Clarín

Un peronista histórico con novia kirchneris­ta

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Lleva más de medio siglo en las arenas de la política, desde la adolescenc­ia, pero cierra los ojos y suspira profundo, como pidiendo aire a la vida, cuando recuerda lo que considera “el momento más dramático” de sus días. No fue aquel tiempo interminab­le como pupilo de marzo a diciembre (“Mis viejos me visitaron tres veces en cinco años”) en una escuela granja bonaerense, en la secundaria, ni ninguno de los múltiples avatares de la política de su larga militancia en el peronismo. Ni siquiera cuando un grupo de los servicios de Inteligenc­ia lo secuestró por unos días junto al profesor Juan Carlos Gallego en 1981, en plena dictadura, y lo tuvo cautivo en un campo de General Villegas, donde le hicieron sentir el coqueteo de la muerte.

Ese instante en que la mano de Dios, en la que cree, pareció abandonarl­o y sus días se adentraban en una ciénaga de espanto ocurrió lejos de las querellas de la política. Fue cuando supo que su hija Carmela tenía cáncer (Hoy, a los 40 años, no tiene huellas de la enfermedad) y en la soledad de una clínica, con su ánimo por el piso, miró a su alrededor y allí se cruzó con la ternura en la mirada indecisa de Francisco, su hijo con Down (Hoy de 30 años, “tiene trabajo y está totalmente integrado”). El hombre asertivo, el peronista de las frases mediáticas impregnada­s de sentido histórico y político, sólo elevó su mirada al Cielo, como quien pide clemencia ya perdida la esperanza: “Pensé que no lo resistiría”.

Hoy la vida le sonríe, sus hijos están bien, son felices y aquel hijo de un colchonero y una costurera que fue, es requerido por su pensamient­o díscolo y picaresco para poner algo de claridad en las complejas catacumbas del peronismo o en los alborotado­s paneles de la TV. “Estoy en un momento maravillos­o, por la calle me alientan, cada tanto me putea uno... pero siento mucho placer por la vida. Conocí y hablé con Perón y además, digamos, ser y sentirme amigo del Papa me conmueve. Tengo cartas que me manda, con esa letra chiquitita... No pude hacer un matrimonio, creo que los matrimonio­s son la instancia superior a la soledad, pero tuve hermosas parejas”, cuenta. Su vida tiene ribetes novelescos, propios de un tránsito prolongado en la política argentina. Es sobre todo un sobrevivie­nte de una estirpe que cree en la política como un sistema de ideas, valores y sentimient­os. Acaso por eso, se trate de un linaje en extinción.

Sonríe cuando trata de explicar situacione­s en que la vida y los sueños políticos se acomodaron en la calidez de la intimidad: “Lo femenino terminó siendo para mí un pedazo, alguna vieja revolucion­aria, con la que nos pasamos noches hablando, un ama de casa, una intelectua­l. Digamos, entre los pedazos míos deben hacer un hombre y entre los de ella, yo hago una mujer.” Hoy está de novio “con una médica psiquiatra, kirchneris­ta”. Están volviendo de una separación fugaz: no escaparon a la grieta y, entre otras cosas, se separaron porque hablaban de Cristina y no podían evitar que volaran los platos, por así decirlo.

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