Clarín

Floristas callejeros, un oficio que resiste en la era del amor por Internet

Están en casi todos los barrios. Muchos heredaron los puestos y los conocimien­tos de sus padres. Escuchan historias de romances y también hacen arreglos para casas y negocios.

- Nahuel Gallotta Especial para Clarín

María Eugenia Gallardo dice que los hombres que caminan por la calle con un ramo de flores son lindos. Lo comenta señalando al treintañer­o que hace unos segundos, en su puesto, se fue asegurando: “Con esto voy a quedar bien”; “Y mirá, camina a la par de su amigo y no le da vergüenza. En cada puestito de estos hay muchas historias...”, agrega. Los puestos callejeros de flores son sinónimo de la Ciudad de Buenos Aires, de la porteñidad. Algunos son floristas por herencia, de oficio, y también hay diseñadore­s de arte floral, como Eugenia. A veces les toca hacer de psicólogos de sus clientes, que les cuentan la historia de cada ramo, o les piden consejos sobre cómo quedar mejor haciendo un regalo.

Hay que aclarar, también, que cada barrio caracteriz­a a los puestos de la zona. Según la recorrida de Clarín, los que mejor trabajan son los ubicados en territorio­s donde predomina la comunidad judía, ya que para ellos es costumbre hacer al menos una

compra semanal. En los barrios más caros, lo común es comprar para decorar la casa. En los de clase media y “cool”, todavía los caballeros se acercan para sorprender a sus mujeres. Y los románticos envían flores de sorpresa, sin aclarar quién está detrás del ramo. En los barrios más populares, las mejores clientas son las “doñas”. Y los hijos, nietos y maridos de ellas, que compran para ayudarlas a tener más lindo su sector de flores o plantas de la casa.

Los floristas, además, atienden hoteles y comercios en general. Hacen mantenimie­nto semanal. Lo mismo en casas de clientes: las visitan cada siete días y renuevan los floreros.

Rafael Cerbo comenzó en el puesto en 1984, a sus 17 años. Su papá, nacido en Nápoles, le enseñó el oficio: cuando Rafael nació, él ya era florista. Mientras habla con Clarín, cuatro de sus hijos atienden a los clientes. Dice que les inculca “la escuela” que recibió de su padre, la de los viejos floristas. “Tenían como un imán con la gente: se daba la charla; sentían que el ramo que te vendían era como si fuera para sus casas y te enseñaban a cuidar mejor las flores. Nosotros intentamos mantener la esencia. En las nuevas camadas encontrás muchos que solo son ‘vende flores’”.

Rafael tiene el puesto en Faustino Zazpe 3101, a una cuadra de Las Heras y Scalabrini Ortíz, pero dice que hace repartos a ex vecinos que se mudaron y hoy le encargan desde Puerto Madero, Belgrano o Barrio Parque, o que llegan desde Pilar para com- prarle. Afirma que casi un 70% de su clientela es de la colectivid­ad judía. “Es gente que conoce de flores; les gustan mucho y tienen la costumbre de comprar semanalmen­te. El católico regala más para una fiesta o algo puntual”, dice.

Eugenia, la que dice que los hombres que caminan por la calle son lindos, habla en el puesto que tiene desde 2003 en Juan B Justo 965, Flores de los Arcos. El comentario salió a partir de ver a hombres que compran flores y piden una bolsa para esconderla­s. “Pero más que nada por la mirada de otros hombres, que les dicen pollerudos o cosas así. Para cualquier mujer, un hombre que camina con flores es un divino”. Es allí cuando Eugenia, a veces, se

convierte en psicóloga. Mostrando una de las tantas diferencia­s entre los puestos y las florerías, donde todo es más frío. Dice que mientras un hombre le encarga un ramo, en general, al armarlo, le va contando cosas: para quién es, si es la primera cita, o por un aniversari­o, o si es porque se mandó alguna macana. “Regalar flores habla de la personalid­ad de cada uno. Dice mucho; dice más que las palabras. Es una forma de manifestar interés. Es una moda que no se pierde, y se les re nota en la cara la alegría de hacerlo”.

Muchos de ellos regresan para agradecerl­e los consejos. Hace poco le llevó flores a una vendedora de un local de la zona. La tarjeta estaba en blanco, y al rato tenía a las compañeras de la afortunada pidiéndole detalles para adivinar quién las había enviado. Además de hombres que buscan sorprender a sus mujeres, tiene clientas que llevan para ambientar sus casas, o encargados de locales que la contratan para ambientar el comercio. Como muchos floristas, hace trabajos independie­ntes: flores para eventos o para novias. Mientras conversa con Clarín, los clientes que compran sólo son hombres.

“Tengo clientes que hace cuarenta años que le regalan flores a sus mujeres. Me cuentan que sienten que ese acto los vuelve a ser los mismos de sus primeras épocas”, afirma María Eugenia, y agrega: “También tengo clientes jóvenes que regalan flores en cada cita, y que me van contando cómo les viene yendo. Percibo que hay una vuelta a todo lo de antes, a lo natural, y que regalar flores tiene algo de eso”.

 ?? JUANO TESONE ?? Las Heras y Scalabrini Ortiz. El puesto es de Rafael, que lo heredó de su padre y lo atiende con Alejandro y sus otros 3 hijos, una costumbre que se repite entre los floristas.
JUANO TESONE Las Heras y Scalabrini Ortiz. El puesto es de Rafael, que lo heredó de su padre y lo atiende con Alejandro y sus otros 3 hijos, una costumbre que se repite entre los floristas.

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