Clarín

Rosenwasse­r, la fama y la muerte

- Gonzalo Abascal gabascal@clarin.com

Leo Rosenwasse­r murió de un infarto el viernes pasado, fue sepultado el sábado y, luego de semanas de alta exposición televisiva compartida­s con su ex esposa, su nombre desaparece­rá de a poco de los programas faranduler­os y los portales de chimentos. Pronto, hoy mismo tal vez, a más tardar mañana, será reemplazad­o por el protagonis­ta del nuevo escándalo, sea este un romance, una separación o una pelea de elenco. Resulta innecesari­o aclarar que a Rosenwasse­r no lo mató su reaparició­n mediática, pero, y más allá de las especulaci­ones, no es aventurado pensar que no le aportó tranquilid­ad a los que serían sus días finales. Y en este punto se impone dejar atrás el caso particular y reflexiona­r sobre un fenómeno más abarcativo: el del costo personal que asumen aquellos que, vo-

luntariame­nte o con peligrosa ingenuidad, deciden saldar frente a las cámaras algún tema

de sus vidas privadas. Sin embargo, no se trata de señalar con el dedo acusador a las ciclos faranduler­os, dado que hoy la mayoría de la televisión comparte esa lógica, aunque intente disimularl­a con mejores modales o un fingido sentimient­o de culpa.

Lo interesant­e es advertir las dimensione­s tan distantes que ofrece este tipo de episodios: el sufrimient­o y la crisis personal del famoso expuesta en pantalla como entretenim­iento masivo, y el placer morboso del espectador (es decir casi todos nosotros en algún momento). Las preguntas, entonces, aparecen inevitable­s: ¿el famoso “sufre” de verdad? ¿No es todo un juego armado en la búsqueda de promoción y dinero? Las respuestas no pueden ser terminante­s ni unívocas. Los ejemplos muestran una y otra cosa, pero sí podría pensarse algo definitivo con escasa chance de error: son pocos aquellos que salen indemnes de la alta exposición televisiva. Contra la creencia generaliza­da de que se trata de un show en el que las lágrimas son parte de la utilería, quienes in- gresan al universo de lo mediático sin las precaucion­es o los anticuerpo­s necesarios suelen pagar un alto costo muchas veces inadvertid­o.

¿Fue cierta la crisis psicótica de Matías Alé?, todavía se preguntan muchos. ¿O apenas un desesperad­o recurso promociona­l para sostener una carrera en declive? ¿Y los moretones de la hija de Nazarena Velez? ¿Golpes verdaderos o burdo maquillaje para aparecer en la tapa de la revista GENTE? La trampa, perfecta en su perversida­d, se consuma cuando ambas cosas son reales: los golpes y la búsqueda oportunist­a para sostener la fama que se escapa. En las últimas semanas Leo Rosenwasse­r

fue acusado de violento y de haber abandonado a sus hijos. Y desde el piso del programa Intrusos él respondió tratando de alcohólica a su ex esposa. Una espiral de agresiones y violencia verbal tan penosa en términos de dignidad como costosa desde lo emocional. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué alguien no puede correrse de ese peligroso escenario de excesos? Olvidando otra vez el ejemplo particular, y en el intento de alumbrar una respuesta más amplia,

se dibuja una sombra siniestra. La posibilida­d cierta de que el dulce resplandor televisivo anule la conscienci­a de la vergüenza y el ries

go. Que sea más poderosa, al fin, la caricia de escuchar la mágica frase “ayer te vi en la televisión” (¿acaso no somos todos merecedore­s de 15 minutos de fama?) que bajarse de esa exposición, por bochornosa que fuere, íntimament­e satisfecho­s con un reconocimi­ento que se percibe como merecido e injustamen­te postergado. En definitiva, que enfermos de soledad seamos capaces de caminar junto a las cámaras de TV hasta el borde mismo del cementerio, con tal de no sufrir lo único peor que la muerte: la invisibili­dad.

Quienes ingresan al universo de lo mediático sin las precaucion­es o los anticuerpo­s necesarios suelen pagar un alto costo muchas veces inadvertid­o.

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