Clarín

Los bailarines contratado­s por turistas extranjera­s para bailar tango (y sólo eso)

A medida que la demanda crece, cada vez más tangueros ofrecen el servicio. Atentos: no confundir con “taxi-boys”.

- Entrevista Laura Falcoff Especial para Clarín

Sentados en el borde de la pista de una milonga vislumbram­os, entre la multitud de parejas, a un hábil bailarín joven que guía a una señora madura por los vericuetos del tango; ella lo sigue con poca, mediana o mucha dificultad. Y ante este cuadro podemos apostar, con la casi certeza de ganar, que él es un taxi-dancer y ella, una turista extranjera aficionada al dos por cuatro. Ojo: también podemos ver en la pista parejas de edades muy disímiles -él de 90 años, ella de 40; él de 25 y ella de 80- bailando divinament­e. Pero en estos casos, casi con certeza también, los dos son locales y se han elegido mutuamente.

Volviendo al principio, es fácil, ay, caer en el equívoco de confundir oscurament­e a esos muchachos con taxi-boys. No. El trabajo del taxi-dancer consiste excluColom­bia, sivamente en lo siguiente: es contratado por una dama en forma privada para conducirla a una milonga y ella se asegura de este modo un compañero de baile para la velada, la tranquilid­ad de que no va a “planchar” y de paso, una enseñanza práctica y exclusiva.

Duración de la tarea: alrededor de tres horas. Condición básica del taxi-dancer: saber “llevar” por la pista a su ocasional compañera, no importa la estatura de ella, su contextura física y la destreza o no que posea para el baile.

Horacio Lobo (de Carmen de Patagones), Nahuel Guzmán (de Mar del Plata) y Javier Silva (de Bogotá, Colombia) son taxi-dancers, rondan los treinta años, tienen historias muy variadas y toman seriamente esta ocupación laboral. Son tres entre muchos otros; hay un número grande de taxi-dancers, pero es imposible de cuantifica­r. -Una pregunta clave: ¿les molesta el término “taxi-dancers”?

Nahuel: No. Sólo me molesta cuando la gente que no sabe nada de este trabajo lo “sexualiza”, porque lo asocia con “taxi-boy”. Está totalmente alejado de eso. -¿Y nadie pensó en otro término?, ¿por ejemplo “acompañant­e”?

(Los tres casi al mismo tiempo): ¡No, acompañant­e es mucho peor! -¿Por qué?

Nahuel: Imaginate, bailamos con señoras que nos llevan treinta o cuarenta años y alguien nos señala, “es su acompañant­e”. Qué feo.

Nahuel cuenta: “No me gustaba la música, ninguna música. Pero un día una compañera de escuela me propuso que fuera su compañero de baile de tango para los torneos bonaerense­s; teníamos 13 años, ella medía un metro cincuenta y me dijo: ‘Tenés la altura ideal’”.

“Pasé un año de calvario porque el tango al principio duele. Después, cuando ves que algo te sale, no hay manera de volver atrás. Empecé también a tomar clases de danza clásica -mi maestro me dijo que complement­aría bien mi tangoy a bailar en espectácul­os en Mar del Plata haciendo lo que se me presentara. Es decir, todo”.

“En cuanto al tango, sólo bailaba coreografí­as. No sabía improvisar ni ‘llevar’. Me mudé a Buenos Aires, una ciudad que no te permite quedarte quieto. Es hermosa y terrible. Cuando fui a una milonga descubrí que no sabía nada. Fijate, la costumbre es que cada tanda musical incluya tres o cuatro temas seguidos y es muy difícil que alguien te plante en la pista después del primer tema. Eso me pasó: la mujer me dijo ‘gracias’ y fue a sentarse”. -¿Y cómo te sentiste?

-Me quedé mudo en mitad de la pista. Yo, que creía que me devoraba el mundo y de pronto apareció alguien y me derribó de un hondazo. Pero fue muy lindo porque comencé a aprender de verdad qué significab­a bailar tango. Javier explica: “Bailo tango desde hace nueve años. Estudiaba psicología en la Universida­d Nacional de

en Bogotá, y en cierto momento quise abordar la corporalid­ad en relación con mi carrera. Me acerqué al teatro y a la danza contemporá­nea hasta que un día vi un anuncio de clases de tango para trabajar la conciencia corporal y el equilibrio; era lo que yo estaba buscando". -¿Y entonces?

-Voy a la clase y la consigna es sólo caminar; en un momento el profesor se pone frente a mí, me abraza como un abrazo entre amigos y me conduce caminando. Luego me saca del círculo y me hace bailar. Me sorprendió poder hacer movimiento­s que no conocía y me gustó mucho. Después seguí con otros maestros, entre ellos la más importante para mí, Jennifer Orjuela, que ahora vive en Buenos Aires y trabajamos juntos como pareja con una finalidad profesiona­l.

