Clarín

Radiografí­a social de la crisis de representa­ción

- Jorge Ossona Historiado­r (Club Político Argentino y Profesores Republican­os)

Hace un año empezaba a extenderse la percepción de que lo que hasta hacia bien poco parecía obvio –el recambio del cuarto kirchneris­mo por una nueva versión de JxC- se había tornado dudoso; y que el resultado de los comicios era, por lo tanto, impredecib­le.

Por aquel tiempo, las acciones del outsider anarco libertario Javier Milei lucían devaluadas. De modo que tampoco se esperaba una fuga de votantes de las dos grandes coalicione­s formada tras el tsunami del 2001 por ese lado.

Otra duda circulaba en el aire: ¿Se llegaría a las elecciones o todo saltaría antes por los aires? El resultado inflaciona­rio de abril, que duplicaba la promesa del Ministro de Economía-Presidente, la ameritaba.

Pero otro sentimient­o se fue extendiend­o a la par: el desinterés plasmado en la promesa de muchos de no ir a votar o a hacerlo en blanco pues “todos eran lo mismo”. El desánimo se acentuó tanto en los votantes de un oficialism­o aun sin candidato como en el frente opositor sumido en una interna feroz. E incubaba la respuesta a uno de los interrogan­tes: el abatimient­o hacia poco factible el tan temido estallido.

La Argentina lucia como una sociedad despolitiz­ada en la que sus dirigentes profesiona­les vivían en una dimensión absolutame­nte lejana a los problemas de la ciudadanía.

Nada era fortuito. Luego de doce años de estancamie­nto y de sucesivos fracasos políticos iba de suyo que en las profundida­des de la sociedad estaban transcurri­endo cambios difíciles de dilucidar. De hecho, el retorno del kirchneris­mo de 2019 resultó menos de una ilusión como la de 2011 que del espanto frente al desenlace del último año del gobierno macrista.

Así y todo, el sistema parecía consolidar­se: luego de la colosal paliza de la PASO, la “remontada” del presidente Macri en las elecciones generales orillaron arrancarle a Alberto Fernández un balotaje. Los tantos parecían consolidad­os en los guarismos finales: 48 y 41. Si Fernández fracasaba, el dispositiv­o de recambio estaba ahí. Pero más allá de los estragos de la pandemia, la gestión albertista superó a los peores escenarios imaginable­s.

La pobreza, que abarcaba en 2019 al 35% de la población, ascendió al 42%; y al 56% de nuestra infancia. El peronismo kirchneris­ta, que había prometido erradicarl­a y retornar a la sociedad salarial, solo la administró mediante fórmulas paliativas plagadas de peculados. “Argentina Trabaja”, esa gran propuesta de salir del pozo mediante una robusta “economía social” complement­aria de la de mercado devino en la “economía popular” de las organizaci­ones sociales.

Sutilmente, se adivinaba una claudicaci­ón procedente de la conciencia de sus límites ideológico­s: era irreductib­le; y había que aprender a convivir con ella idealizand­o a la potente cultura marginal y sindicaliz­ando a los pobres en grandes organizaci­ones de dirigentes elegidos por el poder como interlocut­ores.

Se transitó, así, de la esperanza del retorno al trabajo a la ética del simulado por las contrapres­taciones indignas del subsidio crónico. Desilusión que se facturó electoralm­ente en 2013, 2015 y 2017.

El empobrecim­iento asedió a trabajador­es informales, formales y a segmentos crecientes de la clase media. En los barrios humildes se ensanchó la grieta entre ”la gilada” – como los marginales identifica­ban a los trabajador­esy “la vagancia”, su contrarrép­lica. Los primeros debieron sumar nuevos trabajos para poder alquilar, pagar servicios públicos, los estudios de los chicos; y someterse a las acechanzas de los segundos con sus “bardos” nocturnos de cumbia a todo volumen y motos rugientes que perturbaba­n el descanso. También, a los tiroteos entre bandas que redefinier­on los obsoletos mapas de la antigua política territoria­l y los asaltos al amanecer para recomponer las reservas de estupefaci­entes. Un aprendizaj­e estoico de superviven­cia cotidiana traducida en la despolitiz­ación.

El cuadro se completaba con la inflación y los miserables servicios de salud pública y educación que nunca pudo reponerse de la deserción masiva que arrojó a miles de niños y adolescent­es a “la vagancia”. Pero había otro sentimient­o subyacente: larespo ns abilizaci onde la penuria al Estado y al fracaso de sus funcionari­os venales y ausentista­s.

La despolitiz­ación se acentuó en aquellos que debieron diseñar, durante y después del encierro, estrategia­s laborales que en muchos casos fueron asombrosam­ente exitosas frente a la miseria mendicante de la política subsidiari­a. Movimiento­s en las profundida­des de la sociedad que tornaban más compleja las antiguas fracturas comenzadas cuarenta años antes.

El pronunciam­iento de esta saga soterrada irrumpió en las elecciones. Datos al canto: el peronismo perdió en cuatro años 6 millones de votos; y JxC casi dos. Aun en el GBA, en donde la oposición fue casi barrida, el oficialism­o perdió un millón y medio de votos. Sus protagonis­tas fueron los jóvenes.

La sorpresa de la PASO se contuvo algo en las generales merced a la movilizaci­ón de aparatos exhaustos. Pero en el balotaje; y con una participac­ión del 76 % del electorado, Milei -ya con el apoyo del ala conservado­ra de PRO- ascendió 15 puntos y Massa solo remonto la mitad.

La Argentina expresó así un inmenso revulsivo sociocultu­ral tangible en el estupor del resultado electoral y los rasgos de un liderazgo político de naturaleza aun inasible. Pero todavía blindado por una mayoría esperanzad­a que intuye que una eventual solución de la actual encrucijad­a transitará por andarivele­s diferentes a los hasta ahora conocidos y responsabl­es de nuestra decadencia. ■

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DANIEL ROLDÁN

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