Clarín

El Camino de Santiago, la historia de una sonrisa

- Diana Baccaro dbaccaro@clarin.com

Para aprender a reír como lo hace ahora, con una copa de vino en la mano y la mochila de su hijo muerto en la otra, el hombre tuvo que aprender a caminar. Día y noche. Porque si hay algo que se repite entre los peregrinos que se largan a hacer el Camino de Santiago es que para ellos la vida es un largo viaje: lo arrancan solos pero terminan recorriénd­olo con otros. Y todos saben dónde acabarán la travesía, pero no cómo.

-¿Sabe por qué va a hacer el Camino?, le preguntan a Tom, el protagonis­ta de The Way, la película que se estrenó hace 15 años y todavía es referencia obligada para aquellos que planean largarse a la aventura por esta ruta milenaria.

-Supongo que por mi hijo, contesta -Nadie lo hace por otro. Todos lo hacen por uno mismo, le responde el oficial que acaba de anunciarle la muerte de su hijo.

Interpreta­da por Martín Sheen (el veterano actor de Apocalypse Now) y dirigida por su hijo, Emilio Estévez, el núcleo de la película es precisamen­te la historia de un padre y su hijo. El hijo muere en los Pirineos en un temporal al comenzar el Camino de Santiago y el padre, un médico de California que había puesto su vida en pausa desde que enviudó, tiene que viajar al extranjero para llevar su cuerpo de vuelta a casa. Pero en un momento de inspiració­n decide cremarlo y completar el Camino en su honor. Con su mochila al hombro. En cada parada irá esparciend­o sus cenizas hasta llegar a Santiago de Compostela junto a otros peregrinos que conocerá a lo largo del viaje de 900 kilómetros. Y con los que se animará a volver a reír. Con una sonrisa triste, pero serena y sabia.

Como sonríen aquellos que ofrecen su herida hecha luz, y como sonríe Rembrandt en su último autorretra­to. Cuando se pintó sobre el linzo final ya había enterrado a su primera esposa, a la segunda y soportado también la muerte de su hijo. Y sin embargo... Desde la oscuridad de sus tonos ocres parece mirarnos con una mueca para decirnos acá estoy, esta es la gran broma de la vida. Pero antes, mucho antes, ya se había retratado otras 40 veces donde dejó al descubiert­o el paso del tiempo y las cicatrices de la vida. Hasta regalarnos su última sonrisa, que se conserva en la National Gallery de Londres.

“Aunque los motivos para viajar en The Way son muchos, todos tienen un punto de partida común: la pérdida. De algo o alguien. La pérdida de un hijo, la pérdida de un amor, la pérdida de la pasión profesiona­l, lo que sea”, explicó el director de la película que eligió a su propio padre como protagonis­ta, mientras él interpreta al hijo que decide abandonar su trabajo y su carrera porque quiere viajar, conocer el mundo. En algunas escenas aparece en el Camino, como una sombra, para alentar a su padre a seguir. Y seguir.

-¿Por qué vino hasta acá? le preguntan al viejo peregrino cuando llega exhausto a la iglesia de Santiago de Compostela, en Galicia, con la caja de cenizas de su hijo casi vacía.

-Porque quiero seguir viajando, responde. Y le sonríen los ojos.

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