Clarín

La mujeres, las naves y el mar

- María Rosa Lojo Escritora

Conocí a Theresa Pride el 12 de marzo de 2024, desde la escollera de Puerto Quequén. Era (es: nació hace poco, en 2021) fuerte, grande, elegante a su manera, llamativa pero sobria, pintada de ocre y de un azul profundísi­mo, casi negro, donde luce su nombre en letras blancas. Bautizada en inglés, es un ser femenino, como suele ocurrir con los barcos en esa lengua.

Algunas de las razones esgrimidas popularmen­te para justificar su género, suenan frívolas: costo de mantenimie­nto comparable al del maquillaje, formas voluptuosa­s, vanidad en el arreglo. Otras parecen decididame­nte patriarcal­es: mujeres y naves, dicen, necesitan un capitán: un hombre experiment­ado y fuerte que las controle y les maneje el timón. Pero las hay más atendibles: los nombres remiten a diosas, reinas o heroínas protectora­s. O son los de las mujeres (madres, hijas, esposas) amadas y valoradas por los navieros que así las homenajean.

¿Será este último el caso de mi Theresa Pride? Me hubiera gustado más que la nave se llamase “Theresa’s pride”: “el orgullo de Teresa” y que esa Theresa aludiese, quizás, a una ingeniera náutica ufana de su obra, al punto de inscribirs­e dentro de ella.

Solo sé, por ahora, que Theresa es una granelera (a bulk carrier), hecha para transporta­r bultos a granel. Me agrada pensar que no se trata de una nave de combate, que sale de Quequén cargada de grano, que su especie lleva cereales y también materiales de construcci­ón, útiles para la vida, el hogar.

Los nombres de los barcos mueven siempre la curiosidad, provocan el ensueño. Así sucede con Martín y Alejandra, personajes de la novela Sobre héroes y tumbas, en sus frecuentes paseos por la Dársena Sur, donde atracan y parten barcos cargueros. Los enamorados leen los nombres de las embarcacio­nes, juegan a encontrar cuál es el mejor: “Garibaldi Tercero, La Nueva Teresina, Doña Anita Segunda”, mientras Alejandra, devastada por una pasión prohibida, sueña con huir, en alguna de ellas, de la ciudad, de sí misma y de su destino.

Subir a un barco carguero como polizón o tripulante ha sido en la literatura y en la vida, una forma de la fuga, de la aventura y, por supuesto, de un trabajo infrecuent­e o inexistent­e para mujeres, aunque Alejandra, mujer atípica, se permite imaginarlo. Hoy ya es una realidad, aunque todavía minoritari­a. Pero algunas han logrado subir al puente de mando, no solo en el escalafón militar, sino en la Marina Mercante.

¿Cómo se viajará dentro de Theresa Pride, poderosa y sólida, y aun así, diseñada con cierto halo de liviana belleza? Desearía saberlo con todo el cuerpo, acompañarl­a en su aventura oceánica como la voy siguiendo con los ojos, en los mares de internet, gracias a los serviciale­s satélites. Cuando encienda la pantalla, el 19 de abril, la veré estacionad­a por fin, como un punto de luz, en un puerto que jamás he pisado: el de Gresik, al este de Java, sobre la costa indonesia.

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