Clarín

Que el Gobierno no sepa que hablamos de dengue

- Héctor Gambini hgambini@clarin.com

Vienen con la disciplina marcial de un escuadrón nazi y nos muerden como diminutas bestias aéreas. Los primeros son kamikazes que enfrentan nuestros manotazos desesperad­os y se exponen a inmolarse allí mismo, aplastados contra una gorra, un vidrio, un mantel, una pantorrill­a, dejando su huella escarlata en miniatura. Los que llegan detrás del Operativo Distracció­n nos pican con ganas, como vengando a sus mártires que se llevaron nuestros primeros cachetazos al aire.

No hay repelentes, cuestan fortunas o la picardía criolla -siempre bien representa­da por algunos gentiles comerciant­es de barrio- hace que la caja original de 12 espirales sea vendida en paquetes sueltos, de a cuatro, un poquitín más caro.

Y en nuestra desesperac­ión arrasamos con todo. Cómo no vamos a pagar cinco mil pesos cuatro espirales si acabamos de pagar seis mil por un cuarto de queso.

Una ganga al lado de los $30.000 que hay que poner en un sitio de ventas web por una crema repelente que dura 4 horas y se puede pagar en 6 cuotas de $7.347, con lo que se nos va a $44.082. Llega hoy, gratis.

Un informe de la correspons­al de Clarín en Mendoza nos muestra que los argentinos cruzamos como bandadas de mosquitos a Chile para aprovechar la ventaja cambiaria y traer, sobre todo, atún y repelente.

Ahora los mosquitos nos preocupan más que la inflación. No es el fastidio pasajero de las picaduras. Es el peligro del dengue.

Googleamos fórmulas caseras como alquimista­s desesperad­os. Una incluye dos cucharadas de esencia de vainilla: no aleja lo suficiente al enemigo pero nos condena a andar por ahí oliendo a bizcochuel­o.

En medio del temor creciente por la enfermedad, el gobierno ha estado meses en

silencio. El plan conocido hasta ahora es lo que desde el Ministerio de Salud han denominado “perfil bajo”. Según nos explicaron, no debe ser tomado como falta de acción.

Como la acción no se veía, hizo falta que comunicara­n qué está pasando.

Subir el perfil tampoco ha solucionad­o el estado de cosas, pero nos mostró cierta demortalid­ad sorientaci­ón al desnudo. El ministro Russo dijo que hay que tener cuidado “con los

pantalones cortos”. Ajá. ¿Qué más? Antes se nos había notificado que “no se avalará que la política o los medios de comunicaci­ón sumen miedo y confusión”.

¿Informar que hay 180.000 contagiado­s y 129 muertos, o qué pasa con la vacuna, entraría en esa advertenci­a?

Los laboratori­os dijeron que la demanda los superó, que hay problemas para importar el componente clave del matamosqui­tos (se llama DEET y, cuanto más concentrac­ión tiene la fórmula, más dura el efecto protector) y que, cuando el componente llega, no habría dónde envasarlo.

El Gobierno aún evalúa la vacuna que aprobó la Unión Europea y Brasil aplica desde el verano. Ahora tiene una tasa de tres veces menor a la nuestra. Tampoco se ve una coordinaci­ón: las provincias del Norte compran vacunas por las suyas, el ministro de Salud porteño apoya la vacunación “en zonas endémicas”, y el bonaerense acumulará “informació­n epidemioló­gica” para ver qué hace el año que viene.

La seguridad y eficacia de la vacuna está demostrada en niños y adolescent­es.

Esos resultados pueden proyectars­e a adultos jóvenes, pero aún hay dudas para los mayores de 60.

Cualquier debate científico o estrategia oficial es útil, siempre que haya una. En medio del brote, la del silencio no es una buena opción. Cualquier dificultad es atendible, menos que falten repelentes.

El ministro Russo los prometió “probableme­nte” para dentro de dos semanas. Recién ayer el Gobierno levantó las trabas a la importació­n del producto terminado.

El dengue creció y se acomodó solo en la agenda pública, pero no le digan al Gobierno que los periodista­s hablamos de esto. No tenemos su aval.w

Tras meses de silencio, recién ayer levantaron las trabas para importar repelentes.

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