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Tras la pandemia de coronavirus, viene la del endeudamiento
La pandemia no solo costará vidas humanas, sino billones de dólares a la economía. Por ese motivo, aumentará dramáticamente el endeudamiento de los países. Según el FMI, ningún país se libra.
Todos los observadores coinciden en que el rendimiento económico mundial retrocederá en este año marcado por la pandemia del nuevo coronavirus. No hay indicio alguno que señale lo contrario. Lo que todavía no se conoce es la magnitud del retroceso y las perspectivas de recuperación a medio plazo. En las pasadas semanas, el Banco Mundial y el FMI hicieron públicas previsiones catastróficas, mientras Gobiernos de todo el mundo ya empiezan a decir que la economía se recuperará rápidamente a partir de 2021.
Según cálculos del FMI, el rendimiento económico global caerá alrededor de 12,5 billones de dólares entre este año y el próximo. Para Gita Gopinath, economista jefe del
FMI, se trata de "la peor recesión" de la economía mundial en las últimas nueve décadas. Y agregó: "Ningún país se libra". Como consecuencia de la crisis, el endeudamiento público en relación con el rendimiento económico superará este año el nivel máximo hasta ahora, que data del fin de la Segunda Guerra Mundial. Para Gopinath, habrá que apoyar la actividad económica y los países pobres necesitarán aún más la ayuda de los ricos. Además, serán necesarias medidas de ahorro estrictas para atajar el endeudamiento.
El FMI había calculado en abril un retroceso del 3 por ciento de la economía global en 2020, pero ahora se prevé que sea del 4,9 por ciento. El organismo espera que en el 2021 se produzca una recuperación, siempre y cuando una tercera ola de la pandemia con nuevos confinamientos no frene el crecimiento.
La Eurozona se lleva la peor parte
Por su parte, el Banco Mundial pinta un panorama aún peor, con un retroceso del rendimiento económico mundial de alrededor del 5,2 por ciento, aunque esta previsión podría empeorar si prosigue la incertidumbre por la pandemia y continúa el freno a la economía y a la vida pública. El Banco Mundial predice una pérdida rotunda del 7 por ciento para los países industrializados, mientras que el rendimiento económico bajará alrededor del 2,5 por ciento en los emergentes. La institución augura una pérdida del 6,1 por ciento en EE. UU. y del 9,1 para la Eurozona. Según los expertos, China, por su parte, crecerá un 1 por ciento.
Cuando el antídoto del dinero fresco se vuelve veneno
Tanto las predicciones del Banco Mundial como las del FMI se refieren a la llamada economía real. En el sector de los mercados, la situación es diferente. En este terreno, los pronósticos son aún más difíciles, porque apenas se conoce el número y volumen de las transacciones financieras que se realizan. Pero hay una cifra reveladora: mientras los economistas del FMI prevén un retroceso económico mundial de alrededor de 11 billones de euros, solo el banco suizo Credit Suisse CS tiene en su balance anual de derivados casi 51 billones. A pesar de las repetidas promesas de reducir la banca de inversiones, aumenta sin cesar la oferta de derivados. El negocio de derivados se beneficia, por un lado, de que los departamentos de inversión de los grandes bancos suponen una importante proporción de las ganancias y, por otro lado, de que hay mucho dinero que no se invierte a nivel mundial, porque desde la perspectiva de los clientes es más lucrativo multiplicar el dinero mediante instrumentos financieros que invertir en la economía.
Los creadores de la creciente cantidad de dinero que circula por todo el mundo son los Gobiernos y los bancos centrales, que siguen imprimiendo e inyec
tando dinero en el mercado para contrarrestar las tendencias deflacionarias y evitar el peligro de recesiones. Pero el dinero fresco no acaba en la economía, sino en los mercados financieros. Al final, el dinero fresco perjudicará más que ayudará a la economía, sobre todo si el sistema financiero global se encontrara a las puertas de una crisis como la del 2008.
los titulares: "Los límites del crecimiento”. Predijeron que la expansión económica descontrolada conduciría al agotamiento de los recursos, al colapso económico y al desastre ecológico.
