El estigma de otra era
“El modelo de igualdad de oportunidades tiene bastante crueldad, porque para que los vencedores merezcan su victoria, es necesario que los vencidos merezcan su derrota”, decía el prestigioso sociólogo francés François Dubet y autor del libro “Repensar la justicia social”, en una entrevista publicada en abril de 2011, en Clarín. El concepto falseado de justicia social fue el que empuñó el kirchnerismo, y otros, para someter a los más pobres y a sus militantes, y que bajo esa misma proclama enviciada escondía la junta de votos y la ideologización a cambio de bolsones de comida. Nunca hubo una justicia social para sus seguidores ni para los jubilados ni para aquel país que gobernó. Mucho antes, esa “idea” hizo estragos en aquella Argentina que comenzaba su metamorfosis. La reforma de 1949 restauró aquellos derechos que habían sido vejados en la dictadura cívico-militar. Y se gestaba así junto a otras enmiendas la justicia social, tan vapuleada también por estos tiempos. Es hora, sí, de que estos vientos de cambio sean un punto de inflexión y esa concepción vuelva a incubarse en las manos de los justos.
Sin prebendas ni cuestionamientos políticos. La justicia social debe representar una escritura sagrada y abrazar el trayecto cívico de la sociedad, que su balanza descanse sobre los más necesitados para poder derogar esa “violencia simbólica”, que describe el lector Olivieri en su carta. Y que por fin pierda su estigma. No debe desaparecer, debe reconceptuarse, y en esa convergencia el Gobierno debe hallar el camino para acordar los proyectos de Estado y mantener la armonía, incluyendo a la Iglesia que clama por una revisión.