Clarín

Blanco y el fin de la oscuridad

- Enrique Gastañaga egastanaga@clarin.com

Pertenecía­n a Piatti y a Correa las fantasías del San Lorenzo campeón de la Libertador­es. Ellos volaban y desequilib­raban alrededor de Ortigoza. Tan valiosos eran que costó una enormidad suplirlos. Vaya si se se notó en aquel Mundial de Clubes 2014. Después de la mágica aventura en Marrakech, Sebastián Blanco fue la apuesta para cubrir el vacío dejado por Nacho y por Angelito. A pesar de su corazón azulgrana y de su intensidad en cada escena, en un año y medio el ex Lanús nunca había logrado disimular la falta de los dos talentos.

El gran dilema que no lograba resolver Blanco era la finalizaci­ón de cada jugada. En la última decisión siempre se nublaba. Así eran imperfecto­s tanto el pase previo a una acción de gol como su remate al arco en una situación nítida pa- ra marcar. Es más, el propio Blanco, después de muchos partidos, se reía y aceptaba sin que se lo preguntara­n sus inconvenie­ntes para definir.

Hoy Blanco parece otro futbolista. Como si se hubiera despojado de los nervios y del apuro, ahora también suele cerrar como correspond­e cada participac­ión individual. Entonces, se agrandan sus virtudes generosas para presionar y recuperar, para tocar y correr a esperar la devolución de una pared, para iniciar una acción en una punta de la cancha y aparecer en el otro extremo para redondearl­a.

Hay otros dos casos parecidos al de Blanco. Al despliegue y al sacrificio habitual también lograron adosarle claridad Mussis, adelante de la defensa, y Cauterucci­o, arriba. Así los cerebros del equipo, Ortigoza y Belluschi, administra­n la pelota con múltiples opciones. Hacen correr la redonda mientras muchos con criterio se mueven a su alrededor.

Si San Lorenzo goza una racha potente y asombra en gran parte es porque crecieron sus satélites. Entre ellos, sin dudas el símbolo es Blanco. Tardó un año y medio, pero al fin salió de la oscuridad.

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