Clarín

Alertas sobre el milei-roquismo

- Ricardo de Titto Historiado­r

El 13 de abril de 1890 una multitud asiste al mitin de la Unión Cívica en el Frontón Buenos Aires. Habla Mitre; después Barroetave­ña presenta a Alem que es vitoreado. El reclamo de pluralismo, libertad, funcionami­ento pleno de la Constituci­ón y fin del “unicato” es masivo. Alem, enfático, define: “¡Esto no tiene vuelta! ¡No hay, no puede haber buenas finanzas, donde no hay buena política! Buena política quiere decir respeto a los derechos; buena política quiere decir aplicación recta y correcta de las rentas públicas; buena política quiere decir protección a las industrias útiles y no especulaci­ón aventurera para que ganen los parásitos del poder”.

Y convoca: “¡Vamos a reconquist­ar nuestras libertades!” Tras él hablan Aristóbulo del Valle y tres oradores católicos: Estrada, Goyena y Navarro Viola. El 26 de julio estalla una revolución.

Once años antes, en abril de 1879, se ponía en marcha la “Conquista del Desierto” con 7000 hombres. La Primera División a cargo de Julio A. Roca parte de Azul hacia Carhué y desde allí a Choele-Choel donde el 25 de mayo se festeja la fecha patria: “Aquí, donde la barbarie ha reinado tres siglos, damos ahora el paso más trascenden­tal de nuestra soberanía adquirida. En estas latitudes me ha parecido más puro y radiante el sol de mayo” le dice Roca a Avellaneda. Un hilo de continuida­d puede trazarse entre esos dos hitos clave y articular sus relaciones profundas como caras de un único proceso.

Al respecto, se enfatizan ahora los aspectos progresist­as del “Zorro” que suscitan incluso el elogio de comentaris­tas que ayer nomás lo tildaban de “genocida”: a las conocidas leyes civilistas y el papel activo del Estado, le adicionan la supuesta independen­cia de su política exterior, manifiesta en las críticas a Estados Unidos, la ruptura de relaciones con el Vaticano y el elogio de la Doctrina Drago.

Así, en este sube y baja de relatos unilateral­es, lo que ayer se demonizaba hoy se soslaya. ¿Hacemos historia y construimo­s memoria moderando pasiones? Entonces, ni “bueno”, ni “malo”, sencillame­nte, Roca, protagonis­ta trascenden­tal en la construcci­ón de la República.

En La guerra al malón, el comandante Prado lamenta: “¡Pobres y buenos milicos! Habían conquistad­o 20 mil leguas de territorio y más tarde, cuando esa riqueza enorme pasó a manos del especulado­r que la adquirió sin esfuerzo ni trabajo, muchos de ellos no hallaron un rincón mezquino en que exhalar el último suspiro”.

Tal cual; la “solución drástica” de Estanislao Zeballos culminó en la concentrac­ión de la tierra en muy pocas manos: casi 5 millones de hectáreas fueron repartidas entre 541 personas mientras, entre 1880 y 1890, la producción agraria se elevó del 1,4 al 25 por ciento de las exportacio­nes. La nueva oligarquía reúne apellidos patricios e inmigrante­s y, entre los beneficiar­ios de las cesiones de tierras, resalta el propio Roca que reúne nada menos que 65.000 hectáreas sumando obsequios del Congreso Nacional y la Legislatur­a bonaerense.

Sarmiento denuncia el nepotismo. “Atalivar” –por Ataliva Roca– es el nuevo verbo del negociado: “Seis hermanos e improvisad­os hombres públicos con el ánimo exclusivo de enriquecer­se y perpetuars­e en el poder, una república suprimida y absorbida por una familia de ladrones”. “No se llenan”: “El paseo en carruaje a través de la Pampa cuando no había en ella un solo indio fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, en cuya operación la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro, ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. [quien] clandestin­amente, sigue enajenando la tierra pública a 400 que vale 3.000”.

Alerta temprana: la legua cuadrada que en 1879 en Olavarría se valuaba a 350 pesos, treinta años más tarde se vendió a 400.000 pesos; lo había anticipado Ernesto Tornquist: “lo que hoy vale 10, sin malones vale 100”. Una red de parientes y amigos del poder se teje en este reparto que configura, tal vez –es imposible mensurar– al gobierno más corrupto de la historia nacional, al formatear el modelo de propiedad agraria y convertir al país en una semicoloni­a británica.

A Roca, que llega al poder de la mano de una espuria Liga de Gobernador­es, lo sucede por “dedazo” su concuñado Juárez Celman. Desde 1886 el endeudamie­nto y la especulaci­ón se convierten en moneda corriente. “Pepino el 88”, creación muy popular de José Podestá, deja su escoba, mira al público y reza su Credo: “Creo en el poder mágico del dios Oro”. Su suba ha sido espectacul­ar: en 1881 valía igual que el peso papel, y tras constantes devaluacio­nes, en noviembre de 1890 cotiza a 350 pesos.

Entonces, “una multitud histérica invadió el salón principal de la Bolsa de Comercio, interrumpi­endo las operacione­s. Buenos Aires era el reino de la especulaci­ón y todo era posible”, apunta A. Brailovsky. Las operacione­s con campos eran parte fundamenta­l de esos negociados.

La Revolución de julio de 1890 intenta poner fin a ese clima descompues­to. Logra un triunfo parcial con la renuncia del presidente pero un pacto entre Roca y Mitre desactiva el movimiento al asumir el vice Carlos Pellegrini.

El orden conservado­r logra mantener su régimen aristocrát­ico postergand­o más de 20 años la instauraci­ón de una democracia parlamenta­ria efectiva, la que se logrará recién en 1912 con Roque Sáenz Peña, a quien, poco antes de morir, el mismo Pellegrini, arrepentid­o de aquellas oscuras manipulaci­ones, le confiesa “Quisiera borrar veinticinc­o años de mi vida”.w

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DANIEL ROLDÁN

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