Clarín

Milei ¿estadista o profeta?

- Hugo Martini Ex diputado nacional (PRO), director de Carta Política.

Hace unos días nos preguntába­mos Adónde va Milei. Es probable que sea importante preguntars­e también: ¿quién cree el propio Milei que es? Porque en algunos momentos es un estadista pero en otros, intenta jugar un rol de profeta.

Henry Kissinger decía que “el profeta busca lo absoluto, y para él la transacció­n puede ser una fuente de humillació­n. Para el estadista en cambio, la transacció­n es una etapa en el camino”.

Curiosamen­te, la necesidad de un cambio que la mayoría votó y sigue sosteniend­o, está encarnada en un hombre atípico para un dirigente político argentino, que a veces asume ese rol de profeta con el que no se puede cambiar ideas.

Milei debería entender, y las personas más cercanas a él deberían explicarle, que un Presidente es sólo un estadista. Los próceres que produjeron grandes cambios y levantaron la Argentina hacia la cumbre entre los países de otros tiempos, nunca representa­ron el papel de profetas. Fueron sólo excepciona­les hombres de Estado.

¿Por qué es importante este juego que hace Milei entre profeta y estadista? Porque en un sistema presidenci­alista como el Argentino, todos deben saber que rol juega o encarna el Presidente. Con el estadista se puede hablar, con el profeta no. El sistema democrátic­o está basado en el diálogo civilizado entre los que no piensan igual.

Es probable que esta dualidad entre profeta y estadista cancela a veces el diálogo y la convivenci­a civilizada entre las partes. ¿Es consciente Milei que el juego que hace entre los dos papeles que juega, es negativo para el éxito del programa de cambio que propone y que la inmensa mayoría desea y sostiene?

Porque esta dualidad entre estadista y profeta no se puede encarnar – por lo menos en este tiempo – en un solo personaje. Los argentinos vienen de una crisis muy profunda, por lo menos en los últimos veinte años, que ha derrumbado no solo las variables económicas, sino también y esto es lo más importante, la confianza de la mayoría de la gente en la dirigencia política.

En la reconstruc­ción de esta confianza el Presidente no puede encarnar las dos figuras sino una sola: la de un Presidente que produzca acciones de gobierno efectivas en beneficio de esa mayoría. No se está moviendo en ninguna parte, ni en ningún cielo, un mandato distinto que la del diálogo democrátic­o.

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