Clarín

Russell Crowe, en el rol de un ex policía desmemoria­do

- N.B.

Russell Crowe consigue alejar este televisivo policial negro, centrado en la memoria y la identidad, de todo chiste fácil posible sobre el cruce de sus logros y sus temas.

El actor consigue lucirse una vez más y su hipnótica presencia en pantalla ni siquiera pareciera resentirse en este deshilacha­do whodunit en el que, literalmen­te, debe hacerse cargo de todo.

Russel se pone en la piel de Roy Freeman, un ex-policía alcohólico que sufre Alzheimer y se sometió a una mágica operación experiment­al que, básicament­e, consigue que la enfermedad aparezca o desaparezc­a sin rastro alguno, según las necesidade­s de la trama.

La cirugía también le deja dos vistosas cicatrices en su intimidant­e cabeza pelada, que contrasta con su tupida barba navideña para transmitir depresión en el primer golpe de vista. Roy tiene la casa llena de anotacione­s básicas para la vida cotidiana, como su propio nombre frente al espejo o cómo hacerse una tostada, en una de las tantas conexiones obvias con Memento, de Christophe­r Nolan, de la que Recuerdos mortales parece, al menos en calidad, su anverso.

La memoria se vuelve la gran clave para resolver un crimen contrarrel­oj luego de que Freeman sea convocado por un condenado a muerte, que él mismo apresó, quien asegura ser inocente.

Recuerdos mortales le plantea al desmemoria­do Roy un reaprendiz­aje de esa tarea policíaca que se vio forzado a abandonar tras un incidente anterior a que se manifestar­a su enfermedad.

La siempre necesaria femme fatale del noir no tarda en aparecer, en su versión más elusiva, pero siempre escoltada por un puñado de sospechoso­s del crimen, que oscilan entre el ayudante de la víctima y el detective que acompañó a Roy durante la investigac­ión.

Crowe transmite de taco la perplejida­d que le genera a Freeman encontrar cada uno de los errores cometidos durante el caso, que repasa en busca de algún incipiente recuerdo. Ni siquiera una estereotip­ada recaída en el alcoholism­o consigue compromete­r la destacada performanc­e del actor.

El debutante Adam Cooper recurre a buena parte de los tonos y climas oscuros del policial negro, pero se queda corto de ritmo en una película que adolece los múltiples puntos de vista, y los consecuent­es cambios estéticos, utilizados para poner en imágenes la reconstruc­ción de la memoria.

La cantidad de inconsiste­ncias claves que se pasan por alto en la trama de Recuerdos mortales, más allá de la lógica fragilidad de lo rememorado, llaman la atención al amontonars­e en la ópera prima de alguien que trabajó en la industria como guionista y basó su primera película en una novela. Cooper demuestra cierta mesura al revelar, en la última vuelta de tuerca que le da al deambular mental de Roy, los distintos roles de los personajes durante el crimen, pero a esa altura poco importa ya quién se hace cargo del asesinato.■

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Roy Freeman. Así se llama el ex policía que interpreta Crowe.

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