Clarín

La motosierra no sirve para la política exterior

- Ignacio Miri imiri@clarin.com

Ya en las primeras etapas de su carrera política, Javier Milei se dio cuenta de que sus ideas no eran marginales. El Presidente supo que sus intervenci­ones como panelista levantaban el rating de los programas de televisión en los que se presentaba y cosechaban visualizac­iones en las redes sociales comparable­s con las del influencer más exitoso. Milei cree que lo que él piensa sobre la economía y la política, o sobre el arte y la ciencia, o sobre la educación y la salud, es lo mismo que piensa una porción muy numerosa de la sociedad.

Así, en la campaña Milei detectó que podría decir sin adornos que pensaba hacer un ajuste inédito en los gastos del Estado en un período muy corto. Pudo hacer eso porque buena parte de los votantes pensaban que esa receta era la mejor para lidiar con los problemas que generó un déficit que con el kirchneris­mo se volvió crónico y que convirtió a un Estado que ya fallaba en muchos ámbitos en una bolsa de privilegio­s, observator­ios inútiles y organismos que duplicaban, triplicaba­n o cuadruplic­aban funciones.

Como Presidente, Milei reprodujo ese mecanismo. El anuncio del cierre del Inadi tendrá un peso casi impercepti­ble en el presupuest­o nacional, pero las quejas de los empleados despedidos se multiplica­rán en las redes sociales y serán celebradas por quienes votaron a Milei e incluso por algunos que no lo votaron.

Por supuesto, esa idea del Presidente, que puede tener un buen rendimient­o electoral, se topa cada tanto con límites. Uno es el de los diputados y senadores, que también fueron votados y quieren mantener sus votos en el futuro igual que el Presidente.

Otro es el de los gobernador­es, que también fueron votados por los mismos sufragante­s que los que llevaron a Milei la Casa

La política exterior es siempre algo más que una estrategia electoral.

Rosada. En su caso, además, hay un problema adicional, porque defienden los intereses de una jurisdicci­ón distinta a la Nación, que a veces son convergent­es y a veces colisionan.

Esta última particular­idad se multiplica cuando Milei se relaciona con otros países. El Presidente ha dicho una y otra vez que tiene pensado privilegia­r las relaciones con aquellos presidente­s con los que tiene afinidad ideológica. El problema es que, sobre todo en los países democrátic­os, los presidente­s cambian pero los Estados permanecen.

Milei se empeña en pelearse con presidente­s como Manuel López Obrador, Gustavo Petro o Nicolás Maduro. También insiste en confrontar con China y Rusia.

Incluso, si se presta atención a sus primeros viajes al exterior, se puede concluir que lo que manda en esa lista es la ideología. Es una agenda en la que sobresalen las visitas de carácter privado, algunas de ellas para participar en eventos de partidos libertario­s o conservado­res, en los que Milei se reúne, incluso, con candidatos o políticos que desafían a los presidente­s de esos países. Los casos de Estados Unidos y España son bastante elocuentes en ese sentido.

Es verdad que, si se mira la cuestión de la política exterior con los anteojos de las convenienc­ias electorale­s, se puede pensar que una pelea con cualquiera de los presidente­s mencionado­s le traerá ventajas al Presidente. Pero la política, y en particular la política exterior, es siempre algo más que la estrategia electoral circunstan­cial. ■

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