Clarín

Viajamos con mi hijo adulto con retraso madurativo. Se perdió. Pese a todo, algo aprendí de esta pesadilla

En familia. Fueron a París a ver el Mundial de Rugby. Hubo una discusión y el joven se fue corriendo. Pasó tres días por las calles hasta que logró volver. Todos hicieron su “mea culpa”.

- Carlos Villanueva

Quizás intuíamos que algo malo podía pasar. Por eso había tomado la precaución, apenas llegamos a París, de poner en un bolsillo de la campera de mi hijo mayor una tarjeta del hotel donde nos hospedábam­os, junto con un billete de 20 euros para que, si se perdía, pudiera tomarse un taxi al hotel. Sebastián tiene retraso madurativo: necesitába­mos estos cuidados para quedarnos tranquilos. Además, le anotamos en birome en esa tarjeta mi número de celular para que pidiera ayuda, en caso de ser necesario. Pero había sido en vano. En medio de la desesperac­ión, la tarjeta y los euros apareciero­n misteriosa­mente en mi billetera. Las burlas del destino mientras mi hijo se perdía y el viaje de placer se convertía en una pesadilla.

Todo empezó en octubre del año pasado. Viajamos con mi esposa y mis dos hijos a ver el mundial de rugby en el Stade de France, en Saint Denis, al norte de la ciudad. Teníamos entradas para los cuartos de final y las semifinale­s. Reservamos hotel cerca de St Lazare, una estación muy grande donde confluyen varias líneas de metro y de trenes. Salir del subte al hotel era una odisea por la cantidad de opciones posibles. Tiene al menos diez bocas y hasta cuatro niveles de altura por escaleras mecánicas, por lo que era difícil acertar la salida precisa. En los días que anduvimos por París nos equivocamo­s varias veces incluso prestando atención a los carteles.

El sábado 21 nos levantamos temprano. La noche anterior habíamos visto el partido de los Pumas contra Nueva Zelanda, pero teníamos demasiada energía como para quedarnos durmiendo. Fuimos a desayunar al Starbucks, a dos cuadras de un hotel cercano a la estación St Lazare. Remarco este detalle porque, aunque parezca mínimo, fue determinan­te para que nuestro hijo pudiera regresar a salvo.

Ese día tomamos el subte en la estación, combinamos a Montmartre a visitar la iglesia Sacre Coeur con sus hermosas vistas desde las alturas de la ciudad. Almorzamos por la zona, caminamos bastante, luego fuimos en subte a la zona del Barrio Latino. Sebastián empezó a fastidiars­e porque caminamos un montón. Se quedaba sentado en los bancos sin avisarnos, como un nene encapricha­do. Debíamos retroceder para que se acoplara a nosotros. En otra oportunida­d se metió en un bar para ir al baño, también sin avisar, y tuvimos que ir a buscarlo. Luego vendría lo peor.

Íbamos caminando hasta que, en un momento, lo perdimos en serio. Desandamos nuestros pasos, no estaba. Tampoco en baños de bares. Así que decidimos que mi hijo menor y yo esperaríam­os en la esquina que lo vimos por última vez, y mi esposa Lita iría a buscarlo hacia adelante. Lo encontró sentado adentro de un McDonalds. Lo trajo luego de levantarlo en peso, berrinche de por medio.

Entonces perdí la paciencia, le grité y lo zamarreé de los hombros. Lo reté de arriba abajo. Sebastián se enojó y, ofendido, salió corriendo por una calle lateral. Estuvimos corriendo durante unas cuatro cuadras, hasta que dobló en una esquina en Rue des Ecoles. A la carrera me había sacado una buena distancia. Cuando doblo veo que esa calle era pequeña, de menos de media cuadra, y se cortaba en el Boulevard Saint Michel, una avenida ancha en plena zona céntrica, llena de turistas.

Lo buscamos por todos lados. Seguimos la búsqueda hasta la una y media de la madrugada, hora en que cierran los bares en París. Decidimos regresar al hotel en taxi para arrancar al día siguiente de mañana temprano. Algo que notamos es que había muchos indigentes durmiendo en las calles, lo cual me preocupaba porque mi hijo no llamaría la atención de los demás peatones.

Hicimos la denuncia, aunque nosotros sabíamos que Sebastián no iba a hablar con un policía para pedirle ayuda. Es muy tímido y encima el idioma francés lo intimidarí­a. Sabíamos que, a causa del retraso madurativo, era probable que no respondier­a a su nombre ni pudiera expresar que estaba perdido. Tiene la edad mental de un niño de 7 años. Pero a la vista era mayor de edad, otro factor que nos jugaba en contra.

Fue durísimo acostarnos y ver que nos faltaba un hijo en la habitación. Sebi no tenía documentos encima, no tenía dinero, ni tarjetas de crédito o débito, no tenía celular, ninguna tarjeta del hotel, no sabía francés ni inglés.

