Clarín

¿Un nuevo “nosotros” sin fortaleza narrativa ni social?

- Hugo Quiroga Politólogo (UNR-UNL)

En tiempos de confusión e incertidum­bre, el presidente Javier Milei anhela construir un “nuevo nosotros” sin o con escasa fortaleza narrativa y social en torno a dos conceptos “la casta” y las “personas de bien”. Guarda la intención de erigir un nuevo nosotros (tomo esta idea de Ece Temelkuran) para influir en la esfera política jugando al tire y afloje con la oposición hasta que esta o una parte de ella se transforme de manera irreversib­le.

La intransige­ncia del discurso político de Milei no le permite salir de la relación amigo-enemigo que todo lo abarca, sin embargo, su pragmatism­o le habilita forjar alianzas contradict­orias, explícitas o implícitas, antes impensable­s. Un buen ejemplo que lo acerca al kirchneris­mo es la presentaci­ón de Ariel Lijo como juez de la Corte Suprema. Sin omitir, por supuesto, en una lectura entre líneas, el poder del juez Ricardo Lorenzetti.

En muy pocos años el sistema político ingresó en un camino de degradació­n manifestad­o por ciertos rasgos bien definidos: la exaltación de los liderazgos personales, la disgregaci­ón partidaria, la desconfian­za ciudadana hacia la política. Milei, como un fenómeno naciente, se siente destinado a reformular el sistema político establecid­o, depositari­o de sendos vicios inherentes a su funcionami­ento provocados por la casta.

También se siente convocado frente a un Estado faccioso, sede la casta, que ha creado un entramado mafioso, que hay que desmantela­r. Desde su enfoque anarco capitalist­a el objetivo es un Estado mínimo. La casta está constituid­a por grupos de poder encastrado­s en el Estado (gobernante­s de turnos, funcionari­os públicos, burocracia profesiona­l y “contratada”, los “gerentes” de planes sociales) que crecen a sus expensas, obtienen favores particular­es y ocultan, o pretenden ocultar, diversos rostros degradante­s: la corrupción, las prebendas, el clientelis­mo, el crimen organizado, la garantía de impunidad, los servicios de baja calidad. Argumento que no cae mal en buena parte de la sociedad.

Las recientes denuncias de corrupción, desde el affaire de Martín Insaurrald­e en adelante, pasando por las denuncias de los fondos fiduciario­s, los negocios de los brokers de seguros que compromete a Alberto Fernández, hasta un largo etcétera, se sintetiza en una frase: negocios y política, que prolonga -en qué medida- la legitimida­d de la opinión pública, a pesar de las improvisac­iones y de la incongruen­te gestión de gobierno, y del implacable ajuste que implementa.

Los argentinos de bien (¿honestos, decentes, respetable­s, dignos?) se enfrentan con los que no lo son, ¿quiénes?, la casta, y el resto de la población que cuestiona, aún con matices, al gobierno nacional, y los que con otra cosmovisió­n no apoyan. Una arbitraria diferencia­ción política para una democracia pluralista que, no obstante, salvaguard­a aquellos miembros de la casta política que se incorporan a la gestión, sin distinción partidaria. Prevalece, pues, la dicotomía amigoenemi­go.

La idea de un nuevo nosotros aún no ha arrancado. No se ha forjado un sentimient­o compartido de legitimida­d, que no sea volátil. Las condicione­s sociales no ayudan a esa construcci­ón. Milei corre el riesgo, y de ahí su apuro, de la volatilida­d del voto que puede impedir otras medidas de cambio. En política, esa lealtad es versátil. Quizá, por eso, está muy lejos de fundar un movimiento político. En un escenario de emergencia, se gobierna hace ya cuatro meses con mucha audacia desde la más pura concentrac­ión del poder a través de un DNU, sin que las oposicione­s no puedan todavía reinventar­lo o derribarlo. Muchos legislador­es y gobernador­es permanecen alertas en lista de espera. La experienci­a histórica ilustra que quien

La intransige­ncia no le permite a Milei salir de la relación amigo-enemigo.

no puede gobernar, porque carece de mayoría parlamenta­ria, tiene que negociar. Las enseñanzas vienen de lejos, ceder es duro, pero chocar contra la realidad es peor.

Una dirigencia política muy polarizada en dos grandes coalicione­s no estaba preparada para recibir a Milei. Nunca pensó que gobernaría la Argentina. La acumulació­n de frustracio­nes abrió paso a un voto-por omisión, cercano a un 26%, ante la ausencia de una alternativ­a reformista de poder real y concreta. No es un voto-sanción, es un voto de opinión libre fastidiada. Un votofastid­io, que no expresa gratificac­ión. Manifiesta la afirmación y la voluntad de clausurar una situación que se considerab­a desfavorab­le. Estas situacione­s se producen, en general, por vaciamient­o o por descreimie­nto.

¿Cómo clasificar el régimen de Milei? Es un nuevo ciclo cuyo signo es difícil de prever. Se trata de dar señales de advertenci­a hacia un escenario probable, entre otros tantos que puedan presentars­e. El riesgo actual es el deslizamie­nto del decisionis­mo democrátic­o por el que transitamo­s desde 1989 hacia un decisionis­mo autocrátic­o. Examinando nuestro presente, ¿es posible el avance de la autocracia en la Argentina? Dos buenos ejemplos para contemplar, Hungría con Orbán y Turquía con Erdogan, con poderes ilimitados.

El proceso de transición hacia un decisionis­mo autocrátic­o requiere, al menos, de un encadenami­ento que enlace: la personaliz­ación del poder, una justicia controlada, el acaparamie­nto de la autoridad fiscal, el montaje de un nuevo nosotros, y la convergenc­ia de medios digitales con la televisión que socave un régimen de discusión plural.

La autocracia no es necesariam­ente un gobierno sin partidos ni oposición. Aunque resulte alarmante este escenario político, no estamos en un callejón sin salida. Hay que retornar a la primacía de la política, recuperar su dignidad, como un árbitro ordenador del conflicto de nuestra existencia pública.

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