El ataque a la embajada, los límites que nunca deberían cruzarse
El asalto a la sede diplomática mexicana en Quito es tanto más grave por el precedente que emite. Y generará un duro costo político al presidente Noboa
La invasión de las fuerzas policiales ecuatorianas sobre la embajada de México en Quito es un acontecimiento de extrema gravedad en una región a la que le cuesta comprender dónde están los límites que nunca deberían cruzarse. Es tan complicado el suceso como el precedente que emite.
La acción ordenada por el gobierno de Daniel Noboa, quien suele afirmarse en la recuperación de la legalidad, institucionalidad y de derecho, tuvo como propósito el arresto de Jorge Glas, el ex vicepresidente del líder populista Rafael Correa. Este individuo arrastra causas de corrupción, ligadas parte de ellas con el escándalo regional de sobornos del caso Odebrecht.
Esas miserias involucran de lleno también al ex presidente que vive asilado en Bruselas para escapar de una condena a ocho años de cárcel por corrupción verificada. Ellos dicen que son perseguidos políticos con la coartada típica del lawfare, una narrativa que últimamente había comenzado a deshilacharse. Este suceso seguramente la reactivará.
Pero el impacto político ya es gravoso. Los 51 legisladores del correísmo que tenían un pacto con el gobierno, decidieron pasar en masa a la oposición desconociendo esos acuerdos de gobernabilidad. El oficialismo solo cuenta con 14 bancas propias. El daño autoinfligido es notable, también para la imagen que construyó en su guerra contra el delito organizado.
Glas se había refugiado en la embajada de México en diciembre y el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, le había otorgado hace horas el asilo en medio de un cruce de maltratos entre ambos países. Faltaba el salvoconducto que debía emitir Ecuador. Pero, en cambio, envió un equipo de asalto con armas de guerra que arrestó al político y agredió a los diplomáticos mexicanos.
Noboa, en un comunicado que no parece advertir la gravedad del episodio desconoció la disposición de asilo mexicano como ”un abuso... contrario al marco convencional” y por lo tanto “se ha procedido con su captura”.
Pero esa condición no la podía derribar Quito. Glas estaba refugiado en una embajada extranjera cuyo gobierno dispuso una protección blindada por convenios internacionales que también suscribió Ecuador. Puede ser injusto o reprochable, pero no es aceptable derrumbar edificios institucionales con el dudoso argumento del interés propio.
Cuando, por ejemplo, la policía británica ingresó a la embajada de Ecuador en Londres, en abril de 2019, para arrestar a Julian Assange, el fundador de WikiLeaks, perseguido por publicar cruciales e imprescindibles documentos secretos que develaron turbias operaciones secretas estadounidenses, fue posible porque Quito le levantó el asilo que le había otorgado Correa durante su gobierno. Al no existir el escudo diplomático, la acción policial era legal.
No es lo que acaba de ocurrir con la embajada mexicana. El precedente que deja es de tal trascendencia, que la región se unió por derecha e izquierda en una misma condena. Solo notar que Argentina tiene media docena de refugiados en su embajada en Caracas, perseguidos por el régimen de Nicolás Maduro que los acusa de terrorismo por su actividad opositora. Si el
El ataque derrumbó los pactos de gobernabilidad de Noboa con Correa
chavismo acepta como regla el procedimiento de Ecuador, esa gente ha entrado en zona de alto peligro.
Un trasfondo del episodio es el cruce cada vez más duro de Ecuador con el presidente mexicano, un líder en retirada que rompe constantemente su supuesta regla de no injerencia. La ha ignorado con Perú defendiendo al ex mandatario Pedro Castillo, arrestado por su intento de golpe, quien también tras el fracaso de la sublevación buscó escapar a México.
El enfrentamiento con Ecuador ha escalado en la antesala de las elecciones presidenciales del próximo 2 de junio en México que definirán al sucesor de López Obrador. La oficialista Claudia Sheinbaum marcha con fuerte ventaja según las encuestas. Sin embargo llama la atención la estrategia del mandatario.
Antes de otorgar el asilo a Glas, López Obrador hizo una declaración aventurada a sabiendas de sus consecuencias, dando a entender que la victoria de Noboa en agosto de 2023 se hizo aprovechando el asesinato del candidato presidencial ecuatoriano Fernando Villavicencio a manos de un sicario del narcotráfico. No le importaba Ecuador, le hablaba al electorado mexicano. “Hubo elecciones en Ecuador; iba la candidata de las fuerzas progresistas como 10 puntos arriba” y “entonces, un candidato que habla mal de la candidata que va arriba, es asesinado y la candidata que iba arriba (la correísta Luisa González) se cae y el candidato que iba en segundo sube”, aseveró AMLO sugiriendo una estrategia mafiosa en ese decurso.
Quito repudió el comentario y enfrió las relaciones, pero el mexicano afirmó que eso podría repetirse en su país para malograr la carrera de Sheinbaum. Las cabeceras de las mafias de la droga que controlan el negocio en Ecuador están precisamente en México.
Hay una paradoja en todo este episodio que posiblemente el líder mexicano prefiera ignorar. Hace poco, en la investigación del caso “Metástasis” sobre el involucramiento del crimen organizado en las instituciones ecuatorianas, se supo que Correa tuvo contactos con un capo narco preso, Leandro Norero, alias ‘El Patrón’, para que lo ayude a liberar a Glas.
Noboa ahora le ha brindado letra a quienes afirman que estos sujetos son perseguidos políticos. ■