Un Maradona destructor, en el último capítulo de la serie de Coppola
La ficción de Star+ retrata los incidentes previos a la tarde de “la pelota no se mancha”. Fantasía, realidad y el principio del divorcio entre Diego y Guillote.
Coppola, el representante, tiene un “actor” excepcional que sirve para sintetizar su espíritu: un pavo real majestuoso que convive con el protagonista en su departamento.
La serie de Star+ es una fantasía irreprochable, una comedia con ráfagas irrisorias. No importa la verosimilitud de los hechos, si ocurrieron o están dentro del racimo de dudosas anécdotas populares. En una criatura así ni siquiera importa si lo que se cuenta es verdad.
El gran pez de Tim Burton.
El día que Maradona jugó en la Bombonera su partido despedida, Coppola ya estaba harto. O al menos eso deja ver este cuento dirigido por Ariel Winograd. Un adiós que arrastraría otro adiós.
La trastienda de aquella tarde hizo explotar por el aire la paciencia del hombre canoso. Un divorcio feroz gestado a fuego lento, entre ataques de furia y daños materiales.
Las horas previas al día de “la pelota no se mancha” no fueron las más tranquilas para la comitiva del Matthäus, Valderrama, Davor Suker, Hristo Stoichkov, Eric Cantona y Pelé se alojaban en los mismos muros, Maradona era una fiera que luchaba contra sus demonios.
El sexto y último capítulo dibuja el desborde, la transgresión en su punto más oscuro y el desgaste. Narra sin mostrarlo a un Maradona destructor de hoteles y casas.
Aquel noviembre de 2001, en la vida real, las hermanas Hilton golpearon la puerta de la suite de Coppola. Lo contó el propio Guillermo años atrás. En la ficción, las her homena jeado. Mientras manas Walton invitan al manager a retirarse del hotel y no regresar jamás. El Diez andaba “a los tiros” con un “arma” de paintball.
Balazos de pintura, mala puntería, ojos lastimados, paredes enchastradas. La tarjeta platino de “Guillote” llegó a cubrir los arreglos descomunales, pero la ira de los magnates de la cadena hotelera no se apagó. Y el escándalo se tapó.
El episodio (Fuegos artificiales) no escatima en exageración e ingredientes para provocar la carcajada. Utiliza el recurso de una melodía instaladísima en el espectador argentino ochentoso: la música del programa del Dr. Socolinsky, La salud de nuestros hijos (el tema de Lucien Belmond es Aire libre).
El Coppola de Juan Minujín toma Ron Collins, compra fiado una caja de ravioles de seso con pesto, se rehúsa a seguir viendo al Diez evacuar “con la puerta del baño abierta”... Minujín es milimétrico en el dibujo de los ademanes y dota al personaje de algo tan caricaturesco como entrañable. Como si lavara de culpas al protagonista original y le otorgara una pátina de humanidad y grotesco. Los otros destrozos que salen a la luz en el mismo capítulo: los de la casa alquilada en Barrio Parque (2002) que había pertenecido a Mirtha Legrand. “Una falla en el sistema eléctrico produjo un incendio. El fuego comenzó en el sauna, en el primer piso, y luego se extendió a un vestidor y a los dormitorios”, se dijo entonces oficialmente en las noticias. A los bomberos les llevó casi dos horas apagar el fuego.
La ficción pone al descubierto otra versión. En este episodio, Coppola le alquila la propiedad al juez Monaldi (Gerardo Romano) y El Diez hace estragos en las paredes, los muebles, las obras de arte. Orgías, espuma, anónimos colgados en las lámparas, y las llamas envolviendo la mansión y el piso de roble de Eslavonia. La tragedia que no fue precipitó el divorcio. Un Coppola abatido pone punto final a la relación comercial-afectiva entre representante y representado.
Mención aparte merece la contratación de un custodio para Maradona en 2001, uno de los puntos más altos de la comedia. “Guillote” entrevista a un muchacho (Alan Sabbagh) con experiencia en templos como Coyote, Puente Mitre, Pizza Banana, Ku. Le pide cuidarlo del descontrol con “los mariscos”, de los enchufes, de los pisos encerados, de los vértices de los muebles, de los picaportes de las puertas, de las siestas en la pileta.
La segunda y la tercera temporada se huelen ya. Un ser inabarcable como Coppola, formando parte de la vida de otro ser aún más inabarcable (Maradona) exige más escenas, más capítulos, más sangre.