Clarín

Desventura­s de un día en Tokio

- Horacio Pagani Periodista

Entre los cientos de historias que pude vivir en mis más de 50 años como enviado especial de Clarín por el mundo hay algunas que tienen relieves especiales. Hubo una que merece destacarse por su peculiarid­ad: un viaje a Japón que apenas tuvo UN DIA de duración. Se sabe que estamos en las antípodas. Y que la diferencia en el huso horario es radical, 12 horas. Por eso -a la vuelta- fui invitado por el doctor José Abdón a participar de un Congreso Médico para explicar los supuestos desórdenes orgánicos que provocó la travesía. Yo, había viajado a cubrir la pelea en la que el Zurdo Vásquez intentaría recuperar el cinturón de campeón mundial de los superwelte­rs (que había perdido unos meses antes, en marzo de 1995). Estábamos en diciembre de ese mismo año en la helada Filadelfia con 8° bajo cero. Vásquez debía enfrentar al campeón, Carl Daniels, el 16. El 19, en Tokio, el Roña Castro tenía que defender su título mundial de los medianos ante el invicto Shinji Takehara. El Zurdo perdía ampliament­e con Daniels hasta que lo acertó con su poderosa mano en el undécimo y lo noqueó. Con Osvaldo Rivero y Luis Spada, los managers, abordamos un remís que nos llevó de Filadelfia hasta el aeropuerto de Newark en Nueva York, unos 200 kilómetros, para tomar el vuelo nocturno a Tokio. Con las tarjetas de abordo en mano corrimos más de 500 metros hasta llegar a la puerta de embarque. Pero encontramo­s un cartel: “Vuelo cancelado”. Nos informaron que salíamos al día siguiente en el mismo horario. Nos alojaron en un hotel de la Terminal. Ibamos a llegar el mismo día de la pelea. Después de 13 horas de vuelo transpolar llegamos a Narita, el aeropuerto, que está a 80 km de la ciudad. Fuimos directamen­te al estadio. La diferencia en el huso con Nueva York era de 14 horas. Castro perdió claramente por puntos. Llegué al hotel a las 02.30 de la madrugada. Piso 22. No había comido en todo el día y ya no llevaban servicio a la habitación. Tenía que escribir el comentario. Sólo pude rescatar unos maníes del frigobar. Eran las 5 de la mañana, 17 en la Argentina.

El vuelo de regreso a Nueva York y la combinació­n a Buenos Aires salía a las 14 del día siguiente. A las 10 tenía que partir a Narita. Un amigo de la Embajada argentina me avisó a las 9 que el vuelo se había atrasado para las 22. Dejé el hotel a las 12, caminé un par de cuadras, hice una comida rápida y volví para esperar el micro que me llevara a Narita. Dormité en un sillón. Excepciona­lmente tenía un pasaje en clase Ejecutiva hasta Nueva York. En la larga espera en el Aeropuerto en un discurso en japonés me pareció oír mi apellido. Era 20 de diciembre. Me asusté. Fui al mostrador y en un intercambi­o de señas una amable japonesita me cambió el ticket por uno de PRIMERA. Bueno, voy a poder descansar bien y con buen champán, pensé. A las 22 subimos al avión. Se demoraba su salida. Hasta que vi una escalera por mi ventanilla. Se hicieron las 23 y no salían vuelos después de esa hora. Nos subieron a todos en tres micros y nos llevaron a un hotel cercano. Estuvimos cinco horas y nos llevaron otra vez al Aeropuerto. Llegamos a Nueva York a la mañana y la conexión era a la noche. Le dije a un amigo circunstan­cial, compatriot­a, José Luis: “Estamos a tiro de Manhattan... ¿por qué no damos una vuelta?” El frío cortaba la cara. Estábamos con ropa liviana. No había taxis... volvimos. Nos bañamos y fuimos a la puerta de embarque. Ya nos tocaba Económica. Doce o trece horas más y llegué a Ezeiza. Era 22 de diciembre. Y pasó lo que tenía que pasar: me llevé una valija equivocada. Después de intensos cruces telefónico­s el portador de la mía vino a mi casa para hacer el intercambi­o después de cuatro o cinco horas. Quise dormir y no pude... Por eso me llevaron al Congreso médico para explicar.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina