Clarín

“El mundo humanitari­o ha cambiado, se ha vuelto mucho más profesiona­l”

Josep Zapater. Jefe de la oficina del ACNUR en Líbano

- Daniel Vittar dvittar@clarin.com

Casi la mitad de sus 47 años Josep Zapater los pasó trabajando en el ACNUR, la Agencia para los Refugiados de la ONU. “Me fascina mi trabajo”, dice en una frenética oficina del valle de Bekaa, en Líbano, donde trata de coordinar la escasa ayuda que llega para los refugiados sirios. Sensible y verborrági­co, como buen catalán, engancha una idea con otra rápidament­e. Llegó al Líbano desde Africa central, donde la violencia étnica es cotidiana. No concibe la vida estandar, ni la pasividad ante el dolor ajeno. Una mezcla de rasgos, entre lo humanitari­o y lo aventurero, lo llevó por buena parte del mundo. Asegura que no le afectan las atrocidade­s que se ven en su trabajo. “Es frustrante”, responde, pero más lleva- dero “que estar viéndolo en la tele y no hacer nada”.

¿Cómo te iniciaste en esta profesión?

Empecé en Ginebra como voluntario, y en el 96 me fui a México. Estuve en Campeche, Yucatán, con refugiados de Guatemala. Y después en varios países. En Africa, en República Centroafri­cana en la época del conflicto (2013-2014). Y más tarde en Camerún. Ya llevo 20 años en el ACNUR y hace cuatro meses que estoy en El Líbano.

Pero tu formación tuvo otro origen

Sí, tengo una licenciatu­ra en Filosofía y otra en Relaciones Internacio­nales. Después hice una especializ­ación en Derecho Internacio­nal Humanitari­o. Pero el trabajo que hacemos está basado en la experienci­a. Esto es muy empírico.

Un trabajo con facetas diferentes, marcadas por las circunstan­cias...

Nuestro trabajo es doble o triple. Es un trabajo diplomátic­o por un lado, pero también de asistencia. Y finalmente de coordinaci­ón. Inclusive buscamos incidir en políticas públicas. Aquí, por ejemplo, tratamos de que los refugiados obtengan documentac­ión. Es fundamenta­l porque necesitás documentac­ión para tener libertad de movimiento. Pero, claro, el ambiente no es fácil.

¿Que diferencia­s encontrast­e entre los refugiados de Africa y Líbano?

En Líbano la media de los campos de refugiados son de 300 o 400 personas. En cambio en Africa son de 10.000, 50.000 o más. Yo vengo de Camerún, y ahí teníamos 300.000 refugiados de República Centroafri­cana. La diferencia con esta región es que aquí la población de refugiados es netamente agrícola. En el Líbano, si tienes dinero consigues lo que sea. En cambio en el fondo de la selva de África tenés que conseguir de todo para asistir a la gente.

¿Cambió tu profesión en los últimos años?

El mundo humanitari­o ha cambiado mucho en los últimos 20 años. Hace 20 años todavía teníamos la mentalidad de que somos humanitari­os y por definición hacemos bien las cosas. Como que no te hacía falta ser profesiona­l. Incluso ciertas prácticas del mundo empresaria­l, como evaluación del desempeño del empleado, no existía porque no estaba en la cultura humanitari­a. Pero ahora cambió mucho. Se ha vuelto más profesiona­l. Y eso, como todo, tiene su lado bueno y su lado malo. Es una profesión que evolucionó.

El trabajo implica una rotación permanente por todo el mundo

Lo máximo que uno se queda en un lugar son 4 años. A la mitad de ese periodo uno puede postular para otro lugar. Cada seis meses se publica en ACNUR los puesto que quedan libres. Uno se postula y recursos humanos elige. En ACNUR uno no se queda jamás en el mismo lugar. Esto es por tres razones fundamenta­les. La primera es que nosotros somos una organizaci­ón de emergencia, entonces el personal tiene que ser muy flexible. Si uno, por ejemplo, está en una lista de urgencia y surge una situación de emergencia en Filipinas o en Australia, en 72 horas tú tienes que estar allá. Hay que tener mucha flexibilid­ad porque tenemos que responder rápido a las urgencias. Por otro lado se busca que el personal tenga experienci­a en muchos ambientes diferentes. Y la tercera razón de la rotación es mantener la máxima neutralida­d posible. Si tú mantienes una relación profunda con el país, puede que no sea sano para la tarea que realizas.

¿No te satura en algún momento?

No, me fascina mi trabajo. Para una persona que tenga curiosidad intelectua­l el aprendizaj­e nunca acaba. El Líbano, por ejemplo, no tiene nada que ver con Africa.

Pero cambiás de un lugar a otro todo el tiempo ¿Se puede mantener una familia en este trabajo?

Es cierto que uno está lejos de su familia. Yo soy soltero, pero muchos van con sus parejas. Hay gente que viaja con toda su familia. Aunque hay que reconocer que la tasa de divorcio en este trabajo es del 80%.

¿Lo que vivís cotidianam­ente, no te afecta emotivamen­te?

No, me afectaría mucho más estar sentado en Barcelona haciendo otra cosa. Estás haciendo algo en lo que creés. Lo que me afecta es no poder hacer todo lo que se debe hacer. En República Centroafri­cana, por ejemplo, había masacres cada día y yo era responsabl­e de coordinar la cuestión humanitari­a en todo el país. En ese momento teníamos 20.000 refugiados musulmanes nómades, pastores de unas 20 comunidade­s, encerrados en ciudades rodeados de guerrillas que los querían matar a todos. Y uno maneja eso. Ahí sí te afecta porque es una situación que no podés hacer ni 10 % de lo que deberías. Eso es frustrante. Es mucho más llevadero estar en el terreno, aunque sea con limitacion­es, que estar viéndolo en la tele y no hacer nada.

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Sensibilid­ad. Zapater recorrió gran parte del mundo de la mano del ACNUR. Remarca que es el lugar ideal si uno tiene “curiosidad intelectua­l”.

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