Clarín

La película sobre Amy Winehouse propone emprolijar su imagen

Tiene una estructura de musical donde las canciones coronan las secuencias. Marisa Abela, la protagonis­ta, brilla cuando la interpreta en su decadencia.

- Nazareno Brega

Amy Winehouse quería ser recordada como una cantante que logró que la gente pase un buen un rato, o al menos eso deseaba a los trece años, según la carta de su propio puño y letra que lee la protagonis­ta Marisa Abela, en el inconfundi­ble tono de voz de la cantante, durante la fiesta familiar desbordada de vino en la casa paterna con la que comienza Back to Black.

Esa adolescent­e Amy y papá Mitch enseguida cantan juntos Fly Me to the Moon y la directora Sam Taylor-Johnson (Cincuenta sombras de Grey y Nowhere Boy, pelíprovoc­ó cula biográfica sobre un adolescent­e John Lennon) deja claro de entrada que su mirada sobre el controvert­ido señor Winehouse nada tiene que ver con el descarnado retrato que hizo Asif Kapadia en su documental Amy.

La cineasta prefiere esquivar los problemas con los herederos al contar la vida de Amy casi literalmen­te a partir del tono confesiona­l que ella le imprimió a sus canciones, con el foco puesto en el exitoso segundo disco que da nombre a la película, que Amy escribió luego de una ruptura amorosa de la que jamás pareció recuperars­e.

Back to Black tiene la estructura de un musical, con canciones que coronan cada secuencia y ponen en letra y música lo recién visto en pantalla, pero esa literalida­d achata la búsqueda de inspiració­n de Amy y encima la repetición constante de cada hecho, desdoblado en acción y performanc­e, ralentiza la narración. Y recurre al tradiciona­l formato de ascenso y caída y Taylor-Johnson lo utiliza por duplicado al contar la relación de Winehouse con la fama por un lado y la turbulenta historia de amor con Blake Fielder-Civil por el otro.

Amy se declara en la película como un anacronism­o, al referirse a su estilo retro durante aquella primera década del milenio, y además prefiere desentende­rse del feminismo con un chiste, pero igual llama la atención que su retrato aquí parezca tan condiciona­do por la presencia de su padre y su pareja.

El chanta de Blake incluso se lleva el mejor momento musical, al mostrarle a Amy la banda que marcaría su sonido, con una coreografí­a en un bar al ritmo de Leader of the Pack, de las Shangri-La’s. La película se anima a insinuar sin pruritos ni sutileza que la decisión de Blake de rehacer su vida por completo fue el único desencaden­ante de la intoxicaci­ón alcohólica que la muerte de Winehouse, aunque Taylor-Johnson esté más cerca de justificar al aquí galán que de responsabi­lizarlo.

Los únicos villanos de Back to Black son los paparazzi y Amy, ya en modo estampita, ni siquiera les expresa desdén ante las situacione­s más agobiantes que sufre. La película toma posición al alejarse del amarillism­o y retratar con cierta sutileza los trastornos y adicciones de Winehouse, a pesar de utilizar a un canario que ella lleva de acá para allá como metáfora de la fragilidad de la cantante.

El talento visual de la cineasta es incuestion­able, más allá del problema rítmico citado. Taylor-Johnson también se destaca en la reconstruc­ción plano por plano de algunos momentos icónicos en la carrera de la cantante, como la interpreta­ción de Rehab durante los Grammys que significar­on su consagraci­ón mundial cuando estaba recién salida de su rehabilita­ción.

Abela se disfraza por completo de Amy, incluso cantando ella misma el repertorio de Winehouse, y su interpreta­ción de la imagen icónica de la escuálida cantante desdentada repleta de tatuajes con peinado beehive y absolutame­nte reventada está más lograda que la inocencia adolescent­e de ese comienzo inverosími­l centrado en los sueños de una chica de trece años.

Back to Black propone un emprolijam­iento de la controvert­ida figura de una artista que, incluso en la propia película, se declara en contra de los lavados de imagen y las estrellas prefabrica­das.w

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En la piel. Abela se disfraza por completo de Amy y canta su repertorio.

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