Horacio: Un día mi mamá lleva a mi hermanita a unas clases de tango y las acompaño. Me quedo sentado en una silla, se acerca el profesor y me dice “¿no querés tomar la clase? Siempre hay pocos varones”. “No. Gracias”. Insiste:“vení, vas a ser uno de los mejores bailarines del tango del mundo. Probá”. -¿Con eso te convenció?

Todo bien con que nos digan ‘taxi-dancers’, sólo me molesta cuando la gente que no sabe nada de este trabajo lo ‘sexualiza’ porque lo asocia con ‘taxi-boy’. Está totalmente alejado de eso”.

La persona que viene de afuera a bailar llega con otra sensibilid­ad. No es que quiere conocer las Cataratas del Iguazú: es turista de tango y viene a conocer su cultura, que es mucho más que bailarlo”.

-Me dio curiosidad saber qué había visto en mí. Cuando salí de la clase pensé: “Es lo que quiero hacer el resto de mi vida”. -¿Cuántos años tenías?

-Diez.

Javier: Vine a Buenos Aires queriendo conocer la cultura del tango porteña, que es muy distinta a la de Colombia; y también para aprender mucho más, bailar, dar clases. Volví a Colombia, regresé aquí y finalmente me quedé. Ya había hecho un trabajo parecido al de taxi-dancer en Bogotá y había sido extraño la primera vez. Ocurrió gracias al organizado­r de una milonga que me dijo: “Mira, esta mujer está sentada, invítala”.

“Cuando llego a Buenos Aires, me contacto con una organizado­ra de varias milongas y me propone un trabajo como taxi-dancer. Ella es la que nos paga, hasta hoy, pero después fue apareciend­o más trabajo porque algunas de esas señoras nos llaman por su cuenta”.

Horacio: Me pasó algo parecido. Desde Carmen de Patagones me había ido a vivir a Mar del Plata, donde hay un buen movimiento de tango. Me quedé trabajando cuatro meses como “bachero”. Un día me encuentro con un afiche donde anunciaban clases de tango. Entonces volví a meterme con el propósito de ser bailarín profesiona­l.

“Por una circunstan­cia de mi vida me instalo en Buenos Aires, pero continúo tomando clases. La idea de ser taxi-dancer no había aparecido en mí. Pero buscando trabajo llamo a Laura Grinbank, que había organizado milongas y que me recomienda a un salón de tango de Entre Ríos y Humberto Primo. Es decir, el salón me pagaba. Después, de boca en boca, fue creciendo y empezaron a llamarme aparte”.

“Mi tango tiene mucho que ver con lo que está pasando aquí, en este momento: compartir. Querría llevar mi tango por el mundo, pero nunca olvidar de dónde salí: mi ciudad, mi, barrio, mi casa”.

Nahuel: Sabía que existía el oficio y una chica conocida, que había sido taxi-dancer (mujeres de este oficio no hay muchas), me lo recomendó como algo laboralmen­te bueno. Me despertaba dudas: ¿cómo me sentiría bailando con alguien que no conocía? Pero el tango, en la milonga, te propone eso mismo todo el tiempo, aunque es cierto que es uno el que elige y que no es un trabajo.

Y continúa Nahuel: “Mi primera experienci­a fue hermosa: un grupo de gente venida de Suiza, más mujeres que hombres. Bailaban bien, pero que hacía falta reforzar con algunos bailarines varones. No sólo me pagaron, sino que me en

contré con una gente copada y de muchas edades diferentes”.

Horacio: Trabajás de lo que te gusta, conocés muchas personas diferentes y lográs que alguien lo pase bien. Me interesa más esto que lo monetario”. -Pero también es una tarea que puede cansar, aburrir, ¿no?

Horacio: Hay que comportars­e de la manera más natural, sin tener que pensar de qué tema vamos a hablar. El tango es universal.

Javier: Cuando bailás con alguien aparece otra forma de conocerse. No me interesa hacer muchas figuras, sino que la persona experiment­e una linda sensación. Y si de pronto tiene dificultad­es con el baile, este trabajo te enseña a llevarla; no de una manera sosa, sino simplement­e caminando y con un lindo abrazo.

Nahuel: Yo no tuve malas experienci­as, aunque sé que no siempre sucede. Pero la persona que viene de afuera a bailar tango suele llegar abierta, con buena energía y otra sensibilid­ad. Y cuando bailás con esa persona que te contrata, sabés que no es un turista que quiere conocer las Cataratas del Iguazú; es un turista de tango y viene a conocer su cultura, que es mucho más que bailar.

A lo mejor un día estamos cansados, pero miramos alrededor nuestro -alguien carga al hombro una bolsa con 50 kilos de cementoy nos decimos “qué afortunado­s que somos”.

La pregunta que se impone es si en algún momento la relación con las damas que lo contratan fue más allá de la pista de baile. Los tres responden taxativame­nte: “Jamás”. ■

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JUANO TESONE Nahuel, Horacio y Javier. Listos para enseñar los secretos del tango.
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Horacio Lobos. Vino de Carmen de Patagones y encontró el oficio en Buenos Aires.

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