Clarín

¿Madres abnegadas? No cuenten conmigo

- Dalia Gutmann Comediante

El otro día fui a ver a Mon Laferte a un mega concierto en un súper estadio con más de 6 mil personas. El show estaba anunciado a las 9 p.m. pero ella salió tipo 9:43, ponele. Pidió disculpas y dijo que su bebé estaba con “mamitis” y que no se le despegaba, y que una bota no se la había podido poner bien, y que había algo del vestuario que se quería ajustar. Entonces pidió que apagaran la luz para acomodarse un poco. Después empezaron a aparecer mosquitos, y un asistente le puso repelente, “el producto del momento”. La empatía que sentimos las miles de mujeres que estábamos esa noche presentes era inexplicab­le. ¡Cómo no entenderte Mon! Por mil razones: por las botas incómodas, por el vestuario que depende el momento del mes te va quedando diferente, por el hijo que cuanto más chico, más difícil ser libre…

Y o estaba con mi marido que no terminaba de entender por qué tanto quilombo -como les suele pasar a los hombres-. Creo que solo con el tema del mosquito y el repelente pudo haber sentido un poco de empatía.

Salvando las distancias entre su mega estadio y mis escenarios, sé muy bien lo que se siente exponerse ante un público siendo mina. Con el plus que además de tooooodo lo que nos pasa por ser mujeres, cuando te convertís en madre, se suma toooodo lo que te pasa por tener una personita que depende básicament­e de vos.

Me acuerdo de las primeras funciones después de parir, que salía toda puérpera al escenario con las tetas explotadas recordándo­me que tenía que sacarme leche o volver a casa urgente. También tengo un máster en actuar indispuest­a. Hasta daría un taller compartien­do tips de cómo laburar en malla sin que nadie se entere de todo lo que te está pasando ahí abajo. Porque el cuerpo de la mujer no para de expresar cosas todo el tiempo. Con el agravante de que todavía hay toda una generación de hombres a los que les da “asquito” enterarse... y bueno, cúrtanse, agradezcan que ustedes zafan de mil cosas.

Igual lo que me pasaba en el cuerpo no era lo más amenazante. Creo que lo peor me sucedía en mi cabeza. Estaba en otra, no entendía ni lo que estaba diciendo mientras hacía el monólogo. Pero había algo adentro mío que sabía que salir a trabajar me hacía bien, entonces me decía “vos seguí haciéndolo que todo se va a ir acomodando”.

Y además del adentro, el afuera: toda esa gente que te pregunta “y con quién los dejaste?”. Un poco te sentís juzgada, y otro poco dan en la tecla porque el verdadero desquicio es el juego de las mil coincidenc­ias para polir der ubicar siempre a los pibitos con alguien confiable para poder salir a trabajar. Y cuando finalmente lo lograste y salís -¿huís?- de tu casa, puede que empiece el sketch de “mamamama por favor no te vayas”. Y vos te vas igual, toda enmarañada de culpa. Y llamás apenas podés preocupadí­sima para ver cómo sigue todo, y la persona que habías logrado que se quedara en tu casa te dice “Cuando te fuiste se olvidó”, y vos no sabés si te miente para que no te preocupes, o tus hijos son grandes actores dramáticos. Sospecho que a todas nos ha pasado. No sé por qué en general para nosotras es mucho más conflictiv­o que para ellos, y por más que hayamos evoluciona­do bastante como sociedad, todavía la cosa sigue siendo así.

Salir a trabajar teniendo niños chicos, es una de las sensacione­s más tensas que existen. Es como que tus dos identidade­s se empiezan agarrar a la piñas. Una parte de vos quiere quedarse abrazada a la criaturita y mandar todo a la mierda, y la otra quiere sacorriend­o, escapar desesperad­amente, -más al estilo chabón-, para continuar con esa vida que tenías antes de convertirt­e en mamá. Pero cuesta.

Tengo colegas comediante­s que cuando son madres me dicen “no entiendo cómo hiciste”. Y yo no sé cómo explicarle­s el quilombo que fue todo.

Ahora estoy en otra etapa porque todo cambia cuando los hijos tienen esa edad en la que pueden tomarse un colectivo. Tengo la teoría que son 12 años aproximada­mente entre que tenés hijos y “masomenos” recuperás tu agenda.

Igual tengan la edad que tengan, los hijos siempre son prioridad (y a veces también tremendos aguafiesta­s). Y siempre ALGO nos va a preocupar (una madre que no está preocupada por ALGO de su hijo ¿será de verdad la madre de esa criatura?). También es cierto que te volvés loca, que mil veces te vas a sentir la peor, pero también tengo la certeza de que la maternidad no puede hacer desaparece­r quienes somos, lo que amamos, lo que nos resetea, lo que nos gusta hacer. Hay algo en sostener lo que nos hace bien, que es tremendame­nte beneficios­o para nuestra autoestima.

Por suerte nací en la era donde ser una madre abnegada que posterga sus anhelos en nombre de sus hijos, ya no suena tan saludable. También descubrimo­s que si querés ser madre, no tenés por qué elegir entre una cosa y la otra. Estamos en tiempos donde la onda es que existan mujeres como Mon Laferte, que se convierten en madres, y no dejan de deleitarno­s con sus dones. Aunque a veces haya que esperarlas un rato. No pasa nada, te esperamos ¡vos seguí haciendo lo que tan bien hacés! Es un gran ejemplo para transmitir­le a tus hijos. ■

Salir a trabajar teniendo chicos es una de las sensacione­s más tensas que existen. Tus dos identidade­s se agarran a las piñas, pero...

 ?? MARIANO VIOR ??
MARIANO VIOR
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina