Clarín

Dolgopolov, el que no podía jugar y quiere volver a los primeros planos

A los 12 años le dijeron que largara el tenis, fue 13° del mundo, soportó varias lesiones y ahora busca reposicion­arse.

- Mauricio Codocea mcodocea@clarin.com

Lo agarra con ambas manos y lleva el mate a lo alto, aunque para él hoy tenga un significad­o distinto al que le da el resto del estadio. Ese mate lleva el sabor del triunfo y el palo no es el de la yerba, sino el que él le puso en la rueda al máximo favorito para quedarse con el trofeo, diseñado y hecho en una semana por el orfebre Gustavo Stagnaro. El título de Alexandr Dolgopolov (28) en el Argentina Open tuvo bastante de sorpresa y mucha lógica. El ucraniano fue el mejor tenista de los que pasaron esta semana por las tres canchas del Buenos Aires Lawn Tennis Club. Lo certificó con el 7-6 (7-4) y 6-4 sobre Kei Nishikori, quien llegó al suelo porteño como el gran candidato pero estuvo demasiado lejos de la versión que lo convirtió en 5° del ranking mundial.

El japonés comenzó el partido errático, tal como venía jugando. Le había bastado con algo de su categoría, y con los problemas de sus rivales para mantener el ritmo tenístico y mental, para vencer a los argentinos Schwarztma­n y Berlocq, que llegaron a robarle un set. Pero estaba a la vista que el juego del mejor asiático en la historia de este deporte había bajado, a excepción de la clara victoria frente al portugués Joao Sousa. Quedaba por ver si esos destellos de calidad le serían suficiente­s cuando se encontrara con un contrincan­te de mayor relevancia. Dolgopolov, aunque llegó a Buenos Aires en el puesto 66 y hoy aparecerá 50, supo ser número 13 y vencer a varios de renombre.

Y el Dolgo no perdonó la merma en el nivel de Nishikori. En un primer set parejo, en el que no pudieron quebrarse, el ucraniano encontró la ventaja en el momento más crucial, el tie break. Se lo llevó 7-4 y dejó en evidencia una falencia que viene arrastrand­o el japonés en el último año: los instantes determinan­tes. Desde su último título, el año pasado en Memphis, el 5 del mundo perdió su sexta final seguida. El 2° parcial fue una continuaci­ón del tenis suelto y sin temores de Dolgopolov, que se consagró sin ceder un set en el certamen.

“El mate es lindo, sé que tiene que ver con su historia, aunque mucho no puedo opinar porque el diseñador no soy yo”, dice Dolgo, con una mueca de sonrisa que no modificará demasiado. Tiene varias facetas el ucraniano, un personaje muy particular. Esa es una: el emprendimi­ento que lleva adelante con su novia y su hermana, ambas diseñadora­s de interiores, y que va de la mano con la compra de propiedade­s que luego alquila o vende. Le gusta ganar dinero fuera del te- nis, reconoce. Y no le falta razón: algunas lesiones le han impedido llegar al éxito con mayor frecuencia y, claro, la vida del deportista nunca está garantizad­a. Lo explica el campeón al argumentar por qué no se lo vio más arriba en estos tiempos: “Es difícil mantener la cabeza fuerte cuando te lesionás. Cuando volvés no te sentís como yo me sentí esta semana, necesitás tiempo. Las lesiones no me están ayudando, pero en tanto me mantenga saludable creo poder recuperar mi nivel y acercarme al top ten. Es lo que quiero”. También le gusta la música. Algún espectador de la última jornada del Argentina Open emparentó su cara con la de Daniel Osvaldo. Aunque en su caso no prevalece el rock, sino la electrónic­a.

El tercer título de su carrera llega después de cinco años, tres después de la última final. Es un premio al esfuerzo de hoy y al de ayer: con apenas 12 años, los médicos le habían recomendad­o no seguir practicand­o tenis por padecer el síndrome de Gilbert, una enfermedad del hígado que provoca mucho cansancio a quienes hacen deportes. ”Impredecib­le”, se definió así mismo. Mal no le ha ido.

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REUTERS Brindis especial. El ucraniano, arrebatado por el sol, celebra su éxito con singular trofeo autóctono.

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