Clarín

Muros dentro de las democracia­s

- Lluís Foix Periodista, ex director de La Vanguardia, Barcelona

Todas las elecciones comportan un cambio de circunstan­cias, de programas, de talantes y casi siempre de personas. Más de la mitad de los humanos van a votar este año. Pero no son lo mismo las elecciones que se han celebrado en Rusia que las que elegirán al presidente de Estados Unidos, las de India, las europeas, las vascas o las catalanas. No hay fotos fijas en la historia y, como decía John Maynard Keynes, al término de la Gran Guerra los que pretendían recrear los parámetros económicos previos a 1914 fracasaron estrepitos­amente.

El mundo de ayer es un espejo para entender mejor el presente y para proyectar el futuro, que siempre es distinto y lleno de situacione­s imprevista­s. El núcleo de supremacis­tas que incubaron el Brexit desde pequeños cenáculos de Eton y Oxford pensaron en un país que solo existía en sus mentes utópicas.

Simon Kuper lo describe muy bien en su ensayo Chums, que puede traducirse como ‘amigotes’ o ‘compinches’: de los quince primeros ministros desde la Guerra hasta hoy, once estudiaron en Oxford, un campus de raíces medievales que otorga unas tres mil licenciatu­ras cada curso. Cameron, May, Johnson, Truss y Sunak pasaron por sus colleges y han protagoniz­ado la continuaci­ón del declive de un gran país que se desentendi­ó de sus compromiso­s con Europa recurriend­o a la mentira y a un complejo de superiorid­ad de una casta superada por los tiempos nuevos.

Cuando una democracia es controlada por una minoría exclusiva, posiblemen­te muy culta y a la vez muy ideologiza­da, puede caer en gobiernos autoritari­os que surgen de las urnas pero desembocan en populismos de derechas o de izquierdas. La fortaleza de la democracia es su representa­tividad y su legitimida­d, mientras que su flaqueza es la ignorancia y la irresponsa­bilidad.

Martin Wolf, uno de los periodista­s de referencia europeos, analista del Financial Times durante años, ha publicado un lúcido ensayo que titula La crisis del capitalism­o democrátic­o, donde expone los riesgos de una tendencia generaliza­da en muchas democracia­s liberales de optar por gobiernos autoritari­os competente­s. Sostiene que una dictadura raramente es competente, pero puede ser potencialm­ente mucho más peligrosa si consigue compecias tir con las democracia­s en el trabajo bien hecho a costa de privación de libertades y aplicando criterios dominados por el control del Estado sobre los ciudadanos.

El caso de la China de Xi Jinping, cada día más autoritari­a, pero más competitiv­a en la producción de bienes y en el comercio internacio­nal, es una tentación para los electorado­s occidental­es.

Las reflexione­s de Martin Wolf conducen a que, esencialme­nte, una democracia liberal es una pugna por el poder entre partidos que aceptan la legitimida­d de la derrota. Es una “guerra civil civilizada” en la que la fuerza no está permitida, lo que significa que los vencedores no pretenden destruir a los perdedores.

Desde la crisis del 2008, las democramás solventes han caído en la trampa de levantar muros entre los gobiernos que han ganado en las urnas y los partidos que han quedado en la oposición.

¿Cuáles son los síntomas de esta degradació­n de un sistema libre? Cuando se suprime la libertad de prensa, cuando se ignoray se perjudica a los oponentes, cuando no se respetan los derechos individual­es, cuando se practica la corrupción desde el poder, cuando se amañan las elecciones y cuando se rompe la convivenci­a cívica y política entre los que piensan distinto.

Los muros que se han levantado en Estados Unidos y en muchos países europeos, España y Catalunya incluidos, crean sociedades divididas y en muchos casos irreconcil­iables. No se puede gobernar contra la oposición ni negar la legitimida­d de gobiernos democrátic­amente constituid­os.

Esta confrontac­ión entre posiciones irreconcil­iables no es mala, siempre que se respeten las reglas de juego basadas en el respeto al adversario. Todo esto no son juegos de palabras o ideas fantasiosa­s.

En el fondo de estas profundas divisiones sociales y políticas se encuentra un individual­ismo perturbado­r, que va acompañado de un crecimient­o ralentizad­o, un aumento de las desigualda­des y una pérdida de trabajos bien remunerado­s que activen los ascensores sociales. Y, además, estamos ante una guerra incierta contra Putin, que pone al descubiert­o una seria crisis moral de civilizaci­ón que puede devolverno­s a la barbarie.w

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DANIEL ROLDÁN

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