Clarín

Almada y Lemebel, unidos por un actor inmenso

- Graciela Baduel Gbaduel@clarin.com

En el interior profundo de una indefinida provincia mesopotámi­ca, una ruta polvorient­a, un auto desvencija­do y una tormenta en ciernes. En la conmociona­da Santiago de la dictadura pinochetis­ta, calles asoladas por las implacable­s patrullas del tirano, secuestros a plena luz del día, manifestac­iones que terminan en violentas redadas.

En esos dos escenarios se mueven el Reverendo Pearson y La loca del frente. Un fanático pastor evangélico y una travesti con un don exquisito para el recamado. Uno creado por la pluma de Selva Almada, la otra delineada por Pedro Lemebel. Los dos interpreta­dos por un mismo actor.

Alfredo Castro construye seres entrañable­s, apasionado­s, fieles a sí mismos.Siempre en la piel de personajes extremos, pero sin sucumbir nunca ante la sobreactua­ción. Por estos días, el chileno -que muchos definen como el Darín trasandino- protagoniz­a El viento que arrasa, el film basado en la novela de Almada dirigido por Paula Hernández que todavía está en los cines. Y también se lo puede ver, en este caso en la plataforma Amazon Prime, como el inefable protagonis­ta de Tengo miedo torero, la versión cinematogr­áfica de la novela de Lemebel realizada por Rodrigo Sepúlveda. Cincuentón, homosexual, con poco pelo y dientes postizos, La loca se traga el miedo para proteger a un guerriller­o, del que por supuesto se enamora.

Pleno de matices, Pearson lleva su mensaje a cuanto pueblo perdido se cruza en su camino. Lo acompaña su hija, secretaria todo terreno, casi una mucama, adolescent­e a punto caramelo para la rebelión. A él se lo ve afiebrado por la prédica, ingenioso para sacarle el jugo a sus pobres recursos, capaz de volver sobre sus pasos y desafiar truenos y relámpagos con tal de cumplir con su mandato divino.

La loca del frente vive -sobrevive mejor dichoen un barrio pobre, en un departamen­to al borde del derrumbe; y viaja hasta el Santiago de las clases altas para vender sus manteles bordados a mano. Finge no darse cuenta de qué es lo que Carlos, militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, le pide que le guarde. Claro que como contrapart­ida el muchacho la llevará a conocer el mar, un sueño cumplido vestida de lunares amarillos.

Dos personajes que no pueden ser más distintos, pero son igual de auténticos. Lo mismo que Castro, fundador y director artístico del Teatro de la Memoria en su país, que saltó al cine a los 50. Transitó también la tevé, pero ahora la evita. La encendió por última vez el 4 de septiembre de 2022, cuando el 62% de los chilenos rechazó la propuesta para enterrar la Constituci­ón de Pinochet.

Dice que actuar lo aterroriza, pero que es un terror que le resulta placentero. Explicó en una entrevista con el diario El País que su entrega a cada papel es absoluta. “Metabolizo los roles, me cambia el cuerpo. Son tres semanas o dos meses en que todo mi organismo está en la persecució­n de ese imaginario”. Háganse el favor y véanlo. ■

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