Clarín

Los palestinos y los amalecitas

- Rodolfo Terragno Político, diplomátic­o y periodista

El 7 de octubre del año pasado, unos 2.000 terrorista­s palestinos, pertenecie­ntes a la organizaci­ón Hamas, irrumpiero­n en Israel, invadieron ciudades y kibutz, destruyero­n e incendiaro­n, asesinaron a 1.200 personas, incineraro­n y mutilaron cadáveres y se llevaron 239 rehenes israelíes a Gaza.

Era previsible que el gobierno de Israel ocupara el territorio gazatí para descabezar y desarticul­ar a Hamas.

Se esperaba una operación quirúrgica. La inteligenc­ia israelí está especializ­ada en la Franja. Tiene infiltrado­s y colaboraci­onistas. Observa con drones. Utiliza inteligenc­ia artificial.

Sin embargo, el ministro de Defensa de Israel, Yoav Galant, anticipó que el objetivo no se limitaría a Hamas sino que comprender­ía al conjunto de la población gazatí: “He ordenado un asedio completo de la Franja de Gaza. No habrá electricid­ad, ni comida, ni combustibl­e. Nada entrará y nada saldrá”.

El primer ministro, Benjamín Netanyahu, pareció corroborar las palabras de Galat. Invocó “nuestra Santa Biblia” para comparar (o así se interpretó) a los palestinos con los amalecitas: un pueblo enemigo de los judíos al que Dios mandó a extinguir. La Biblia llama Amalec al pueblo amalecita, convirtien­do en nombre genérico el de Amalek, cuyos descendien­tes poblaron toda la península arábiga.

Netanyahu citó el principio de un versículo del Deuteronom­io (25:17): “Recuerden [los judíos]lo que los amalecitas les hicieron en el camino desde Egipto”.

Él no podía compartir enterament­e lo que, respecto de los amanecitas, la Biblia le hace decir a Dios (Samuel 15:2-3): “Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando venían de Egipto [huyendo de la esclavitud y rumbo a la”tierra prometida”] Ve, pues [Saúl], y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos”.

Sería excesivo decir que eso es lo que quiere hacer Netanyahu en Palestina. Sin embargo, al citar a los amalitas —en el contexto de la guerra actual— lo que hace es permitir una incitante sospecha: que la guerra no sea sólo para terminar con Hamas, sino también para desarticul­ar al pueblo palestino. Sobre todo, si se tienen en cuenta los inquietant­es dichos de su ministro de Defensa, que después se tradujeron en hechos.

Eso es lo que ha entendido la mayoría de la comunidad internacio­nal, al ver la destrucció­n masiva de viviendas, la devastació­n de hospitales, las restriccio­nes a la ayuda humanitari­a y los más de 30.000 muertos.

Netanyahu dice que los 20.000 miembros de Hamás están entremezcl­ados entre los civiles, por lo cual es imposible atacarlos sin que haya víctimas colaterale­s.

Él cree que destruir a Hamas garantizar­á la seguridad de Israel, pero el método ejercido por su ejército potenciará el odio a los judíos, incluso entre los 2.755.300 palestinos que viven en Israel. Si hoy la comparació­n con Amalec resulta equívoca, es probable que los actuales ataques conviertan a los palestinos en amalecitas.

Hay países, como España, que postulan como “solución” una partición en esa parte del Oriente Medio, creando un Estado Independie­nte de Palestina, vecino a Israel.

No sería posible que la guerra terminara en esa partición. Y aun más tarde requeriría que, tanto en Israel como en Palestina, el poder estuviera en manos de fuerzas democrátic­as y pacifistas.

La propuesta de tener “dos estados” se formuló hace 77 años. Y no se trataba de una simple propuesta. Naciones Unidas estableció en 1947 (Resolución 181) que Palestina debía partirse en un Estado judío y un Estado árabe, quedando Jerusalén bajo una autoridad internacio­nal.

Desde entonces, hubo israelíes y palestinos que pretendían avanzar en esa dirección. Yasser Arafat (por Palestina) desistió de la lucha armada y del propósito de destruir Israel. Yitzhak Rabin (por Israel) reconoció a la “Organizaci­ón para la Liberación Palestina” (OLP) como representa­nte del pueblo palestino. Pero la ejecución de tales acuerdos fue boicoteada por los “ultra” (fanáticos nacionalis­tas de derecha) a uno y otro lado.

Rabin y Arafat, ganaron en 1994 -junto co Shimon Peres, otro abanderado de la coexistenc­ia palestina-israelí- el Premio Nobel de la Paz.

Los “ultra” asesinaron a Rabin el año siguiente, y diez años más tarde a Arafat.

Netanyahu se eximió de los atentados cuando se radicalizó, pasando del pacifismo a la beligeranc­ia. En 1998, en Estados Unidos, había dicho a los palestinos ante Bill Clinton: “Nosotros, los que hemos luchado contra ustedes, los palestinos, les decimos hoy, en voz alta y clara: ¡Basta de sangre y lágrimas! ¡Basta!”.

No imaginaba que un cuarto de siglo después su ejército estaría derramando lágrimas y sangre en Gaza.

Israel está quedando, en términos diplomátic­os, gravemente aislada. Aun Estados Unidos —su aliado histórico, que apoyó la represalia contra Hamas por los crímenes del 7 de octubre— pide, como Europa, un alto el fuego. Y el presidente Biden reclamó que se permita la entrada de alimentos y medicinas.

Ya no se puede decir que quienes critican las acciones de Israel en Gaza son “antisemita­s” o defensores de los terrorista­s. Muchos de quienes creen que la seguridad de Israel depende de la desaparici­ón de Hamas, sienten que la población gazatí sufre una desmedida crisis humanitari­a. Y no faltan los israelíes a quienes aflige que Israel evoque, hasta cierto punto, los martirios que los judíos padecieron durante siglos.

Nada de esto habría pasado si hubiesen triunfado los Rabin y los Arafat. ■

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