Estas predicciones resonaron durante la crisis energética de la década de 1970, cuando la escasez de petróleo hizo que su precio se disparara y el crecimiento económico se desacelerara. Pero, con el acceso a nuevas fuentes de petróleo, el debate impulsado por el estudio se apagó. La expansión del PIB se volvió cada vez más central no solo para la política económica, sino para casi todos los proyectos globales destinados a hacer del mundo un lugar mejor.
El "trabajo decente y el crecimiento económico" figura, junto con el "hambre cero" y la "acción climática", entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Incluso el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático modela escenarios de reducción de emisiones bajo el supuesto de que la economía global duplicará aproximadamente su tamaño de aquí a mediados de siglo.
Pero los argumentos en contra de la expansión económica descontrolada no han desaparecido, y los estudios han demostrado que las predicciones de "Los límites del crecimiento” sobre el uso de recursos y su impacto ecológico se han confirmado en gran medida.
Aún así, se plantea el debate sobre si podemos romper el vínculo entre crecimiento económico y daño ambiental.
Los defensores del "crecimiento verde" argumentan que podemos mantener en funcionamiento nuestros sistemas económicos de forma muy similar a la actual, cambiando la energía de combustibles fósiles por energías renovables, utilizando menos energía en general y reciclando más.
Los que están en contra, sin embargo, dicen que convertir el volumen actual de producción industrializada y consumo desechable que tenemos ahora en un sistema circular es simplemente imposible.
Y quizás lo más importante es que en un sistema diseñado para seguir expandiéndose, los ahorros en energía y el uso de recursos tienden a destinarse a aumentar la producción y las ganancias, lo que significa que, en general, los impactos ambientales pueden permanecer iguales o incluso aumentar.
Incluso, aparte de la amenaza existencial del colapso ecológico y económico a medida que agotamos los recursos, destruimos la biodiversidad y calentamos el planeta, la suposición de que el crecimiento económico en general ayuda a todo el mundo es cada vez más cuestionada.
Los países en desarrollo tienden a tener altas tasas de crecimiento, ya que más personas tienen ingresos disponibles y más mercados se abren para los bienes de consumo. Pero en los países industrializados, el crecimiento generalmente se ralentiza y los esfuerzos para acelerarlo no necesariamente dan como resultado un mejor nivel de vida para la mayoría de las personas.
El trabajo de economistas como Thomas Piketty, autor de "El capital en el siglo XXI" (que no solo fue elogiado por recopilar los datos más completos sobre la disparidad de la riqueza hasta la fecha, sino que también fue un éxito de ventas sorpresivo), ha demostrado que en los últimos años los salarios en países industrializados como Estados Unidos han dejado de aumentar en línea con la productividad y el crecimiento. Los beneficios del crecimiento económico han ido cada vez más a los superricos, y la brecha entre ricos y pobres es cada vez más amplia.
Los defensores del decrecimiento, el poscrecimiento o la economía de estado estacionario argumentan que impulsar el crecimiento en las economías industrializadas no es la respuesta para mejorar la calidad de vida. De hecho, vivir dentro de las limitaciones de la naturaleza podría hacernos más felices a todos.
Sabemos que debemos consumir menos y consumir con más cuidado, compartir y reparar electrodomésticos, montar en bicicleta en lugar de conducir, tomar el tren en lugar de volar. Pero estas cosas pueden parecer grandes sacrificios que, individualmente, tienen poco impacto.
En una economía de decrecimiento, en lugar de depender del poder del consumidor para reducir la demanda de producción dañina para el medio ambiente, lo haríamos al revés: ralentizar colectivamente todo el sistema. Producir y consumir menos significaría que también podríamos trabajar menos.
Seríamos más pobres en cosas, pero más ricos en tiempo, reemplazando la fiebre del consumismo por placeres más profundos, como la comunidad y las actividades creativas - ya sea las artes o el cultivo de nuestros propios alimentos. Tendríamos tiempo para ser voluntarios y compartir recursos, participar en la democracia directa, y desarrollar alternativas a una economía basada en las ganancias.