Clarín

El verdadero liberalism­o fomenta la educación

- Jorge R. Enríquez Ex diputado nacional. Presidente Asociación Civil Justa Causa

Fue muy amplio el rechazo que generaron las recientes declaracio­nes del diputado nacional por LLA Alberto Benegas Lynch: “La libertad también es que si no querés mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller, puedas hacerlo”. Las críticas que despertó son muy justificad­as. El legislador que pronunció esas palabras se presenta a sí mismo como un adalid del liberalism­o, pero en su afán de llamar la atención no advierte que de esa forma conspira contra la causa que alega defender.

No hay dudas de que luego de tantos años de populismo la Argentina necesita reformas que se basen en las más sanas ideas liberales, pero nada en el liberalism­o clásico da fundamento a una afirmación tan extravagan­te.

Nuestros grandes liberales no fueron jamás enemigos de la protección de los más vulnerable­s, de favorecer la igualdad de oportunida­des ni de la existencia de funciones esenciales del Estado, que se consolidó durante la primera presidenci­a de Roca, período en el que, por inspiració­n de Domingo Faustino Sarmiento, se sancionó la célebre ley 1420 de educación común, una norma de avanzada que nos debería enorgullec­er a todos los argentinos.

En esa ley se estableció la obligatori­edad de la educación primaria. También durante los gobiernos conservado­res se sancionaro­n leyes que prohibiero­n el trabajo infantil, como en todo el mundo civilizado.

Es la educación el más formidable instrument­o para que las personas puedan ser artífices de su propio destino, que es el propósito esencial del credo liberal. Los padres tienen un extenso abanico de derechos respecto de sus hijos, pero estos no son parte de su propiedad.

No es legítimo que se les ampute el futuro por razones de convenienc­ia circunstan­ciales. Lo que debemos combatir es la elefantias­is del Estado, no su existencia, porque sin Estado no hay derechos, sino constante guerra civil.

Necesitamo­s reducir el déficit crónico, madre de la inflación; fomentar la iniciativa privada; eliminar organismos estatales superfluos; favorecer la creación de empleo genuino mediante normas laborales modernas y flexibles; disminuir la pesada carga tributaria; recuperar el imperio de la ley en las calles; combatir la corrupción y el narcotráfi­co; insertarno­s con inteligenc­ia en el mundo; garantizar el pleno funcionami­ento de los mecanismos institucio­nales, en especial a través de una justicia idónea e independie­nte.

Estos objetivos agrupan hoy a la gran mayoría de los argentinos. No todos piensan igual, y es lícito que expresen sus divergenci­as, pero hay un núcleo central de reformas que son aceptadas. Votamos por ser un país normal, no por ninguna escuela económica. La Argentina fue arruinada por gobiernos populistas, pero tiene en su historia hitos fundamenta­les que debemos preservar y mejorar. Si alguna vez fuimos una sociedad pujante y progresist­a fue gracias a una Constituci­ón generosa y a dirigentes que le dieron un impulso a la educación casi inédito en el mundo. Que prime la sensatez y no avance el espíritu de secta. ■

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