Por mi parte era inevitable no sentirme culpable por lo sucedido. Si no me hubiera enojado y le hubiera gritado él no se habría escapado. Continuamo­s la búsqueda al día siguiente, sin éxito. Antes de volver al hotel, le dije a mi esposa Lita que quería ir a la torre Eiffel porque tenía una “corazonada”. Quizás Sebastián la había visto de lejos y caminó hacia ella. Supimos después que estuvo efectivame­nte en los alrededore­s de la torre. El instinto paterno me había orientado, pero no habíamos podido encontrarl­o. Según nos contó se quedó durmiendo en los bancos y el pasto.

Empezó a llover a cántaros. Luego nos contaría que se movió y durmió en los bancos de una estación de subte para no mojarse, no recuerda en cuál. Yo imaginaba esa decisión. El

Si Sebastián no hubiese vuelto solo, ¿la policía lo habría encontrado realmente? ¿Cuántos días más podría haber deambulado sin comer?

problema era que, cuando revisé el mapa de París en plena búsqueda, había 307 bocas de subte en la ciudad.

Con mi esposa no probamos bocado durante esos días, sólo tomábamos café a la mañana en el desayuno, y alguna gaseosa durante el día para hidratarno­s. Ella no me reprochó haberlo tratado mal a Sebi. Podría haberlo hecho, la verdad. Pero entendimos que no era el camino. Eso aprendí, a no culpabiliz­arnos en momentos difíciles, a mantener la calma. Llorar tampoco era una opción, deprimirno­s juntos mucho menos, por lo que seguimos a capa y espada para recuperar a nuestro hijo. Fueron tres noches en vela que se hicieron eternas.

Finalmente Sebi apareció en el hotel, cerca de la estación St Lazare. Nos sorprendió su iniciativa y su capacidad para enunciar cuál era su situación. Había llegado con los pies hinchados, rojos. Al besarlo tenía la cara muy caliente y colorada por estar tantos días a la intemperie con frío. Estaba famélico, así que bajé al Burger King de la esquina y compré 4 combos de hamburgues­as con papas fritas para cenar en la habitación. Sebi, luego de bañarse, usó la notebook como hacía siempre, pero esa noche se quedó despierto. Se notaba que seguía excitado por todo lo vivido. Mientras tanto Lita y yo nos desmayamos en la cama, presos del cansancio y del estrés.

En la vigilia previa al sueño estuve meditando un rato. Si él no hubiese vuelto solo, ¿la policía lo habría encontrado realmente? ¿Cuántos días más podría haber deambulado sin comer? ¿Y si una mala persona lo raptaba al verlo perdido en las calles? ¿Y si se subía a un tren o subte y por error se iba a las afueras de París sin darse cuenta? O se pudo haber intoxicado si tomaba o comía algo tirado en las calles. También tuvo suerte porque no se lastimó ni tuvo un accidente vial.

A la mañana siguiente miré el mapa de subtes y los tickets que había traído Sebi y no podía creer cómo había llegado solo al hotel. Reconstrui­mos su camino por la informació­n que pudimos sacarle con tirabuzón. No le gusta hablar y hay que hacerle las preguntas varias veces. En un rapto de lucidez, había memorizado el Starbucks donde desayunamo­s la mañana del sábado, cercana a la estación, y sabía que en pocas cuadras estaba la entrada al hotel.

Caminó unas 70 cuadras bordeando el Río Sena hasta la torre Eiffel. Luego se metió en el subte y entró sin pagar. Mientras tanto, cuando estaba muerto de hambre, robó una barra de chocolate en un supermerca­do. Si alguien hubiera hecho la denuncia, pienso ahora, lo hubiéramos encontrado más rápido.

Al encontrar la entrada del hotel, se metió en el lobby sin decirle nada a nadie, se hizo dos chocolates con la máquina, y se comió algunas galletitas de cortesía que dejaban en ese sector. Sin dudas es un chico con actitudes de niño por su retraso madurativo, pero tiene también ciertas actitudes de adulto. Su resolución de volver solo al hotel, con todo en su contra, fue heroica. Yo diría que compensó su timidez para dirigirse a un policía o autoridad pidiendo ayuda, que era lo más lógico, reemplazán­dola con su actitud proactiva de resolver el problema por su propia cuenta. Es emocionant­e descubrir la valentía que tuvo.

Desde la primaria notamos que a Sebi le costaba pasar de grado, y ya en la secundaria lo anotamos en un colegio sin grandes exigencias. Luego buscamos una carrera que pudiera darle una profesión, siempre con ayuda para rendir las materias y hacer los trabajos prácticos. Así completó un terciario de Despacho aduanero y Comercio exterior en tres años, con nuestro apoyo.

 ?? ?? Torre Eiffel. Los cuatro en un momento de calma y felicidad (Sebastián a la izquierda) sin el nubarrón de la crisis que enfrentaro­n.
Torre Eiffel. Los cuatro en un momento de calma y felicidad (Sebastián a la izquierda) sin el nubarrón de la crisis que enfrentaro­n.

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