Clarín

“Bellas artes”, gran muestra del humor ácido de Cohn-Duprat

En esta miniserie de seis capítulos disponible desde ayer en Star+, Oscar Martínez se luce como el cascarrabi­as director de un museo de España.

- slamazares@clarin.com Silvina Lamazares

Más allá del registro elegido, las series de Cohn & Duprat ya parecen ser un género en sí mismo. No porque se repitan, sino porque el sello de fábrica las agrupa en un nicho que, paradójica­mente, no deja a nadie afuera. Tanto en El encargado como en Nada, o ahora con Bellas artes, uno puede quedarse en la gracia de la primera capa o llegar hasta el profundo corazón.

Y si se embarca en el latir de la miniserie de Star+, se topa con una atrevida, sarcástica y atractiva mirada sobre el lado B del arte.

Que en este caso tiene un museo como escenario narrativo, pero también encuentra en pequeños y sutiles detalles la radiografí­a sin piedad de ese universo al que la ficción no siempre se le anima. A veces, la solemnidad o la corrección política de determinad­os mundillos no les ha permitido a muchos pincelar libremente el snobismo, la lucha de egos, las presiones y las apariencia­s de un templo artístico.

Así como en muchos viajes familiares “shopping mata museo”, en la mesa de debate de productora­s o plataforma­s no debe ganar muchas batallas un guion sobre la vida puertas adentro de un museo.

Una pena, porque luego de ver los seis episodios de Bellas artes más de uno se preguntará, segurament­e, por qué no hay más de esto en las plataforma­s de streaming. Por suerte la sólida dupla de Mariano Cohn y Gastón Duprat se animó a meter el pie en otros terrenos.

Aquí se cuenta el nuevo rumbo que toma el Museo Iberoameri­ca

no de Arte Moderno. El primer episodio, titulado Concurso, abre con una suerte de casting entre tres personas para llegar al cargo de director. Antonio Dumas (Oscar Martínez) compite contra dos mujeres. Tiene todas las de perder. Pero gana. Y asume. Y el personaje le roba el protagónic­o al espacio.

La excusa es el dónde, pero la gracia está en el quién, como ocurrió con el personaje de Guillermo Francella en El encargado o con el de Luis Brandoni en Nada. Los hechos se van hilvanando, mientras el hombre se va desnudando sin necesidad de quitarse ropa alguna.

Impecable Oscar Martínez en la composició­n de este soberbio y reconocido gestor cultural que no ha sabido rendir materias clave de su vida personal. Tiene un hijo que le pasa facturas, un nieto al que ve poco, un viejo amor del otro lado del mundo, un gato llamado Borges y pocas pulgas. Y un monopatín eléctrico que lo pasea por Madrid.

Martínez ha sido El ciudadano ilustre con el que Cohn y Duprat han ganado un Goya. Se conocen, pero no hay en este reencuentr­o un trabajo repetido, como tampoco hay en Bellas artes alguna similitud con Mi obra maestra.

Los nombre se repiten a modo de fetiche, pero cada nueva producción salta de baldosa. Hay un humor exquisito que las aúna, humor negro sin pizca de blanco, pero cada una atiende su juego. Aquí, de la mano de un sólido elenco español, con José Sacristán y Ángela Molina como invitados de lujo.

Amén del guión y del trazado de los personajes, una de las mayores virtudes de la serie radica en el juego de la pequeñez humana frente a la escala arquitectó­nica de la mayoría de los museos. La cámara sabe jugar con esa desigualda­d.

Quizá el sexto episodio sea el menos ágil, el que cae en algunas tentacione­s de lugares comunes. Pasa como en los museos: hay salas que atrapan y otras en las que se aligera el paso. Pero, en general, de todo se sale saboreando la obra. Pasa también depués de haber traspasado el umbral de Cohn/Duprat.w

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Amargura. Antonio Dumas (Martínez) debe lidiar con muchos snobs.

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