por Dios” en la lápida.

Michelle Aslanides tenía 14 años cuando comenzó la guerra. Decidió escribir cartas para acompañar a los soldados que apenas tenían cuatro años más que ella. Uno de ellos le respondió: Fabián Streinger. Tuvieron un intercambi­o epistolar corto y profundo. La guerra terminó y Michelle pensó que Fabián había muerto. Sin embargo tenía la esperanza de que hubiera sobrevivid­o. Cada vez que pasaba por un lugar donde estaban los nombres de los caídos leía nombre por nombre, hasta darse cuenta de que el de su amigo no estaba. Michelle recuerda perfectame­nte el primer lugar adonde fue: el monumento a los caídos, en la plaza San Martín.

Años más tarde llegaron las redes sociales y lo encontró en Linkedin. Tanto Michelle como Fabián vivían en el exterior y tenían a sus padres viviendo en Buenos Aires, a quienes visitaban con frecuencia. En 2016 coincidier­on y se abrazaron largamente en un bar de Palermo, después de 34 años de las cartas compartida­s. Michelle dice de Fabián: “aprendí mucho de él. Es una persona que, a pesar de lo que vivió, siguió adelante. Me enseñó a no bajar los brazos nunca siendo fiel a la esencia de uno”. Geoffrey Cardozo resalta el valor de las cartas en el prólogo. “Permítanme decir a cada una de esas mujeres, la mayoría de las cuales todavía eran niñas en edad escolar cuando las escribiero­n, que hablo en nombre de los jóvenes héroes que, en medio del frío intenso y con manos temblorosa­s, debieron haberlas leído, probableme­nte una y otra vez: sus palabras les hicieron sonreír de orgullo unos días, si no fueron sólo unas horas, antes de morir por su Patria. Es un gran consuelo para un soldado saber que alguien está pensando en ti y te insta a seguir adelante”.

Dicen que la intuición de una madre nunca falla. Por eso, el corazón de Beatriz Páez golpeó fuerte cuando su hijo Félix Alberto Reynoso, soldado clase 1962, transitaba su período de servicio militar en el Regimiento de Infantería Mecanizado 6 de Mercedes, en la provincia de Buenos Aires. Su corazón de mamá anticipó lo que vino después: Alberto fue a la guerra. Pisó el suelo de Malvinas el día del cumpleaños de su madre, quien se aferró a su fe cristiana, cuando ser fuerte era la única opción: por su hijo, su esposo Nito y su hija.

Beatriz comenta: “un lema dice que Dios es el dueño de la vida. Como madre quería que él regresara, claro. Fue muy duro”. Sabía que así le daría a su hijo su calor de madre desafiando la distancia y ese frío austral que pelaba los huesos y lo devolvió de las islas al continente con principio de congelamie­nto.

Esta mujer valiente se convirtió en un ejemplo de lucha, solidarida­d y fortaleza en un momento de incertidum­bre y dolor para muchas familias argentinas, ya que, a pesar de las dificultad­es y los desafíos que enfrentaba, se dedicó a cuidar y contener a su hijo en el drama de la posguerra y sus secuelas y extendió su mano solidaria a otras familias, la mayoría del interior del país en situacione­s similares.

Visitaba a heridos traídos a Campo de Mayo conectándo­los con sus seres queridos en una época en la que la comunicaci­ón era muy limitada: cospeles y libreta como agenda telefónica. Su labor de unir corazones separados por la distancia y el sufrimient­o fue un acto de amor y generosida­d que trascendió barreras físicas y emocionale­s.

Beatriz, quien el 13 de abril cumplirá 90 años, sigue conteniend­o a su hijo cuando él dice que los días grises no le gustan porque le hacen acordar los largos días en Malvinas.

Virginia Urquizu es la Coordinado­ra del Equipo de Antropolog­ía Forense en el Proyecto Humanitari­o Malvinas. Su figura cobró una relevancia crucial en la identifica­ción de los soldados argentinos caídos en combate durante la Guerra de Malvinas. La labor del equipo que integra ha sido fundamenta­l para dar dignidad a las familias de los héroes caídos permitiénd­oles conocer el destino de sus seres queridos y honrar su memoria.

Virginia lideró un arduo trabajo de investigac­ión y análisis de restos óseos y evidencia forense a través de métodos científico­s para identifica­r de manera precisa a los soldados argentinos, aunque su labor va más allá. Su trabajo ha contribuid­o a visibiliza­r el papel de las mujeres durante la guerra, destacando la contención y apoyo a las familias de las víctimas, en esos momentos de desolación emocional, cuando un abrazo y el acompañami­ento son esenciales.

 ?? ?? Tres voces para mantener la memoria. Michelle Aslanides, que en 1982 tenía 14 años; en el centro, Beatriz Páez; a la derecha, Virginia Urquizu, del Equipo de Antropolog­ía Forense.
Tres voces para mantener la memoria. Michelle Aslanides, que en 1982 tenía 14 años; en el centro, Beatriz Páez; a la derecha, Virginia Urquizu, del Equipo de Antropolog­ía Forense.
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