Clarín

¿Aportar un granito de arena?

- Daniel Ulanovsky Sack dulanovsky@clarin.com

Tres esferas. De eso habla el ensayista franco-búlgaro Tzvetan Todorov en “El jardín imperfecto - Luces y sombras del pensamient­o humanista”. En cada una de estas esferas existe lo que él llama distintos niveles de “sustitució­n” y de compromiso con el otro. Suena complicado pero no lo es. Les cuento:

. La esfera humanitari­a. Aquí todos somos sustituibl­es, alcanza con ser persona. Por ejemplo, uno ayuda a alguien que se está ahogando, lo conozca o no, hable su lengua o la ignore, sea niño o adulto. “Ayudador” y “ayudado” puede ser cualquiera.

. La esfera política. Aparece una primera discrimina­ción; se ubican los que comparten una misma comunidad (nacional, de intereses: un club, un grupo político) y una persona puede ser sustituida por otra en tanto forme parte de ese colectivo.

. La esfera personal. Ninguna sustitució­n es posible. Mis padres, mi esposa, mis hijos, mis amigos. Son ellos y sólo ellos, no existe el imaginario de reemplazo. Me une una relación afectiva directa, íntima, única.

¿Qué pasa cuando una relación empieza en una esfera y se traslada a otra? Nos sentimos raros, no sabemos cómo actuar, a veces surge la culpa; otras, una sensación de vacío. Creo que algo así le pasó al autor. ¿Cómo no ayudar a un vecino menor de edad que está sin comer y que, además, se siente solo? Pero qué sucede cuando ese chico deja de ser un simple vecino, tiene nombre, historia y ya es una especie de amigo. ¿Alejarlo de la madre es protegerlo o fragilizar­lo? Idem con el orfanato. Y uno, acaso, puede tomar otro rol? ¿Le correspond­e o es entrometer­se donde no debe?

Todos hemos vivido algún momento que tuvo grageas de estos dilemas. Peleas entre amigos, entre familiares, por ejemplo. O intervenir en relaciones laborales conflictiv­as. O proponer cambios en un club o en una asociación. ¿Hasta dónde me debo arriesgar? No tengo una respuesta asertiva, lo siento. Sí sé que J. va a tener, junto a sus recuerdos grises, un poco de luz: el vecino que no cerró los ojos. Ni la puerta.

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