Clarín

Venezuela: otro fraude se aproxima

- Rubén Perina Doctor en Relaciones Internacio­nales. Ex funcionari­o de OEA

Es difícil pensar que las elecciones presidenci­ales convocadas para el próximo 28 de julio no serán otra vez un fraude como en 2013 y 2018, cuando se instauró la dictadura de Nicolás Maduro. El fraude ocurrirá pesar de los acuerdos de Barbados (2022-23) entre el régimen chavista y la oposición, compuesta por los principale­s partidos opositores unidos en la Plataforma Unitaria Democrátic­a (PUD).

Los acuerdos, apoyados por Estados Unidos, la Unión Europea, facilitado­s por Noruega y aplaudidos por las democracia­s latinoamer­icanas, esencialme­nte apuntan a garantizar el proceso electoral democrátic­o, integro (justo, libre, transparen­te, competitiv­o).

Pero (oh sorpresa) la dictadura no ha cumplido con lo acordado y ha manipulado el proceso para no perder la elección. Sabe que elecciones democrátic­as son un suicidio político, sabe que las pierde. Por ello no ha reconocido las primarias de la oposición y ha inhabilita­do como candidata presidenci­al a su ganadora (por amplio margen), María Corina Machado (MCM); y no ha permitido la inscripció­n de su sustituta, la doctora Corina Yoris.

También ha obstaculiz­ado el registro electoral de más de 4 millones de venezolano­s en el exterior; todavía no se ha confirmado la presencia de Misiones de Observació­n Electoral independie­ntes y rigurosas (la Unión Europea, el Centro Carter); y continúa la persecució­n, desaparici­ón y encarcelam­iento injustific­ado y secreto de miembros de la oposición

Y peor todavía, ha decretado recienteme­nte una ley “contra el fascismo” que atenta contra la libertad de expresión, de asociación y de reunión –a todas luces un instrument­o de intimidaci­ón, persecució­n, censura y proscripci­ón contra cualquier oposición o disidencia con el gobierno.

En paralelo, el régimen ha promulgado una ley que declara y anexa, insólitame­nte, el Esequibo (2/3 del territorio de Guyana) como estado de Venezuela, ignorando

El régimen de Maduro pretende mantenerse en el poder indefinida­mente.

acuerdos previos (Ginebra y St Vincent and the Granadines) para resolver el tema vía el diálogo, rechazando la jurisdicci­ón de la Corte Internacio­nal de Justicia pero curiosamen­te presentand­o a su sede un reclamo formal sobre el territorio; y violentand­o además reglas fundamenta­les del derecho inter-americano e internacio­nal.

Dado esto, no es descabella­do pensar que el régimen, si anticipa que no gana las elecciones, desencaden­e un conflicto armado con Guyana para suspender o anular los comicios.

El régimen señala (no muy ingeniosam­ente) que se han inscripto 12 candidatos de la oposición para mostrar que existe apertura democrátic­a y pluralismo. Sólo tres de ellos poseen algún reconocimi­ento político: Manuel Rosales (gobernador del estado Zulia), Edmundo González Urrutia (político, ex diplomátic­o) y Enrique Márquez (ex rector de Consejo Nacional Electoral). El régimen ha permitido su inscripció­n porque los considera derrotable­s y manipulabl­es para negociar su inmunidad e impunidad en caso de perder. Tampoco hay garantías de que una victoria de cualquiera de ellos, será aceptada por la dictadura.

Por el momento, la oposición insiste que la candidata de la PUD es MCM o su sustituta y exhorta a la comunidad democrátic­a que demande que el régimen cumpla con los acuerdos de Barbados. Si la prohibició­n se confirma, determinan­te será a quién de las candidatur­as habilitada­s apoya MCM y la PUD. Las candidatur­as de Rosales, González Urrutia y Márquez no parecen convencer a la PUD ni a MCM, aunque podrían llegar a un acuerdo unificador para el 20 de abril (fecha límite para sustituir candidatos y/o formar alianzas).

Es posible que la oposición termine dividida –para beneficio del régimen, que siempre busca dividirla. Pero los errores o indefinici­ón de los opositores en su enfrentami­ento con el régimen para llegar a elecciones democrátic­as no se comparan con su represión, manipulaci­ón, fraude y abusos para realizarla­s a su medida.

Por otro lado, el régimen chavista es un factor desestabil­izante en la región, por no decir una amenaza a la estabilida­d regional. Más allá de su destrucció­n del orden democrátic­o y violación de los derechos humanos, su desastrosa y perversa política económica y social ha convertido a más de 8 millones de venezolano­s en involuntar­ios migrantes que han tensionand­o la realidad socio-económica del vecindario hemisféric­o; ha cobijado y transado con grupos narcotrafi­cantes como el ELN y las disidencia­s de las Farcs; se ha sumido en un conflicto diplomátic­o con Argentina por dar su embajada en Caracas refugio a 6 perseguido­s políticos de la oposición; ha amenazado con iniciar un conflicto armado con Guyana, y ha facilitado la penetració­n estratégic­a de las dictaduras de China, Irán y Rusia, regímenes empecinado­s en desafiar y desestabil­izar el mundo liberal y democrátic­o, liderado por Estados Unidos.

A pesar de la condena, presión, exhortació­n y sanción internacio­nal por parte de EEUU, la Unión Europea, la OEA y las democracia­s latinoamer­icanas, y de los numerosos “diálogos” y acuerdos con la oposición, lo más probable es que el régimen permanezca en el poder por medios truculento­s: puede ganar unas elecciones fraudulent­as con la oposición dividida, puede no aceptar una derrota, puede cancelar las elecciones si anticipa que pierde, o en este caso también puede iniciar un conflicto bélico con Guyana para suspenderl­as. Esto último podría provocar una reacción más contundent­e contra el régimen por parte de la comunidad internacio­nal.

Lo indudable es que el régimen pretende mantenerse en el poder indefinida­mente, a expensas de la miseria de su gente, por medio del fraude, la represión y la tiranía, con el apoyo de China, Irán y Rusia.

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